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Número 30 - Diciembre de 2011  

Artículos
Aquellos diciembres
Una historia que pudo ser otra
Elkin Restrepo
Del pesebre al Spórting
Del otro mundo
Una historia que pudo ser otra

pesebreLa noticia alteró el ánimo de Herodes "El Glande", aunque había quienes en la corte no cesaban de repetirle que los rumores eran infundados. En algún lugar del reino había nacido el verdadero Rey de reyes, convirtiéndolo a él, por simple sustracción de materia, en un usurpador. Eso decían los rumores, rumores que lo llevaban a mesarse las barbas en actitud reflexiva, mientras miraba el brumoso mar Muerto desde su palacio de invierno. Si eso era así, mil y una preocupaciones lo esperaban, algo que lo distraería de sus deberes con su mujer Marian, a quien precisamente en ese momento las sulfurosas brisas marinas que entraban por el ventanal, le desceñían la túnica, echada allí sobre el jergón traído de Egipto, al cual se le reconocían poderes mágicos capaces de convertir a un gatito en una fiera y a una fiera en un gatito.

"Glande", que era como lo llamaba en la intimidad, "aparta tanta pesadumbre y ven a mi lado". Y Marian dejaba deslizar aún más la túnica, mostrándose cual era, una criatura divina frente a la que Herodes sucumbía sin pensarlo dos veces.

Era noche temprana cuando los astrólogos de palacio señalaron que esa nueva y vistosa estrella recién aparecida sobre el cielo judío llenaba de presagios el orden de la existencia. Una aseveración que descompuso al Glande hasta el punto de llamar ramera y puta a su mujer sin ninguna razón, sólo por distraerlo de sus otras tareas. Cabe acá una observación: irritado por este tipo de demandas reiteradas, Herodes no tardó en mandarla matar, reemplazándola por diez esposas, que jamás perturbaron sus oficios de estado a pesar del número, ni lo llamaron "glande" en las tibiezas del aposento; que, como extravagancia suma, iban muy bien para mostrar poderío allí donde, para no hablar de personas, reinaba la decadencia. El rey, era un hecho, se hacía viejo.

Herodes pronto concluyó que aquella insidiosa estrella que apuntaba en el cielo, tenía que ver con él y la salud de su reino. Se trataba de una luz enemiga que parpadeaba y hacía guiños a alguien diferente, a quien tenía que descubrir y eliminar antes de que fuera demasiado tarde. La estrella insistía: el gran Rey de los judíos había nacido en aquellos parajes y lo más aconsejable era tomar muy en serio el acontecimiento.

Los Reyes Magos quienes, motivados por la buena nueva, querían saludarlo a su paso por Jerusalén, fueron desviados por un ángel sabelotodo, lo que empeoró los nervios del déspota. Tomar medidas, sin embargo, no se hizo fácil. La explosión demográfica hacía muy difícil saber quién era quién y es sabido que los niños judíos son todos igual de feos, ¿cómo dar entonces con el intrigante?

Bueno, conocemos la historia.

Herodes nunca supo que sus temores obedecían a un error de interpretación del mensaje. La estrella se refería a otro reino, al de los cielos, no al suyo que él podía seguir disfrutando. Su ceguera hermenéutica terminó bajándolo del pedestal de la historia, por lo menos de ésta, hecho un hazmerreír frente a sus hablantinosas esposas que siempre llamaron a esto, aquello, y a aquello, esto, con algo de razón, es de suponer, pues Herodes ya no era Herodes. Quizá esto explique por qué su protagonismo sea ninguno en esta superproducción planetaria que para efectos de consumo y borrachera llaman Navidad. Otra hubiera sido la historia si Herodes, en defensa de lo legítimamente suyo, hubiera actuado con resultados más efectivos y hecho lo debido. UC

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