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Número 31 - Febrero de 2012     

Artículos
La fundación de un territorio indígena
Carlos Augusto Salazar J.
La fundación de un territorio indígena
 

No todas las comunidades fundan sus territorios con marcas siniestras en los postes de luz; algunas —las más ancestrales— los levantan sobre aventuras históricas, mitologías y sueños. Para la muestra este texto, basado en un testimonio del jaibaná Florentino Chamí sobre la colonización y fundación del Territorio Indígena Embera de Gengadó y Patadó, en el Río Atrato.
Jaibaná embera del Río Patadó, Vigía del Fuerte

Corrían los últimos años del siglo XIX cuando el abuelo José Degaiza emigró desde la Serranía del Baudó, Chocó, hasta un pequeño río en la cuenca media del Atrato, en tierras de Urrao; tierras que un siglo después formarían parte del municipio de Vigía del Fuerte, en el Departamento de Antioquia. En aquellos tiempos, grupos de familias indígenas y negras se encontraban en un proceso expansivo por los territorios de la región del Pacífico y el Atrato, aprovechando una frontera abierta y una abundante oferta de recursos naturales. Este era un ciclo recurrente para los indígenas emberas en miles de años, fundando territorios a través de la selva húmeda bajo la guía de sus jaibanás o líderes espirituales.

Territorio indígena

José Degaiza estaba acompañado de su hijo Pompilio y del amigo Dokeravi Siniguí; todos eran jaibanás de reconocido prestigio en el Baudó. Hicieron la travesía contando con medios y ayudas mínimas: una buena canoa con palancas y canaletes, escopeta, hacha y machete, pescado ahumado y plátano asado de fiambre, y brea de monte para armar un fogón: cosas que nunca deben faltar en la selva y menos en una expedición. Pero este era un viaje especial, por lo que José en su equipaje llevaba sus bastones de jaibaná. Desde el Baudó tomaron rumbo en dirección occidental hacia el río Buey y por este llegaron hasta el Atrato; continuaron aguas abajo explorando varios ríos como el Amé y el Arquía, que descartaron porque ya estaban habitados por familias indígenas y negras; y el Buchadó no les gustó porque estaba infestado de zancudos.

Luego encontraron otro río que vertía sus aguas al Atrato en su margen oriental, y a orillas de su desembocadura establecieron un campamento provisional para organizar el recorrido de exploración. En una jornada río arriba, cortando árboles caídos y superando obstáculos, finalmente llegaron a un charco con pescado y, como la mayoría de la pesca obtenida fueron barbudos, denominaron el sitio Punto Barbudero. Al día siguiente, José comentó al grupo que la noche anterior había soñado que en el río había serpientes, peces, fieras y otros animales con forma de vaca y de hombres que había que controlar para poder avanzar en la exploración. Esa misma noche hizo un canto de jai —canto de espíritus— para controlar los espíritus de los animales. Al día siguiente hicieron el recorrido por el río, sin tropiezos, y al final de la tarde descansaron a orillas de una quebrada donde había una piedra en forma de caldero y bautizaron la quebrada como Cugurudozaqué (quebrada caldero), y allí levantaron un tambo o casa provisional.

Después de cinco días de ardua colonización del río, enviaron una comisión hasta el río Murrí para obtener semillas de plátano. Encontraron una familia negra que los acogió amablemente y acordaron intercambiar las semillas por trabajo, por lo que los indígenas trabajaron allí tres días. 

De regreso al campamento hicieron una socola o despeje del bosque y sembraron las semillas de plátano y maíz que José había traído del Baudó. Como ya habían logrado establecerse en el río, José y su hijo regresaron al Baudó para traer sus familias y otros amigos.

Retornaron a Cugurudozaqué al cabo de cuatro meses, cuando el maíz ya ofrecía una abundante cosecha y el plátano requería de una buena limpia. Construyeron sus viviendas a la orilla del río, guardando prudente distancia entre ellas. Era tiempo de verano y el río adquirió un color extraño que para el jaibaná José se parecía a la mancha del plátano, por lo que lo bautizó Patadó; para él, esa palabra expresaba el color de las aguas del río.

En los meses posteriores, el jaibaná José terminó la fundación de toda la cuenca del río y de otros ríos vecinos como el Tadó (río salado o río de sal) y Gengadó (río del chontaduro). Las familias podían cultivar, cazar, pescar y hacer recorridos por la selva, sin ser molestados o agredidos por las fieras o por los espíritus del bosque. Así bautizó las otras quebradas, como Yerredé (casa del mono cotudo), Pichí (casa del pájaro) y Damadó (río de la culebra), entre otras. También quedaron demarcados en las cabeceras de los ríos, en algunos charcos y en las colinas los jaidé (casas de los espíritus) o lugares sagrados, sitios de especial significado simbólico e importancia En los meses posteriores, el jaibaná José terminó la fundación de toda la cuenca del río y de otros ríos vecinos como el Tadó (río salado o río de sal) y Gengadó (río del chontaduro). Las familias podían cultivar, cazar, pescar y hacer recorridos por la selva, sin ser molestados o agredidos por las fieras o por los espíritus del bosque. Así bautizó las otras quebradas, como Yerredé (casa del mono cotudo), Pichí (casa del pájaro) y Damadó (río de la culebra), entre otras. También quedaron demarcados en las cabeceras de los ríos, en algunos charcos y en las colinas los jaidé (casas de los espíritus) o lugares sagrados, sitios de especial significado simbólico e importancia natural para la conservación de las especies, que deben ser protegidos por los embera.

En los tiempos actuales, al viajar por tierra o aire por el occidente antioqueño o Urabá, o por el Pacífico colombiano, nos encontramos con cientos de ríos y lugares con nombres emberas. Así, en un recorrido entre Medellín y Urabá, al atravesar el límite entre Dabeiba y Mutatá, se cruza el río Tasidó, que se traduce también como río de la sal; más adelante está el río Bedó (río del maíz) y, entre muchos otros encontramos a Chigorodó (río de la guadua) y Apartadó (río del plátano). En un mapa de Colombia podemos observar desde el Río Uré —que literalmente significa temblor, debido a que en esta región de Córdoba la gente se enferma de paludismo y sufre de escalofríos o temblores— hasta el río Juradó, en la frontera con Panamá, cuyo nombre significa río de los enemigos y da cuenta de disputas territoriales entre distintos pueblos indígenas. Todos esos territorios han sido habitados tradicionalmente por el pueblo indígena embera. La Comisión Corográfica, dirigida por el General Agustín Codazzi, integró esos nombres al mapa oficial de la República de Colombia, haciendo así un importante reconocimiento de los territorios y la cultura indígena. UC

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