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Entre las tres portadas de la revista Time, la primera que anuncia la guerra global a la heroína, la segunda que reporta la primacía de Colombia en el tráfico de droga y la tercera que informa sobre la creciente popularidad de la cocaína, apenas pasaron diez años. La primera fue publicada en septiembre de 1972, la segunda en enero de 1979 y la tercera en julio de 1981. En estos diez años, los narcotraficantes colombianos se consolidaron como los principales exportadores de cocaína a los Estados Unidos. La historia empresarial en cuestión contiene varias sorpresas.
La guerra contra las drogas, que comenzó en 1971, disminuyó de manera sustancial la oferta de heroína en el mercado de los Estados Unidos. Paradójicamente la menor disponibilidad de heroína incrementó la demanda por cocaína, multiplicó el número de consumidores de una droga por entonces marginal, casi desconocida. La mayor demanda impulsó el tráfico del alcaloide, puso en movimiento un prospero negocio de exportación. Pero los primeros traficantes fueron, por decirlo de alguna manera, aficionados, empresarios de ocasión: hippies con ganas de plata, diplomáticos ambiciosos, amas de casa desesperadas, en fin, mulas de todos los pelambres.
En mayo de 1974, en uno de sus primeros informes sobre el tráfico de cocaína, El Tiempo reportó el arresto en el aeropuerto El Dorado de varios norteamericanos, argentinos, chilenos, italianos y venezolanos que intentaban embarcarse con cocaína hacia los Estados Unidos. Los traficantes de la época llegaban a Colombia por unos días, compraban la droga en Leticia o en alguna otra ciudad fronteriza y salían literalmente cargados con cocaína. Los colombianos eran un grupo más entre muchos otros grupos de diversas nacionalidades. "En el mapa mundial del trafico de drogas, Colombia es uno de los tres o cuatro países más importantes", informó el mismo diario El Tiempo por la misma época.Pero los colombianos fueron los primeros en innovar en el transporte y la distribución de cocaína. La flota Grancolombiana, que había servido para transportar el café, apoyó (involuntariamente digamos) este nuevo reglón de exportación. A mediados de los años setenta, un agente de la DEA señaló sin rodeos que "uno de los problemas grandes es que mucha droga viene en la flota Grancolombiana, cuyo dueño es el gobierno colombiano". El gobierno no estaba en el negocio por supuesto. Pero no tenía ni los medios (ni la intención) de impedirlo.
Los colombianos prevalecieron por cuenta de dos innovaciones complementarias: el uso de aviones cargueros y el reclutamiento de sus compatriotas inmigrantes para la distribución de la droga en las ciudades gringas.
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"Los narcotraficantes usan aviones remodelados de la Segunda Guerra Mundial debido a que son baratos, tienen amplio espacio de carga y tienen llantas largas, muy útiles para aterrizar en pistas de tierra", dijo otro agente de la DEA, experto en las lides del negocio. Por varios años, las Bahamas ofrecieron una estación transitoria (y providencial) en el camino definitivo hacia las costas de la Florida y Georgia. Entre 1978 y 1982, buena parte de la cocaína exportada por los ya prósperos traficantes colombianos pasó por cayo Norman, la famosa isla Carlos Ledher que revolucionó por siempre el tráfico de cocaína hacia los Estados Unidos.
A comienzos de los años ochenta, Jackson Heigths en Nueva York, ya era el epicentro del negocio. "El tráfico de cocaína está cada vez más controlado por los colombianos. Muchos viven en Queens y controlan el mercado al comienzo y al final, ya sacaron del negocio a casi todos sus competidores", dijo otro agente de la DEA, dedicado también al análisis empresarial. Pero la historia más interesante es quizá la de Central Falls, Rhode Island, un pequeño pueblo en el extremo nororiental de Estados Unidos. Desde 1980, la policía empezó a notar los primeros signos de opulencia. El pueblo se llenó de vehículos particulares con placas de Florida, Nueva York e Illinois. Las personas con ropa lujosa y joyas se convirtieron en una presencia habitual. Con el tiempo, la policía resolvió el misterio de aquella prosperidad súbita y sospechosa: Central Falls se había convertido en el centro del tráfico de cocaína de Nueva Inglaterra. Desde los años sesenta, muchos colombianos, casi todos provenientes de Medellín, habían migrado a Central Falls para trabajar en las centenarias textileras del pueblo. Estos migrantes fueron claves en la consolidación de las redes de distribución de la droga. Los negocios de alto riesgo necesitan de lealtades lingüísticas y culturales. En 1985, una tercera parte de los habitantes de Central Falls eran colombianos. Por entonces ya no todos trabajaban en la industria textil.
La consolidación de Colombia como el primer exportador de cocaína cambió para siempre la historia contemporánea del país. Disparó la violencia, corrompió la política, debilitó las instituciones, "rompió la tradición, transformó las costumbres sociales, reestructuró la moral, el pensamiento y las expectativas", etc. Resulta paradójico (o incluso trágico) que toda esta historia hubiese comenzado como un éxito de logística, como una exitosa operación de transporte y distribución. En Central Falls, Jackson Heigths y otros enclaves colombianos se definió parcialmente la historia reciente de este país.
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