CAÍDO DEL ZARZO
FANTASMAGORÍAS
Elkin Obregón S.
Una: Acababa de releer la inmortal Christmas carol de Charles Dickens. En ese justo momento surgió ante mí el Fantasma del Futuro, quien me hizo una oferta fuera de texto.
—Te concedo un deseo —dijo—, algo que siempre hayas deseado. Elige bien, pues solo es uno.
Debía meditarlo con calma, una mala opción podría tener consecuencias lamentables (muchas historias lo comprueban), así que pedí un plazo prudencial.
—Entenderás que debo pensarlo; por favor, vuelve mañana.
El fantasma hizo una reverencia victoriana, y se marchó.
Era de noche. Me armé de lápiz y papel, y anoté, sin ningún orden: talento musical; sobre todo, para el piano; pianista aceptable, de andar por casa. Secuela: cantante, con afinación y sin voz. Bailarín: ritmos antillanos, todos; nada de salsa. Novelista, autor de libros de misterio; enigma puro, sin fondo social. Alcancé a escribir otros ítems, con mano ya temblorosa: torero, titiritero, cocinero; y otros más, que el pudor me aconseja callar. Amanecía cuando regresó el fantasma. Le señalé en silencio mi elección final. Después de leerla, la aparición suspiró.
—La tienes desde hace muchos años en tu jardín. Qué quieres que te diga, mi obligación termina aquí.
Hurgué con dificultad en las ruinas de mi memoria.
—¿El pájaro azul, supongo?
El fantasma asintió:
—Un azul bastante desvaído, por cierto. Adiós.
Creí advertir en su tono algo levemente amenazante. Iba a replicarle, pero se esfumó ante mis ojos.
“Es como en los restaurantes”, pensé. “Siempre se arrepiente uno del plato pedido. Debí haber dicho pianista”.
Dos: Fantasmas del ayer.
Sí, es el nombre de una canción. Los poetas de cuello blanco prefieren otras frases, a su juicio de mejor familia; pero me quedo con esta, si pienso en el artefacto que se ingenió Pablo Castillo (quien vino a mi zarzo en compañía de Andrea Lara, su colega en el fáustico empeño de revivir la presencia de nuestros viejos teatros, para siempre desaparecidos). Castillo lleva un buen número de años —de investigación, de creatividad— elaborando esa obra en marcha que me mostró: miras por una especie de binocular, y te topas, en 3D y profusión de enfoques, con las veras salas de los teatros Bolívar y Junín, en mala hora demolidos. Castillo, por supuesto, no pudo conocerlos; pero su admirable trabajo logra transportarte con temible solvencia a aquellos inexistentes recintos, hayas tenido o no el provecto placer de haberlos pisado alguna vez.
P. D. De Evocación, poema de cuello blanco (Sandra Uribe):
El alma sublevada / y la rosa que evoca el vacío de la espina.
Tampoco está mal.