La vuelta a El Mundo en los ochenta
Juan Fernando Ramírez Arango. Fotografías: Archivo El Mundo
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A propósito del fin de El Mundo, periódico de Medellín del que solo he sido lector de archivo, de sus ejemplares ochenteros, vale la pena recordar algunas de sus notas más relevantes de esa década.
En 1980, por ejemplo, a través de una columna firmada por Focus, aparecería el primer registro escrito del término mágico: “Todo el mundo sabe dónde están los mágicos, dónde viven, qué negocio tienen y cuáles son sus matones, cómo se mueven. Y no pasa nada. Todo el mundo sabe dónde se consiguen los asesinos a sueldo, cuánto cobran, quiénes son, y no pasa nada… Esta realidad cogió ventaja”. Mágico, según el Diccionario de parlache, significa, por supuesto, mafioso. Mágico, escribió Alonso Salazar en La parábola de Pablo, “quizás sea una asociación de mafioso y milagroso, el que todo lo puede, o que aparece de repente, el emergente: el narcotráfico propició la insurrección de sectores plebeyos que protagonizaron una profunda transformación de Medellín y del país, que un escritor llamó revolución sin filósofos”.
Un año después, en 1981, El Mundo sería el primer periódico en registrar uno de los letreros más icónicos de la Medellín de los ochenta, sí, “Prohibido arrojar muertos aquí”, con una multa capicúa de 111 pesos. La foto del letrero iba acompañada por el siguiente pie de foto: “Esta valla, que encierra una dolorosa verdad y soporta una cruel ironía, fue colocada en la carretera a Boquerón, en predios de la finca San Antonio, al parecer perteneciente a Regina 11. Antes había un anuncio de Pastas La Muñeca. ¿Qué opina?”.
Finalizando esa misma vuelta al sol, El Mundo haría la mejor cobertura de uno de los hechos más impactantes de esa década, el de la monja en situación de discapacidad incinerada por encapuchados afuera de la Universidad de Antioquia. La cobertura sería tan exhaustiva que, un par de días más tarde, ese periódico publicaría apartes de una carta reciente de la monja remitida a Cristo, en la que le comunicaba su pronta muerte: “Sé que voy a morir joven”. Tenía cuarenta años.
Un año después, en 1982, Alberto Aguirre, la mejor pluma de El Mundo, publicaría una de sus mejores columnas, que abriría así: “No hay remedio, somos provincianos. Qué barahúnda la que se armó porque Time, una revista gringa, al hablar del Mundial-86, dijo que era improbable su realización en Colombia, ‘esa menuda república de coca y de café’… La cosa no es para tanto. Por lo primero, esa revista no es el tribunal supremo, ni el supremo inquisidor. Una publicación como cualquier otra. Además, esos son los signos básicos de este país, los que nos significan: el café suave de nuestras laderas templadas aroma el mundo, y la coca que desde aquí se lanza, lo obnubila. Somos coqueros tan tenaces, que tenemos a raya, en el propio Nueva York, a la mafia siciliana”.
Un año después, en 1983, El Mundo publicaría uno de sus artículos más citados: “Al oponerse a secuestro en San Roque, muerto Alberto Uribe Sierra”. Título seguido por el siguiente subtítulo: “Heridos sus hijos Santiago y María Isabel, y el piloto de helicóptero Bernardo Rivera”. Es uno de los más citados por este aparte consonante que vincula a Álvaro Uribe Vélez con Pablo Escobar: “Desde Medellín había salido a las 6:45 PM un moderno helicóptero, de propiedad de Pablo Escobar, al mando de Jaime Sandoval, con el propósito de traer de urgencia a Santiago a esta ciudad, para ser internado en una clínica. El permiso especial fue otorgado por la Aerocivil, a petición del ex director de esa dependencia y ex alcalde de Medellín, Álvaro Uribe Vélez, por tratarse de un caso de urgencia y porque el aparato está equipado con sofisticados equipos electrónicos y radar”.
Un año después, en 1984, en su suplemento Siempre en Domingo, El Mundo publicaría una crónica titulada “La muerte me tiene miedo”, que inspiraría el primer guion de Rodrigo D, protagonizada por Rodrigo Alonso Arango Restrepo, de veintiún años, quien subiría hasta el piso 20 del Banco de Londres, en pleno Parque Berrío, corazón de Medellín, con la intención de lanzarse al vacío a través de la primera ventana de esa planta. Sin embargo, una vez allí, antes de dar el salto al más allá, una empleada de la Seccional de Salud de Antioquia, de nombre de pila Constanza, que le recordaría a Rodrigo Alonso a su difunta madre, fallecida meses atrás, en julio de ese mismo año, lo distraería durante cuarenta minutos hasta que un puñado de policías lograría echarle mano. La crónica iniciaría con esta descripción de Rodrigo Alonso: “Es un hombre impasible y enigmático, no parece angustiado, ni cansado, ni desesperado, aunque siempre tiene una extraña humedad en los ojos”. Y culminaría con una promesa del protagonista encadenada al día de la muerte de su madre y a todos los viernes por venir: “La cucha se murió un viernes, y le juro, yo me muero un viernes”.
Un año después, en 1985, El Mundo publicaría “S.O.S desde Bellavista”, la legendaria pentalogía de crónicas de Ricardo Aricapa acerca de la mundología de esa cárcel. En el título de la quinta entrega, por ejemplo, aparecería el registro escrito más antiguo de parcero, la forma de tratamiento para referirse a un amigo cercano: “Un Parcerito del cuarto y una Chica del noveno”. Registro que se repetiría en el pie de foto: “Carlos Robeiro Valencia Gómez, alias El Parcerito, uno de los duros del patio cuarto. Tiene más entradas a Bellavista que años de edad”. Tenía diecisiete años y veintidós entradas, todas por robo, era de Manrique, el mayor de ocho hermanos huérfanos de padre.
Finalizando esa misma vuelta al sol, El Mundo sería el único periódico del país que reproduciría en su titular de portada las siguientes palabras del presidente Belisario Betancur: “Ojalá las Farc lleguen al Congreso”. Palabras emitidas a través de Caracol Radio desde Lima, donde asistía a la posesión de su homólogo peruano Alan García, y que se extenderían en el cuerpo de la nota: “Ojalá varios dirigentes de las Farc lleguen al Senado y a la Cámara, porque eso querrá decir que en ese momento cambiarán la dialéctica detonante por la otra dialéctica, la de los mecanismos de persuasión… Es más importante ver a Tirofijo en el Congreso que en la guerrilla”.
Un año después, en 1986, El Mundo publicaría una de las primeras definiciones conocidas de sicario, escrita por el general Maza Márquez, por entonces director del DAS: “A diferencia de lo que ocurre en otros países, en los cuales la actividad terrorista la asumen personas adultas, en el terrorismo selectivo de hoy, en Colombia, se utiliza la inmadurez e irresponsable osadía de los adolescentes y aun de los inimputables. Con inusitada frecuencia el ejecutor material, quien acciona el arma, está entre los 15 y los 19 años. Estos son los llamados sicarios. Constituidos por grupos de jóvenes, que inicialmente operaban en motocicleta, patrocinados por el narcotráfico para cobrar cuentas pendientes”. Definición con la que se empezaría a dejar atrás la expresión más usada por los medios para referirse a los sicarios, esto es, “asesino de la moto”, que hoy sobrevive marginalmente bajo el acortamiento “los de la moto”.
Un año después, en 1987, El Mundo publicaría uno de los primeros artículos sobre la cultura de la violencia circunscrita al plata o plomo de Medellín, en expansión por Colombia, a cargo de Álvaro Tirado Mejía: “Con el boom del dinero se impusieron en poco tiempo patrones diferentes a los de la solidaridad. La figura ideal es la de aquel que logra el éxito económico rápidamente, por cualquier medio, imponiéndose como el más fuerte, en una competencia a muerte. Héroe es el que se burla de la ley, el que con arrogancia cuenta que defraudó al Estado en sus obligaciones impositivas, quien se pasa un semáforo en rojo y desdeñosamente mira por la ventanilla de su potente automóvil al conductor que, ingenuo, todavía espera la señal de verde para proseguir”.
Un año después, en 1988, El Mundo haría el mejor cubrimiento del carrobomba contra el edificio Mónaco, encabezado por este titular: “Como si estuviéramos en Beirut”, capital del Líbano, en plena guerra civil. Titular del que surgiría un neologismo verbal, “beirutizar”, que anticiparía las 184 bombas que explotarían en Medellín desde ese momento hasta la muerte de Pablo Escobar Gaviria, y portadas de revistas como Semana tituladas así: “¿Guerra civil en Medellín?”.
Finalmente, un año después, en 1989, El Mundo publicaría estas palabras de Gabriel García Márquez con respecto a la guerra que vivía Medellín y el resto del país: “Todo esto hace pensar que la guerra será larga, ruinosa y sin porvenir. Y lo peor de todo: sin alternativas. A no ser que surja alguna imprevista y feliz: uno de esos disparates que tantas veces salvaron a la América Latina de la disolución final. Si no es el diálogo, podría ser cualquier otra cosa a condición de que no cueste la vida de nadie. No sea que antes de que termine la guerra de nunca acabar, se nos acabe el país. Este es, por desgracia, el único presagio alentador que se me ocurre para no terminar con una conclusión catastrófica”.
Posdata 1: La última foto que acompaña este artículo, una de las portadas más recordadas de El Mundo y más representativas de la época, corresponde al punto medio de esas 184 bombas, la 92, accionada el 28 de junio de 1990, frente a la estación de Policía de Los Libertadores, en plena avenida Regional, dejando un saldo de trece muertos, 32 heridos y decisiete carros destruidos.
Posdata 2: En el pie de foto de esa foto de portada se lee lo siguiente: “La tragedia que vive Medellín quedó patentizada en el profundo dolor que aquí soporta el senador liberal Jorge Iván Posada, quien perdió a su esposa y a un niño, en tanto su pequeña hija se debate entre la vida y la muerte. También murió la periodista Miriam Nassa”.