El sistema radial de Todelar, desde La voz del Río Grande, emitió durante años, de lunes a viernes entre las 5:30 y las 6:00 p. m., las aventuras de Kalimán, el hombre increíble. La voz de Kalimán la interpretaba Gaspar Ospina, una de las figuras más famosas de la radio colombiana. Pero este superhéroe extraño también aparecía en un cómic tipo folletín que se vendía a cinco pesos y salía cada jueves.
Kalimán, como buena parte de nuestra cultura popular, venía de México. Hizo su aparición en la radio en 1963 y dos años después, en formato de historieta. A Colombia llegó al poco tiempo y desde aquí se exportó a casi toda América del Sur. Lo curioso es que era todo menos nuestro: para empezar usaba un atuendo orientalísimo, como sacado de Las mil y una noches, incluido un turbante con una gema preciosa que de lo roja debía ser un rubí. Era una mezcla de príncipe, mago, justiciero y mesías; el último heredero de una mística dinastía de hombres que luchaban por el bien, qué tal que no.
Sus orígenes fueron un misterio, pero en cada entrega se revelaba con cuentagotas su formación abigarrada: con guerreros mongoles, con lamas tibetanos, con piratas en el océano Índico, y hasta explorando el África. Aquí y allá adquirió poderes. Porque Kalimán no usaba armas; la daga al cinturón era solo un adorno ritual. Lo suyo era la agilidad gimnástica y los dardos tranquilizadores fabricados por él mismo con hierbas narcóticas. Y lo mejor: usaba el poder de la mente. “Quien domina la mente, lo domina todo”, le decía a Solín, su compañero y aprendiz. La telepatía, la telekinesis, el hipnotismo, el desdoblamiento, la levitación, la visión a distancia del “tercer ojo” eran sus poderes. El actus mortis, detener a voluntad las funciones vitales del cuerpo para hacerse pasar por muerto, lo salvó en varias viñetas.