El negocio llevaba cerca de diez años. Hacía cinco que Lehder había comprado su Cayo Norman en las Bahamas con dólares de más y una especie de mensaje en una botella: el cadáver baleado de un vecino en un yate a la deriva. Pablo Escobar ya era un mito en el boca a boca, la mafia era tanto una novedad como una realidad. El libro Mi vida en el Cartel, que escribió Eliseo Bernal medio en broma medio en serio para contar su trabajo como editor en el periódico Medellín Cívico que dirigía Hernando Gaviria, un tío de Pablo, describe con gracia la idea que del Capo flotaba en el ambiente de la época: "Los rumores más próximos a la verdad eran los que se escuchaban en los corrillos de la política doméstica, en los que unos decían que se trataba de un ganadero muy rico y muy excéntrico del Magdalena Medio, gran filántropo y medio chiflado él por la ecología; mientras que otros, por su parte, aseguraban que no era más que un mafioso que le estaba financiando la campaña para la Cámara de Representantes a un político de segundo orden, Jairo Ortega Ramírez, a cambio de que éste lo pusiera como suplente suyo, para obtener así la inmunidad parlamentaria en caso de salir elegidos".
El periódico tenía el patrocinio recién logrado de Bicicletas Osito, la empresa de ciclas de Roberto Escobar, y Pablo figuraba como consultor en los créditos y columnista fijo en las páginas de opinión. Además de su activismo verde en la columna Ecología y algo más, Escobar había encontrado su vena social. Medellín sin tugurios era la nueva obsesión, y su tío se lo decía muy clarito a su redactor: "En primer lugar, mi estimado amigo, el periódico tiene que metérsela toda a Medellín sin tugurios. La idea de Pablo es sacar a esos cinco mil marginados que viven en los tugurios del basurero de Moravia…".
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"Medellín sin tugurios" era un emblema popular y una amenaza pública en incubadora. Escobar llamaba al conmutador de la alcaldía para ofrecer un trabajo mancomunado, y el alcalde se escondía tras la cordialidad de la secretaria. Todavía no existía un expreso enfrentamiento con el Estado, se trataba más bien de una competencia desigual, con ventajas de sobra para quien contrataba con más generosidad y soltura. Pablo Escobar no se quedaba quieto: organizaba encuentros ecológicos en Nápoles con asistencia de la directora del Partido Verde alemán, utilizaba la discoteca Kevins para el Foro Nacional contra la Extradición y esperaba su palomita en el Congreso. Su nombre había acrecentado las sospechas con la ayuda de chismosos de esquina, copleros, congresistas atrevidos y empresarios desmotivados.
Pero la filantropía es un negocio vendedor. Y Medellín en aquellos tiempos también era solidaria y competitiva. Llegó marzo de 1983 y Escobar estaba en la cima filosa de la popularidad y el recelo. La Macarena fue el lugar perfecto para resumir el momento.
El cartel decía con un tono revelador: "Grandiosa corrida de beneficencia". Y no ahorraba en nada: "8 toros a muerte 8. Traídos directamente en avión desde Madrid". La corrida fue la más dura apuesta publicitaria del proyecto.
En la Sala Antioquia de la Biblioteca Piloto está el folleto de cuarenta páginas con la biografía de los rejoneadores, claves sobre la lidia a caballo y credo político de Medellín sin tugurios. En uno de los cinco puntos que pretendían responder a la malintencionada acusación de plata dudosa y populismo con chequera, se respondía de manera vehemente: "El hecho de que un ciudadano ejerza la política, no le impide realizar obras sociales, ojalá todos los movimientos políticos emprendieran campañas de esta naturaleza". Además, había dos curas detrás de la caridad, y seguramente la firma de un notario. La corrida no quería recoger fondos sino apoyo y visibilidad. Pablo Escobar no necesitaba plata para su "primer objetivo" de 2.000 viviendas. Eran apenas 400 millones. Y tenía el patrocinio de Bicicletas Osito.
Los hombres de a caballo eran reconocidos: Dayro Chica Arias, Fabio Ochoa Vásquez, Alberto Uribe Sierra (Q.E.P.D.) y Andrés Vélez Ochoa. Amigos de una causa común. Pablo Escobar todavía podía invitar a toda la ciudad a una fiesta armada por él y sus compinches. La manzanilla al cuadrado, la beneficencia y la miss Julie Pauline Sáenz eran irresistibles. La mafia era un folclor naciente.
Y sin embargo, faltaba un año, solo un año, para que Bayron de Jesús Velásquez e Iván Darío Guisao salieran en su Yamaha D.T. 175 en busca de Rodrigo Lara Bonilla. Era el momento de la otra fiesta armada.
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