A comienzos de la tercera semana de abril de este año, una enorme nube se cernía peligrosamente sobre los cielos de Europa. Venía de Islandia, un país ubicado casi en el círculo polar, que no había enviado al viejo continente más que malas noticias económicas en los últimos dos años. Esta isla, colonizada hace un milenio por pueblos nórdicos y gaélicos, les mandaba ahora a Escandinavia y al Reino Unido una carga de ceniza volcánica alentada por el viento del norte, que amenazaba con paralizar la aviación de una de las regiones con mayor tráfico aéreo del mundo. Entonces, los periódicos hicieron famoso al volcán que estaba produciendo esa nube, su nombre se imprimió millares de veces, pero pocos se atrevieron a pronunciarlo: el Eyjafjallajökull.
En islandés, Eyjafjallajökull significa "campo de hielo de las montañas de las islas", pues quien originalmente recibe este nombre es un glaciar que cubre permanentemente el volcán del mismo nombre. A simple vista, antes de que este último comenzara a hacer erupción, no podía verse nada más que una montaña blanca cuyas faldas surgían del mar y se iban empinando hasta un poco más de 1500 metros de altura. El cráter, de unos tres kilómetros de ancho, se veía como una leve depresión en el manto de hielo, nada más.
Sin embargo, a principios de este año se sintieron temblores y la capa de hielo comenzó a hincharse: el magma, que bulle justo debajo del territorio de Islandia, estaba llenando la cámara magmática del volcán, acumulando presión para estallar. Ente el 3 y el 5 de marzo se llegaron a detectar 3.000 pequeñas sacudidas, anuncio de que la erupción era inminente, y 15 días después se abrió una fisura por la que comenzó a brotar la lava. Esta fisura estaba alejada varios kilómetros del cráter del innombrable, pero era el preludio de la gran erupción que comenzó el 14 de abril y que terminó por interrumpir miles de vuelos en toda Europa.
Por lo general, los volcanes islandeses hacen erupción suavemente, y la lava se derrama como miel por su laderas. Sin embargo, cuando el cráter se encuentra cubierto por glaciares, el calor previo a la erupción derrite el hielo y el agua que resulta forma ríos turbulentos que bajan como peligrosos torrentes de lodo. Mucha de esta agua se cuela dentro de los conductos magmáticos y agrega presión de vapor a la lava que hay en el interior. De ahí que lo que iba a ser una erupción pacífica se convierta muchas veces en una gran explosión. Tal fue el caso del innombrable, que ya tiene un interesante prontuario en ese tema, además de un detalle con respecto al volcán vecino. Todas las grandes erupciones del innombrable, ocurridas en los años 920, 1612 y una última que se extendió desde 1821 hasta 1823, estuvieron seguidas de la explosión de un volcán cercano, el Katla. Este, de nombre más fácil, es varias veces más grande, y de hacer erupción podría causar daños mucho mayores. De ahí que el presidente de Islandia Olafur Grimsson hubiera dicho, en una entrevista con la BBC, que lo del innombrable era apenas un "pequeño ensayo" de lo que podría venir si estallara el Katla. Se sabe que este último tiende a entrar en actividad cada cien años, y que la última vez lo hizo en 1918. De ahí que Grimsson dijera que el asunto no era si podía sobrevenir una erupción del Katla, sino cuándo. Hasta hoy, sin embargo, nada ha pasado.
Los islandeses están acostumbrados a las erupciones. En su territorio, del tamaño del departamento del Amazonas y tan habitado como el Putumayo —320.000 personas—, hay cerca de 35 volcanes activos. Toda la isla está sobre una caldera subterránea que la atraviesa de sur a norte. De hecho, sus tierras se deben a la constante producción de nuevo suelo firme que sale en forma de lava. Es un país en crecimiento, geológicamente hablando. En 1963, por ejemplo, surgió una isla entera producto de una continuada erupción submarina. En la edad media, el monte Hekla era considerado una puerta al infierno, o la prisión de Judas, debido a su constante actividad. Entre 1783 y 1784, los volcanes Grimsvotn y Laki produjeron flujos de lava que consumieron grandes franjas de tierra, oscurecieron los días y mataron un cuarto de la población del país por envenenamiento del agua y las hambrunas posteriores. En 1973, una erupción en la isla de Heimaey, causó una fisura de casi dos kilómetros de largo que literalmente partió la isla en dos y expulsó lava durante cinco meses seguidos. Actualmente, la frecuente actividad volcánica es una atracción turística en el país de la cantante Björk.
No es pues la primera vez que un volcán islandés expulsa una gran cantidad de cenizas y estas se esparcen por los cielos. Sin embargo, no había ocurrido una erupción que tuviera tal repercusión más allá de las fronteras de la isla como la del 14 de abril. La gran nube de ceniza se combinó con fuertes vientos que la extendieron hasta cubrir el espacio aéreo del norte de Europa. Las pequeñas partículas de vidrio volcánico que constituyen la ceniza tienen un efecto abrasivo sobre las turbinas de los aviones: sus piezas se recalientan y los motores pierden potencia. A esto hay que sumar las dificultades para la visibilidad en el vuelo y el aterrizaje.
El 24 de junio de 1982 un avión de British Airways que volaba sobre Indonesia fue uno de los primeros casos que dio la alarma sobre los peligros de volar a través de ceniza volcánica. El accidente no terminó en catástrofe gracias al piloto, quien cuenta no solo cómo los motores fueron perdiendo potencia sino, curiosamente, cómo el avión quedó totalmente despintado. Desde entonces, se evita volar en esas condiciones, y con cierta frecuencia se cierran los aeropuertos cercanos a volcanes en actividad. Pero es la primera vez que la erupción de un solo volcán obliga a cerrar un espacio aéreo tan grande, con la consecuencia de más de 100 mil vuelos nacionales e internacionales suspendidos durante casi una semana. Al día de hoy, el innombrable y su vecino están tranquilos, pero bajo cuidadosa vigilancia. Así como la crisis económica de Islandia en el 2008 fue un campanazo de alerta para la comunidad económica europea, ahora sus volcanes están en la agenda de los riesgos para el viejo continente. Dicen que por espacio de una semana Europa retrocedió más de cien años en sus medios de transporte, y en efecto millones de euros se perdieron por cuenta de un pequeño volcán que parecía burlarse de los hombres al obligarlos a padecer sus maldades sin permitirles siquiera pronunciar su nombre.
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