Número 94, febrero 2018

Cuatro poemas
Santiago Rodas. Ilustración: Samuel Castaño

Sobre la estabilidad

Mi amigo me dice,
en medio de la conversación, que
lo más estable en la vida
es el precio del perico.
Yo llevo 10 años en esto,
me dice.
10 años y no ha subido de 12 pesos
ni en los peores momentos.
Al perico no lo afecta
ni el dólar
ni la bolsa de valores
ni los cambios de alcalde
ni las catástrofes ambientales,
me dice
y yo pienso
en todo el perico que ha metido mi amigo
en estos años.
Lo imagino en sanitarios de desconocidos
repartiendo el polvillo blanco
con su cédula
arrodillándose en pisos mojados
para inhalar una línea,
lo veo escondido de su novia
y de su familia
mirando sus fosas nasales en el espejo
antes de saludarlos,
sobornando a un policía
para que lo deje tranquilo,
hablando con su dealer de cabecera
sobre el clima.
Inevitablemente pienso en
la escena de Scarface
cuando Al Pacino espera
pacientemente su muerte
frente a varios montículos de cocaína,
más precisamente
pienso en la mirada resignada y
de aceptación de Al Pacino que espera la
muerte.
Miro a los ojos a mi amigo
en el momento justo en el que me dice
que lo espere un momento
que tiene algo por hacer.
Y yo pienso en mutatis mutandis
del tiempo,
del amor,
la familia,
de nosotros mismos,
excepto, claro, la estabilidad
del precio del perico.

Fuck

Siento el rumor suave del helicóptero
que pasa sobre mi cabeza
y yo lo miro
tantear, ponderar las cosas desde arriba
bailar entre las nubes,
las montañas.
Da tumbos acá y allá
bamboleándose
con su cuerpo de insecto negro
por el aire sucio, enrarecido
de los últimos días.
Y veo que se acerca,
que se mece
casi estático,
baja
en una línea vertical,
se me acerca.

Mientras el helicóptero me observa
yo le hago
la señal con el dedo,
que aprendí en mi infancia
y no tiene traducción al español
pero en inglés
se escribe
fuck.

Ilustración: Samuel Castaño

Esos días

Eran esos días
en los que íbamos con
mis amigos al pasaje de la Alcaldía de Envigado,
nos sentábamos
y esperábamos a que
se encontraran
los punkeros y los metaleros
y luego
se encendieran a puño limpio
para demostrar cuál
era el género
que tenía derecho
a sonar en la ciudad.
También se lanzaban preguntas
desde ambos bandos:
¿Cómo se llama el primer vocalista de Iron Maiden?
¿Año de la muerte de Cliff Burton?
¿De qué marca es la guitarra que aparece en la
carátula del London Calling?
Los punkeros son unos aparecidos.
Es que los metaleros son unos vendidos al capital,

se gritaban.
Y nosotros, de espectadores, disfrutábamos de esa
pirotecnia
hasta que llegaba la Policía que
los hacía huir
y nos hacía huir a nosotros
con el uniforme azul del Liceo Francisco Restrepo
Molina:
Presencia de la iglesia en la educación.
Los viernes
eran sagrados para mí
porque se cumplía la cita
entre metaleros y punkeros.
Y nosotros, con una Ponymalta en la mano,
los mirábamos atentos a sus gestos, sus
movimientos, sus palabras
para así definir
nuestro futuro,
nuestro no futuro,
nuestro próximo viernes.

Solo es posible este momento

Ves hombres en moto
de bajo cilindraje con
morrales Totto de mujer
en sus espaldas.
Caminas al lado de dos venezolanos
que venden arepas
y fuman cigarrillos mentolados,
hacen fuerza excesiva en sus chupadas.
Alguien te grita un apodo
que solo saben los amigos
de tu infancia y
no volteas.
Los vendedores de dulces
te ofrecen cocaína y marihuana,
a veces en un inglés maltrecho.
El río que parte la ciudad
arrastra colchones, microondas,
pedazos de gente y gente entera.
Alguien te pide dinero
para llevarle leche a sus hijos
ante tu negativa agacha la cabeza,
escupe dos veces en el piso.
Un policía te cuenta su infancia
como vendedor de pieles de tigrillo.
Una indígena emberá amamanta a su hijo en la calle,
su otro hijo te extiende la mano,
te dice: moneda.
En el centro te entregan un volante
impreso a una tinta con la frase
descubra la causa o el motivo de sus fracasos.

Los terrenos baldíos de tu adolescencia
te los cambiaron
por edificios con apartamentos de
50 metros cuadrados.
Las estrellas se han ido
pero las luces de las casitas en
las montañas intentan remplazarlas.
Cristianos exdrogadictos se montan en los
buses y te venden lapiceros de mala calidad,
hablan en plural pero andan solos.
Un hombre disfrazado de Spiderman
corre por La Playa hacia Boston, algunos
dicen: cójalo, cójalo, ladrón.
Andas por cada calle con la certeza
de que nada va a volver a ser igual
que todo cambia a un ritmo que rebasa
tu comprensión,
que solo
es posible este momento
en el que vagas y dejas
que cada cosa que ves
ocupe gradualmente
su lugar en el mundo.

blog comments powered by Disqus