Corría el año 2005 y la lluvia había caído implacable y fría sobre la población de La Tablaza y sobre el desteñido Festival Ancón, que se realizaba ante las miradas estupefactas y los oídos atormentados de campesinos desdentados. Descarga de guitarras. El estruendo poderoso e industrial de Neus hacia vibrar el escenario. Bañado por las luces y excitado como un guerrero, el vocalista lanzó al aire congelado de la tarde- noche una consigna desgarrada y contundente: ¡EL REGGAEEEETÓÓÓNNNN ESSSSSS SATÁÁÁÁ- NIIIICCCOOOOOO! Carcajadas desde el público y un rugido de aprobación se levantaron al cielo.
2011. El sol revienta sobre el asfalto de Medellín. Son las diez de la mañana. Un hombre de unos 48 años, negro, macizo y de estatura media, vende aguacates junto al semáforo, en un cruce de la Avenida Las Vegas, unos metros hacia el sur después del viaducto de la Aguacatala. Cubre su cabeza con una gorra desteñida. Viste una camiseta roja, básica. La camiseta no sería nada si no fuese por la leyenda descarnada que reza en su pecho y vientre, en letras blancas enormes: NO MÁS REGUETÓN. Yo no dejo de mirar y de sonreír mientras espero el cambio de luz roja a luz verde. En el asiento de atrás, mi hijo, de cinco años, me pide que le suba el volumen a la canción de Black Sabbath que acaba de comenzar en el MP3 del carro. El tipo de los aguacates y de la camiseta roja anti reggaetón se mueve como si nada y ofrece las frutas deliciosas. Su ojos son amarillentos y algo me dice que el tipo es buena gente, pero que su rostro se las ha tenido que ver con infamias de esas que la vida nos regala en cada esquina o detrás de algún matorral frondoso.
Reggaetón: No ha habido manifestación más bombardeada y más amada desde que el rock entró a este valle con su estruendo de rebeldía, paz, amor, satanismo, sexo, hierbas, seconales, polvos y otras drogas para la cabeza. Imagínense que hasta los rockeros la repudiamos… esos que somos adalides de la libertad, de la libre expresión y del importaculismo y no nos queremos enterar de lo que otros hagan con su fucking life… Lo que me mortifica un poco es que dicen que el reggaeton es un género musical procedente del reggae… y yo la verdad no logro sentir dónde demonios tiene el reggae una canción de Don Omar.
Dicen las malas lenguas que cuando el rock and roll apareció sobre la faz de la tierra y comenzó a conquistar los tiernos oídos de virginales niñas y de niñatos blanquiñosos, se le atacó porque era una música obscena… hecha por negros… con reiterativas alusiones sexuales en las letras y demasiado erotismo en las salas de baile.
Ni hablar del tango: cuchillos, puñales, putas, malevos, bajo y sucio mundo, además de sexo y machismo por todos los poros de la piel. Medellín, ciudad tanguera de Colombia. Recuerden que también se reza por montones.
Las líricas explícitas del reggaetón: sexo duro y sudoroso. Esas líricas asustan hasta al más open mind de los mortales, ( y si eres padre de una adolescente, a lo mejor te quieres pegar un balazo), pero ¿acaso no han escuchado canciones de ACDC? Uno de mis favoritos, claro. Ellos no te hablan del Espíritu Santo ni del sexo de los Ángeles Custodios. No. Ellos te hablan de sexo duro y sudoroso, too.
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Recordemos que estas tierras han sido dejadas a la mano del diablo en cuanto a colonizadores se refiere. En la escuela me enseñaron que La Niña, La Pinta y La Santamaría llegaron atestadas de rateros y convictos venidos del viejo mundo y liberados por la Reina. Ahora, una oleada de portorros es la que azota a Medellín, esparciendo el mal gusto musical y disfrutando de las chicas que les veneran. Y, claro, no olvidemos la oleada de rubios del norte y de Europa, que llegan con sus chancletas, sus malos olores y sus ganas de todo por la nariz. Siempre encontrarán eco en la contrariada y divertida sociedad del Valle de los misterios.
La tolerancia es una palabra que en Colombia es sólo eso, una palabra. Y como diría el poeta Juan Manuel Roca: ¿Para qué la palabra libertad, si está en boca del carcelero? Tolerancia: la palabreja esa está gastada y desgastada. Pasa es que mucha gente se las da de tolerante, y en esta ciudad no hay tal. Aún así, el respeto… creo que debemos respetar y simplemente taparnos las orejas o subir el volumen a las canciones que nos gustan.
Al principio llegué a pensar: esta cosa del regguetón es pasajera… como la lambada, el carrapicho y el baile del meneíto, que nos trajo un general panameño allá por los inicios del 90. Pero este movimiento comenzó a esparcirse con el tiempo y ahora su estética se impone. Está como metida en la sangre. Como la vida narca, dicen algunos. Que ya está en el ADN. Y es que este valle sí que es propenso a absorber toda la basura que nos llega, la hace suya y la esparce por el resto del planeta, dirían otros. Vuelve y juega la paradoja de esta ciudad plagada de gente rezandera: Cómo se refriegan el culo cada noche de perreo… debe ser la envidia que nos corroe, se atreven a decir los menos interesados en el tema.
Algo pasa… no se puede decir si es bueno, no se puede asegurar si es malo… ese flow ya se quedó por estos lados y carcome. Nada qué hacer. Pero es que nuestra vida no es la vida de los otros.
Yo, por mi parte, me quejo de que la champeta y la terapia no hayan anclado en estas tierras. Aún recuerdo la noche en la que me quedé mirando horas enteras la manera sensual y delicada como bailaba una pareja enamorada durante una fiesta en las playas de Isla Fuerte. Las hormonas viajaban con el viento y los paisas sólo atinábamos a tragar saliva y ron de tres centavos.
En fin, la luz cambia de rojo a verde. NO MÁS REGGUETÓN, vuelvo y leo la sentencia en letras blancas. El negro de la camiseta roja lustra un aguacate, las bocinas de otros autos y los ruegos de mi hijo me despiertan, subo el volumen a la canción de Black Sabbath, acelero y continúo mi camino.
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