El reconocimiento, la admiración y una fama en constante efervescencia acompañaron a Louis Armstrong a partir de los veinte años de edad. Su condición de súper estrella era totalmente merecida, aunque fácilmente soportable en el día a día. El moderno Orfeo no sería destrozado por las arpías. Su lugar sería tomado por los fans apelotonados a la entrada y Salida de cada club, los periodistas y los fotógrafos, los buscadores de autógrafos, los mirones profesionales o amateurs, las huestes de «amigos y familiares» que le exigían ayuda financiera y favores, los chantajistas, los psicópatas y los conspiradores. Así que el encantador y afable Satchmo1 no tuvo más remedio que erigir un muro de secretarias y recurrir a los poderosos bíceps de un guardaespaldas para defenderse de su propia popularidad y poder trabajar en paz... Naturalmente, no es una situación agradable y provoca que el carácter del individuo se haga más agrio. Pero, claro, más tarde el mundo descubre en qué se ha convertido su ídolo y Io utiliza contra él. Sus antiguos amigos, esos que todavía recuerdan al ídolo de antaño, consideran esto del todo imperdonable. Y abiertamente reniegan de tristeza en público: se le han subido los humos a la cabeza, ha perdido el control, en fin, la historia de siempre. No puedo dejar de pensar que Armstrong escribió (o, mejor dicho, dictó) sus memorias con la mirada puesta en todas esas personas y el firme propósito de reblandecerlas y camelarlas. "¡Eh, vosotros! escuchad —parece decir en la primera página— todos esos que vivís en Nueva Orleáns, negros o blancos incluso, vivos o ya muertos, nunca perdí la cabeza, nunca me olvidé de vosotros: leed y disfrutad de estas buenas palabras que tengo guardadas para vosotros, aunque en el fondo sepáis que no son ciertas.
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Y para la mayoría de vosotros, músicos amigos míos a los que no siempre os fueron bien las cosas, no solamente recordaré vuestros nombres y apodos, sino que también pagaré un solemne tributo a vuestras dotes musicales, en ocasiones, superiores a las mías incluso, y diré que si algo se, a buen seguro que lo aprendí de vosotros. Simplemente tuve suerte, aunque a veces esto también suponga un incordio para mí; así que humildemente os pido vuestro perdón por si acaso...".
Este es el tono de las memorias. Noble y conmovedor. Pero, ¿sincero? No seamos mezquinos. Buscar sinceridad en unas memorias carece de sentido. Mejor sería preguntarse qué versión de uno mismo y del mundo ha escogido el autor, dado que siempre hay posibilidad de elegir. Por lo que siempre se está a tiempo de tirar de pluma con tal de no tener una buena palabra con nadie.
1. Satchmo es uno de los nombres por los que era conocido" : Louis Armstrong. (N. del T)
Mi vida en Nueva Orleáns, Louis Armstrong, traducción del inglés (muy buena) de Stefan Zondek. Cracovia: Polskie Wyclawníctwo Muzyczne, 1974.
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