CAÍDO DEL ZARZO
ENTRE BARDOS
Elkin Obregón S.
Rubén Darío, que tantas puertas abrió, recordó también a sus cofrades que aún había espacio en el mundo para la poesía narrativa. Predicando con el ejemplo, escribió Los motivos del lobo, una hermosa fábula cuya magia —en el caso personal de este cronista— le permitió sobrevivir a la obligación de aprenderla de memoria, allá en los idos de su bachillerato.
El ejemplo del nicaragüense fue atendido por poetas de este y el otro lado del mar. Entre ellos, y quizás los que mejor lo hicieron, los hermanos Machado, Manuel y Antonio; cada uno a su manera, los dos eligieron a Castilla como escenario de sus historias. En su poema Castilla, Manuel recuerda el destierro del Cid Campeador: “Por la terrible estepa castellana, / al destierro con doce de los suyos / —polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga”. Para narrar con gran sobriedad una bella anécdota que retrata, de una vez por todas, el carácter del héroe.
El poema de Antonio, La tierra de Alvargonzález, es un romance de noble cepa, inspirado en un episodio o leyenda que el poeta oyó relatar en un viaje por tierras de Soria. De hecho, Machado escribió dos versiones, una en verso y otra en prosa (caso bien extraño, si no único, en los anales de la poesía). Narra un hecho de venganza, con algo o mucho de fatalismo: “Mucha sangre de Caín / tiene la gente labriega…”.
Acaba aquí el tema, al menos por hoy. Aprovechando los arriba nombrados, se busca deshacer un entuerto.
Y es este: de las muchas citas falsas atribuidas a Borges, una de las más falsas es aquella según la cual, interrogado sobre la obra de los dos Machado, el argentino habría dicho: “No sabía que Manuel tenía un hermano”. No ironizaba así Borges, lector amigo, su humor era de mejores vuelos. Lo que sí afirmaba, cuando el tema salía a flote, era su admiración por los dos; aunque, matizaba, prefería “el andalucismo universal” de Manuel al “localismo castellano” de Antonio. En fin. Pero además debe añadirse otra frase suya sobre Antonio, escrita en el prólogo a un libro de Siruela: “Mi memoria está llena de sus versos”. Caso cerrado.