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Número 30 - Diciembre de 2011  

Artículos
M(u)Y LORD
Guillermo Zuluaga Ceballos

M(u)Y LORD

En los estantes y vitrinas se observan candelas norteamericanas Zippo, navajas suizas Victorinox; pipas del mediterráneo árbol de brezo y relojes Phillipe Amiel. También bien colgadas se encuentran corbatas Beatles, de Inglaterra, y brochas para la afeitada con pelo de tejón, traídas del viejo continente. De todo como en botica; pero según Hernando Castro, su administrador, y según otros lo que más se ve no es tan visible: “clase y buen gusto”.

M(u)Y LORD

El local tiene un pomposo nombre: Sastrería Lord, pero es de escasos 60 metros cuadrados: un mezanine y una pequeña bodega, al fondo del añoso y céntrico pasaje comercial Astoria. “Es el último sitio digno que tiene el centro”, me dijo un nostálgico abogado e historiador. Comentario más de un nostálgico que de un historiador. Pero cuando se llega al sitio se le da la razón pues allí siempre sonará música clásica y en los atiborrados pero bien puestos estantes se encuentran además lapiceros Sheafer, la exclusiva, clásica y muy gringa loción Old Spice, cajas con mancuernas, carros y aviones a escala, bastones y corbatas de todas las clases y colores, y cuanto adorno para escritorio quepa en la mente o en la curiosidad del visitante. O en el escritorio de un fanático de los adornos.

Hernando, un hombre de voz muy gruesa y de cuidados modales atiende mi curiosidad de reportero con el orgullo de quienes se paran detrás del mostrador:
“Yo vendo lo que la otra gente no”. Dice Hernando como razón de su éxito y enseguida me exhibe las cifras de sus sastrería para clientes distintos y distinguidos:
“En el Lord encuentras 100 diferentes clases de paños para vestidos. Y mínimo 100 diferentes telas para camisa de popelina italiana”.
El Lord se ha ganado un espacio en cuanto a confección y venta de paños ingleses traídos de Italia: “Son made in Italy porque allá es más barata la mano de obra”, aclara.

Un lord de antes

El primer almacén Lord nació como muchos importantes de esta ciudad en el Parque Berrío, en 1933. Su padre fue Ignacio Jaramillo Vieira. El sitio de su fundación es cercano a donde ahora se enseñorea la Gorda de Botero, no tan bien vestida como los clientes del Lord.

Doce años más tarde, en 1945, Julio Alberto Botero compró la sastrería como una forma de invertir pues sus intereses eran litigios judiciales y hatos ganaderos. Entonces llamó a administrar a don Roberto Valencia Jaramillo, un joven con pinta de dandy que recién se instalaba en la ciudad.

El negocio prosperó como muchos señores y negocios del Parque Berrío de ese entonces, pero en 1965 don Julio se lo vendió a don Roberto su empleado. Ya para entonces los Lores eran dos: uno en Colombia y otro en la Calle Boyacá, 12 empleados se encargaban de los trajes y la atención a la clientela.

Con el ensanche de los almacenes Ley murió el primer Lord, el de Colombia. En noviembre de 1965 se fundó el pasaje Astoria y el febrero siguiente compró local don Roberto:
“No creían en estos pasajes y cuando don Roberto se vino para acá, le dijeron que iba para el Túnel de la Quiebra. Pero él sonrió y acá estuvo hasta el 23 de junio de 2011, su último día de trabajo.”

En el 65 se hizo socio de César Pasmiño que era el mejor sastre de la época pero luego Don Roberto también le compró su parte. Desde entonces don Roberto, él y su almacén, fueron el único Lord del centro.

“Muy Lord para estas tierras”

Una figura enhiesta caminaba hasta hace poco por la Avenida La Playa. Con su cabello gris de abuelo noble al rape, vestido azul oscuro de raya tiza y su infaltable pañuelo azul claro en el bolsillo del saco; zapatos negros brillantes y un paraguas que usaba como bastón para darle firmeza a sus pasos al cruzar la Oriental. Fue por mucho tiempo una de las estampas del centro, todo alto, todo serio, con su saludo amable y ceremonioso. Este lord antioqueño nació en Concepción en 1924. Y cómo no habría de ser un lord, este descendiente de Córdoba; hijo de Nancianceno Valencia quien formó familia en La Concha y Santo Domingo; y hermano de Jorge Valencia Jaramillo, ex alcalde de Medellín.

“Don Roberto era de mucha clase. Familia prestante. En su casa había dos Cruz de Boyacá”, relata Hernando Castro sin perder nunca una pizca de orgullo. “Y tenía elegancia hasta para sentarse. Nada de carrizos. Siempre en los restaurantes exigía servilleta de tela sino la había, se iba”.

Ese señorío de don Roberto siempre detrás de la vitrina fue admirable por quienes por casi 70 años lo observaron con sus trajes y su voz meliflua y amable como uno más de los objetos estilizados de su almacén. Quizá era el maniquí ideal para portar y poseer todos los objetos exhibidos.

De Sastres y “desastres”

Estar en el Lord es transportarse hacia otra ciudad y otros tiempos. Una época en que la ciudad giraba en torno a su centro con sus clubes sociales y sus templetes y sus despachos oficiales. Fue la época de esplendor del almacén.

”Lord vivió sus mejores años entre los cincuenta y los ochenta cuando en Junín no se veía nadie de sudadera y para entrar al Astor se usaba traje, incluso con sombrero, leontina, chaleco”, dice Hernando evocando esos tiempos en que casi no se podía caminar con tanto empleado en el local. Ahora solo queda un sastre de planta, dos pantaloneros y dos terminadores de sacos: llamados maestros de pecho, que trabajan a destajo en sus viviendas.

“Maestros de pecho” que no cosen un pantalón en estos tiempos como una especie de resistencia contra los tiempos de las maquilas. En el Lord se han esmerado por una puntada, por un botón bien puesto. Como dirían ellos, se han sacado un ojo, para que el vestido del doctor no se vea “desgolletado” (colgado).

“El último lord”

El 23 junio de 2011 luego de sus indicaciones a Hernando para el día siguiente y salir para su casa en las Torres de Bomboná, don Roberto dejó su Sastrería Lord para nunca volver. Un golpe en la cabeza tras una caída en su apartamento le causó un derrame cerebral que acabó vida de 87 junios. En algún medio se habló de la marcha del “último Lord”, pero el Lord sigue tan campante. Al frente sigue Hernando, el mismo que llegara en 1982 como mensajero y quien se fuera ganando el cariño de don Roberto, tanto que al terminar sus estudios universitarios, para que no se fuera, le propuso una participación de las ganancias.

“Cuando comencé, todo era paño inglés. El Lord manejaba altura, la misma que seguirá teniendo”. Altura que se mantiene hasta en los precios. Un vestido vale en promedio 700 mil pesos. No obstante el precio, los trajes a la medida siguen gustando.

“Aquí la mano de obra vale 560 mil pesos, porque a la gente le miden el vestido antes de coserlo definitivamente y por ello quieren un paño bueno. ¡No le vas a meter un paño de 10 mil!”

Aunque clase no se compra, mucha gente se hace Lord para fechas especiales como grados o matrimonios. O ejecutivos, que “mandan hacer hasta 10 vestidos cuando los nombran para cargos de renombre”.

“Una empresa muy reconocida los vende a 200 mil pero saca 500 vestidos iguales; mientras, uno del Lord, es como una artesanía”. Artesanía que casi siempre lleva marcada el nombre del propietario y por su puesto del Lord.

Hernando termina doliéndose de los tiempos de gobernador de bluyín: “Fajardo Nos quitó muchos clientes en su Alcaldía. Un día vino uno de nuestros clientes con tatuajes, camisilla… le pregunté que si se había salido del empleo y me dijo que ya no le exigían tanto saco”.

“Pero a mí me cae muy bien Fajardo”, aclara. Y enseguida cose su comentario: “!Pero voté por otros más clásicos!”.UC

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