Frente a los periódicos ingleses el presidente Santos volvió a mencionar el tema de la guerra contra las drogas. Dijo con una especie de convicción abúlica que si el mundo entero está de acuerdo con legalizar él no tendría ningún problema. Ya sabemos que en América Latina los argumentos sobre legalización son cosa de ex presidentes. El sentimiento de culpa propio de algunas víctimas es uno de nuestros complejos. Un día después el ministro Vargas Lleras fue un poco más allá en la Cámara de los Comunes: "Todas las naciones, productoras, de tránsito o consumidoras, tienen el derecho de ensayar nuevas soluciones según las características de la problemática en su territorio…"
Para muchos, Santos ha dejado caer una nueva audacia. Incluso algunos prohibicionistas convencidos, bajo el ala del ex presidente Uribe, creen que el gobierno arriesga credibilidad y debilita el ímpetu de policías y militares contra los narcos. Pero Santos no va a la vanguardia sino en los cómodos vagones de la mitad hacia atrás. El Presidente sabe que el 75% de los londinenses apoyan la legalización de la marihuana. Y su cuñado que es embajador en la capital inglesa le debe haber dicho en voz baja que en los barrios del Este de la ciudad existen bares donde se fuma hachís y marihuana marroquí con tranquilidad. Bares que se mudan cada tres meses con su público a cuestas. Porque mejor que un bar es un bar clandestino. Además la venta con receta médica ha abierto las puertas a un consumo más abierto y ha terminado por domesticar algunos prejuicios.
Pero Londres no es el ejemplo perfecto de cómo se debe pelear en esta guerra contra la inercia prohibicionista, que cumple 40 años girando en el sentido equivocado. Mientras la discusión en los grandes escenarios parece estancada por los temores políticos y la quietud conservadora, en los pequeños feudos se va rompiendo el anjeo poco a poco, se lucha con los códigos menores y el alicate de algunos abogados hedonistas. Las normas de los estados y condados gringos van legalizando, sin importar lo que diga Naciones Unidas o el Congreso en Washington.
El uso medicinal de la marihuana en muchos estados, sobre todo en California, se ha convertido en una legalización de facto. Los consultorios abren sus puertas en la noche del viernes y dos enfermeras provocativas ofrecen la certificación para los pacientes reales y los risueños: un dolor de espalda, una sencilla cefalea, un poco de estrés muscular son suficientes para obtener la "green card". Y las empresas han comenzado a crecer alrededor.
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Steve DeAngelo es el más prominente de los expendedores de marihuana de California. Según las reglas de hace 15 años sería un mafioso. Según las reglas de hoy es un ejemplo y una celebridad nacional. Un equipo de Discovery Channel lo ha seguido durante 11 meses para registrar cómo vive y trabaja el primer magnate legal de la marihuana en Estados Unidos. La guerra de las malezas, un programa sobre la vida, obra y milagros de un empresario del moño, se estrenó hace 15 días en la pantalla. El año pasado Herborside, su dispensario de hierba, vendió 22 millones de dólares. El estado de California recibió 2 millones en impuestos por mirar con buenos ojos el negocio de DeAngelo. Si lo mirara como la cueva de un mafioso no habría obtenido más que gastos y problemas.
Los policías de Oakland han terminado por convencerse. Una graciosa reunión entre DeAngelo, otros activistas y algunos cultivadores legales y un Sheriff de película lo demuestra. El policía de sombrero con estrella alienta a los asistentes a traer más cultivadores de marihuana a los registros legales. Necesitan llegar a 120 granjas. Es la única forma de conseguir recursos para que no echen a 8 oficiales, a punto de ser despedidos por problemas presupuestales. Al final policías y sembradores de hierba se aplauden mutuamente.
De modo que no queda tan fácil pensar en Santos como un hombre de avanzada. Es más bien un hombre de embajada, un diplomático, un político que busca unas frases que lo pongan en las páginas de los medios ingleses. Sobre todo cuando ha demostrado maneras liberales de puertas para afuera y políticas conservadoras al interior. Apoyó la ley de seguridad ciudadana que habla de cárcel para los consumidores y estuvo cerca de presentar un estatuto antinarcóticos que parecía redactado por un perro antidrogas.
Así que a pesar de los discursos seguimos en las mismas. Entre nosotros el Sargento Pascuas, un guerrillero en edad de sufrir los dolores de la artritis, es el jefe de franquicias en la producción de marihuana en el Cauca: la despensa nacional del humo blando. Y los cogollos ya valen más que la hoja de coca. Las discusiones etéreas en las cumbres internacionales son parte de la teoría. La práctica está en otros sitios.
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