"Dijimos que estilo es la manera de manifestarse. La gente no sabe que el estilo es una fatalidad, por ejemplo, la manera como se tuercen los sombreros que usamos; en ellos imprimimos nuestro sello, o sea, nuestras pasiones; hasta le damos nuestro olor; en la oscuridad sabemos cuáles son nuestros calzones y nuestro sombrero, por el olor, por la forma, etc. El mundo, a cada instante, es nuestro estado de conciencia. Por ejemplo, todo lo perteneciente a Eduardo Santos huele y tiene la forma de la hipócrita virtud; toda Colombia huele a El Tiempo. Oigan la manera como hablan los jovencitos desdentados que envían noticias desde ese periódico:
"Ayer nombraron por unanimidad a Eduardo Santos para director del liberalismo. A la salida del Senado, sólo el luto riguroso por la muerte de doña Polita libró al doctor Santos de ser conducido en hombros".
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"Las cosas se parecen a su dueño. Y El Tiempo ha sido, es y será idéntico al doctor Santos. El respeto al statu quo, el culto a los valores consagrados, el servicio a dos amos, las velas simultáneamente prendidas a Dios y al diablo, el oportunismo elevado a categoría de necesidad patriótica, la cobardía disfrazada de prudencia, el miedo a la verdad, la mentira ataviada con los ropajes de la discresión, las fórmulas eclécticas, las soluciones salomónicas, los tonos grises, las medias palabras, los eufemismos, las ambiguedades, fueron siempre las normas de conducta y, aplicándolas sistemáticamente, llegó a convertirse en una de las empresas más prósperas del país. Pero Santos, además, le infundió su personalidad a millones de sus compatriotas. Porque el santismo es un estado de alma colectivo. La gente sigue la línea de la menor resistencia. No habla porque es imprudente, no escribe porque es peligroso, no exige porque es inoportuno, no protesta porque es subversivo, no actúa porque es contraproducente. Y si se atreve a hablar, escribir o actuar, lo hace con reticencias y ambages que diluyen la idea y desvirtúan la intensión".
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