Número 2, diciembre 2008

Buitrago siempre vuelve, como los búmeran y los gatos. Y siempre en diciembre, como la natilla y los triquitraques.

 

Cómo me compongo yo en el día de hoy
Ricardo Aricapa. Ilustración Lyda Estrada
 
 
 

Para quienes no lo sepan —si es que hay alguien que no lo sabe— Buitrago es el que canta esa canción que dice: cómo me compongo yo en el día hoy, cómo me compongo yo en el de mañana; y la que dice: la víspera de año nuevo estando la noche serena; y esta otra: las mujeres a mí no me quieren porque es que yo no tengo plata… y otras más que seguramente todos habrán escuchado en alguna parranda decembrina.

Así que por estos días Buitrago será algo absolutamente inevitable. Pero con una ventaja frente a otros inevitables: nos gusta que suene, que cante, que nos haga bailar, e incluso que nos remueva la nostalgia, que no es otra cosa que la añoranza de la infancia. Por eso, por esa añoranza, es que diciembre tiene en nuestro ánimo el efecto pulpa de tamarindo: es agridulce. Por un lado nos sabe a fiesta, a abrazos, a viajes, a nuevos amigos, pero por otro nos sabe a enjuagadura de cobre, que es el sabor de la nostalgia. Y nada como Buitrago para exacerbarla. Su música fue la que escuchamos cuando éramos niños y es la que seguimos escuchando ahora que nos hacemos viejos. Buitrago viene siendo ese hilo que une los diciembres de todas las edades.

Ahora bien, por la otra cara de la misma moneda, no la deben estar pasando para nada bien quienes detestan la época de diciembre, que los hay, y no pocos. Para ellos Buitrago debe ser lo más exasperante, inmamable, algo así como un nacido en una nalga. Y lo es precisamente por eso: por ser la encarnación viva de diciembre, en el mismo rango en que lo son los alumbrados, el pesebre, los aguinaldos y el feliz año. Para estar completo, a diciembre le hace falta Buitrago, como la marca le hace falta al bluyín, la levadura al pan, la espuma a la cerveza y a las fincas el agua.

¿Qué mide la grandeza de un músico? Muchas cosas, pero una importante es su perdurabilidad; que lo escuchen muchas generaciones, y que cada vez que suene no nos canse. En ese ranking Buitrago tendría que ser declarado el más grande de los músicos colombianos. Porque que ha durado, ha durado. Como será que cantó la Gota Fría cincuenta años antes de que la cantara Carlos Vives, con la diferencia de que la versión de éste ya no la ponen ni las emisoras y la de Buitrago sigue vivita y coleando. ¿Quién se escapará de escuchar por estos días: acordate moralito de aquel día que estuviste en Urubito y no quisiste hacer parranda? Nadie.

Pero bueno, para que este artículo tenga alguna utilidad práctica y no se vaya sólo en carreta, en los siguientes renglones me propongo hacer una breve semblanza de Buitrago, a manera de homenaje a su talento inmenso y a lo desconocida que resulta su biografía, especialmente para los jóvenes. O si no contéstenme: ¿Cuántos años tenía Buitrago cuando murió? Creo que de diez que contesten a lo sumo uno acertará, y unos cuantos se extrañarán incluso con la pregunta, porque lo creen vivo. Así que, carreta aparte, vamos a lo importante: Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez nació el 1 de abril de 1920 en Ciénaga (Magdalena), cerquita a la plaza donde ocho años después el ejército disparará contra una manifestación de obreros bananeros.

De niño le tocó desempeñarse en el que tal vez sea el oficio más opuesto al de músico: polvorero, algo que ya preludiaba su cercanía a diciembre, porque la pólvora que hacía era la que se quemaba en las novenas de la navidad. Por eso tuvo poco estudio, el bachillerato lo dejó empezado. Pero aprendió a tocar guitarra temprano, algo que para él —y la posteridad así lo dirá— resultará mucho más importante que el grado de bachillerato. Es más,siquiera no estudió.

Cuando decidió que lo suyo era componer, tocar y cantar, con la guitarra terciada en bandolera empezó a recorrer la provincia del Magdalena y a presentarse en cuanta tarima lo dejaran. Y también empezó a rescatar canciones del folclor costeño que estaban por ahí perdidas en las rancherías, y a cantar temas de compositores importantes, como Escalona y Emiliano Zuleta, quienes gracias a él se conocieron en el interior del país. Su debut en la emisora de Ciénaga fue el trampolín para llegar a las emisoras de Barranquilla, donde su templada voz nasal y su acento cadencioso, sabroso como la sandía, de inmediato engancharon como un ancla en el gusto popular

Y así, en 1943, vino a dar a Medellín, pero no porque esta ciudad le gustara o las paisas le fascinaran, sino porque aquí estaba Discos Fuentes, la disquera que lo descubrió y lo grabó en discos sencillos de 78 revoluciones, de esos que sonaban en victrolas y eran de pasta tan dura que en las peleas servían de arma arrojadiza o cortopunzante. Y su éxito fue avasallante, desde el mismo momento en que sus discos comenzaron a sonar en las emisoras. Tanto que la disquera no daba abasto: a quien comprara un disco le entregaba un recibo para reclamarlo dos o tres semanas después. En un lapso de cinco años Buitrago grabará más de cien canciones, varias de ellas verdaderos himnos decembrinos, como los villancicos.

Ya en su tiempo, pues, era el rey de las parrandas, tan popular como hoy lo pueden ser los Cantores de Chipuco o Juanes con su camisa negra (habrá que ver cuántos diciembres más durarán Juanes y los Cantores de Chipuco). Y eso en vez de aplacarlo lo empujaba más en su frenética carrera de músico de todos los jolgorios, deseoso de gastarse la vida rápido. De él sí se puede decir que se gastó el dinero en fiestas, amigos y mujeres, y que el resto lo dilapidó. Las fotos que quedaron de aquella época de ídolo popular, lo muestran como unhombre alto y delgado, de pelo rubio,ojos azules, rictus galante y aire saludable. No sabía que a la vuelta de una de sus tantas parrandas lo estaba esperando la tuberculosis, que en ese entonces era una enfermedad devastadora que lo mató en par patadas, a una edad absolutamente ridícula: 29 años. Para más ironía, el mismo día de su muerte había llegado de Cuba su amigo Toño Fuentes, con un contrato firmado para cantar en la Casino de la Playa, la más importante orquesta cubana de entonces, con la que después cantaría Benny Moré.

De haber seguido vivo, hoy Buitrago tendría 88 años; vivo en carne y hueso, se entiende, porque su alma y su voz siguen intactas, tan vivas como en 1943, además condenadas a sonar en todos los diciembres, tanto en los que ya han pasado como en los que faltan.UC

 

Ilustración: Lyda Estrada

 
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