Cine pobre, feo y mal vestido. Esa bien podría ser una primera definición del cine de culto. Y en Colombia abundan las películas con estas características. No obstante, la verdadera condición para pertenecer a esta categoría no la determina el director o la película misma, sino el público, que por alguna aberrada razón, decide idolatrar una cinta, muchas veces al punto de la obsesión.
Por lo general, no son las películas más populares, pues tienden a ser marginales, ya por su distribución o por su propuesta salida de todo cause; tampoco son las de mayor pedigrí artístico, porque casi siempre son sus defectos, excesos o deformaciones intencionales lo que llama la atención de los cultistas, ese raro tipo de cinéfilo que gusta de adorar y mitificar ciertas películas, ya sea por su tema, su estética, alguna tragedia que la acompaña o su mal gusto. Las razones nunca son las mismas.
Son películas de culto The rocky horror picture show (Jim Sharman, 1975), esa exuberante historia de rock y horror (blando), que es tal vez la más famosa de todas, por ser celebrada e imitada en funciones de media noche. El Cuervo (Alex Proyas, 1994), porque la oscuridad de este súper héroe se alinea con la trágica muerte en el rodaje de Brandon Lee (hijo de Bruce). Y así muchas más, como las películas de Ed Wood por nefastas y “tugurientas”, las de John Waters por gamberras y provocadoras, o las primeras de Peter Jackson por exabruptas y viscosas.
Mal gusto y excesos criollos
En Colombia, por una simple cuestión de estadística y de proporciones, el cine de culto es de esporádicos guetos e ínfimas cofradías, esto por efecto de una premisa básica: si en este país el público (incluyendo —y a veces sobre todo— a los cinéfilos) ve muy poco cine nacional, pues el que frecuenta el cine de culto es una especie harto más escasa.
Aún así, existen unas películas que seguirán siendo vistas una y otra vez por mucho tiempo y por encima de las más taquilleras o galardonadas. Los filmes de Jairo Pinilla, los realizados en Caliwood y la ópera prima de Víctor Gaviria, son probablemente los principales exponentes de este cine nacional ritualizado. Son películas que, gracias a sus características o a pesar de ellas, son una droga para la pupila de ese raro bicho que ve en la extraña belleza de estas cintas una turbia fascinación.
Jairo Pinilla, con películas como Funeral siniestro (1977), 27 horas con la muerte (1981) o El triángulo de oro (1984) quiso en su momento emular los hitos del cine de horror de Hollywood, y aunque con algunas consiguió tibios réditos de taquilla, lo cierto es que su cine se emparenta más con las películas de Ed Wood, y como tal iba a pasar a la historia del cine colombiano. Hasta que a principios de este siglo fue redescubierto y ahora sus filmes se ven con morbosa fascinación, se le invita a festivales y se hacen retrospectivas, aunque más para reír de un cine que fue hecho para asustar.
El caso de Caliwood es único en el país. Este término hace referencia a toda esa movida que se dio en la ciudad de Cali durante los años setentas y principios de los ochenta. Con Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y Luis Ospina a la cabeza, se hicieron películas, cineclubes y publicaciones. El principal distintivo de este grupo fue su cinefilia, además de su gusto por los géneros, en especial por el cine fantástico.
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Y es de ahí que surge el único género inventado en Colombia: el gótico tropical, esto es, una contradictoria combinación entre los elementos lóbregos del horror y la exuberancia del trópico. Agarrando pueblo (1978), Pura sangre (1982) y Carne de tu carne (1983) son las preferidas por los cultistas (aunque la primera no pertenece al gótico trópical).
El caso de Rodrigo D (Víctor Gaviria, 1990) es tal vez el que reúne más elementos relacionados con el cine de culto. Por su propuesta narrativa, de puesta en escena y temática, se trata de una película que partió la historia del cine colombiano en dos; además, la rodea el trágico destino de muchos de sus actores, lo cual, a su vez, resulta por completo consecuente con el espíritu nihilista de su historia; también tiene una banda sonora (lado punk y lado metal, como rezaba cada cara del LP) que se convirtió en un ícono musical. No hay que olvidar que fué la primera cinta invitada a Cannes y ademas el descubrimiento de un submundo que nadie quería reconocer, un largo etcétera que hace de ella casi una película objeto.
Posibles candidatas
No es que exista una lista definida de películas de culto colombianas, incluso hay otras que, en menor medida, también tienen con qué pertenecer al gremio, eso sí, con la requerida anuencia de un grupo de chalados cinéfilos. Candidatas hay muchas, empezando por lo que sería el cine de Serie B (películas de bajo presupuesto, lo cual condiciona sus valores artísticos y de producción), donde La gorra, El carnicero paraco y el cine de Adolfo X iniciarían la lista.
También están las de culto para los historiadores del cine, que podrían ser, entre otras, El Río de las tumbas (Julio Luzardo, 1964), Pasado el meridiano (José María Arzuaga, 1967) y Canaguaro (Dunav Kuzmanich, 1981); así mismo, tenemos sexplotation con La virgen y el fotógrafo (Luis Alfredo Sánchez, 1982) y Eroticón (Ramiro Meléndez, 1982); también hay de súper héroes criollos: Kapax del Amazonas (Miguel Ángel Rincón, 1982) y El man (Harold Trompetero, 2009); o está también la película que nunca dejó estrenar una actriz, porque cuando la hizo no tenía siliconas: Violeta de mil colores (Harold Trompetero, 2005); y seguramente algún día serán de culto títulos como La Gente de la Universal (Felipe Aljure, 1995), Bogotá 2016 (Guerra, Sánchez, Basile, Mora, 2001) o Apocalípsur (Javier Mejía, 2007).
Tal vez este haya sido un recorrido necio, como tratar de alumbrar el agujero de un cuarto sin luz, porque el cine de culto en Colombia es como los marginados de lo marginal. De hecho, el verdadero cine de culto en este país es la vergüenza del gremio en el mundo, porque las películas que realmente los colombianos ven una y otra vez, con la misma fascinación siempre, son las que presentan los domingos por la tarde en Caracol y RCN. ¡Cuál Rodrigo D, la película de culto de los colombianos es Mentiras verdaderas con Arnold Schwarzenegger!
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