Horacio Gil Ochoa
(1930-2018)
El viejo fotógrafo Horacio Gil Ochoa se hizo célebre por sus imágenes de ciclismo. Durante tres décadas recorrió Colombia como un pedalista más, solo que no dándole a la biela sino montado en una moto en la que perseguía a los corredores y desde la que disparaba sus fotos con una cámara de mediano formato. Horacio Gil es el autor de muchas de las tomas que conocemos de las primeras vueltas a Colombia y por las que les guardamos tanto respeto a los campeones de la época: las de los ciclistas atascados en barriales o atravesando quebradas que cortaban unas barrancas a las que les decían carreteras. Esa porción de su obra fotográfica bien podría llamarse “barro, sudor y lágrimas”. Por lo menos en nuestro país, Gil fue el primero en notar que los ciclistas, sucios, raspados y extenuados, eran una suerte de mártires cuyos calvarios merecían ser fotografiados. Y, de paso, a los habitantes de las ciudades nos mostró la geografía de una país rural y campesino que siempre nos ha quedado muy lejos. Pero también hizo otra cosas, como retratar a Pelé en 1960 en el Atanasio Girardot, cuando vino a jugar un partido con el Santos. E imágenes no relacionadas con el deporte, como un extenso registro industrial de Medellín y Antioquia en los años en que florecieron las textileras y las siderúrgicas. Suyas son también otras imágenes de un ciclismo mucho más civilizado, como el Tour de l'Avenir en Francia durante la década del ochenta. Con la muerte de Horacio Gil Ochoa se desvanece otro trozo del siglo XX. Perdemos, además, a uno de los últimos grandes maestros de la fotografía análoga. Con él desaparece otro integrante de una antigua generación de fotógrafos de película en blanco y negro —ya solo queda un puñado, cada vez más minúsculo— que andaban por el mundo haciendo buenas fotos. Su archivo entero se conserva en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.