En Washington es muy útil saberse el abecedario al revés si uno está viajando hacia el centro desde el sur o desde el norte. El centro, corazón de su poder y referencia absoluta de su geografía, es el edificio del Congreso. Desde ahí arrancan a contar las calles, de adentro para afuera. Uno, dos, tres... hacia el este. Uno, dos, tres... hacia el oeste. A, B, C... hacia el norte. A, B, C... hacia el sur. Saberse los números al revés es igualmente útil, pero ¿quién no se sabe los números al revés?
La loma del Capitolio, o 'la loma' (the Hill), como le dicen de cariño al Congreso, es importante para entender a Washington por motivos geográficos, administrativos y demográficos. Además, gracias a las cientos de películas gringas que todos nos hemos repetido en tardes lentas de domingo enguayabado, ese edificio blanco con una cúpula de sombrero constituye buena parte de nuestro imaginario acerca de la capital del país más poderoso del mundo.
Luego de vivir en Washington por un poco menos de 9 meses, mi imaginario es mucho menos emocionante. Mi Washington es una ciudad de casas y edificios bajitos (ningún edificio puede ser más alto que el obelisco), muchos árboles, llena de monumentos y museos gratis, y un edificio que sale en las películas al que nunca he ido.
Nadie que no trabaje para un senador, una embajada, una firma de lobby, o el gobierno federal, va al capitolio, a no ser para tomarse la foto y decir que estuvo en el Capitolio. De hecho, ese centro, que divide a la ciudad en cuatro cuadrículas, queda en la mierda de la mayoría de los sitios por donde yo me muevo y está lleno de policías y agentes del servicio secreto.
Tres cuartos de Washington para el olvido
Las cuatro cuadrículas en las que se separa la ciudad están denominadas por su dirección cardinal frente al Capitolio: Noreste, Noroeste, Sureste y Suroeste. Como en Bogotá o en Medellín, la "ciudad" de uno termina siendo un espacio bastante reducido dentro de la ciudad de verdad. En Bogotá, por ejemplo, mi ciudad empieza en la calle 6 y va hasta la calle 100, de sur a norte, y de este a oeste, desde los cerros hasta la carrera 30. Cualquier aventura más allá de esas latitudes se vuelve un paseo.
Lo mismo pasa en Washington. "La ciudad" está casi toda en el Noroeste. Los otros tres cuartos son extensiones misteriosas donde viven los negros, los negros de Etiopía y los salvadoreños. En el Noroeste está la Casa Blanca, las embajadas, la OEA, las oficinas federales, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la mayoría de las universidades y barrios "bien". En el resto están los antónimos a todo lo anterior, es decir, lo que no es "Washington": 55% de la población de la ciudad es negra, ocurren 29 homicidios por cada 100 mil habitantes (contra 19 en Bogotá), y hay más de 200 pandillas de adolescentes criados por uno de los peores sistemas de educación pública del país.
Dicí
Washington no se llama Washington, se llama el Distrito de Columbia; dicí, suenan sus siglas en inglés. En cuanto a lo de Columbia, a la u de ese complemento del distrito, le podemos agradecer buena parte de las abundantes equivocaciones en documentos oficiales, mapas y mentes de estadounidenses que insisten en que nosotros no somos Colombia sino Columbia, the Columbia of South America.
El DC no es un estado, no tiene gobernador, no tiene representación en el Congreso, pero sí paga impuestos. Por eso en las placas de los carros registrados en la ciudad el lema, que generalmente es un slogan turístico del estado en cuestión ("The sunshine state" para Florida, por ejemplo), aquí es una queja: "Taxation with no representation" (Gravados pero no representados).
La idea de tener un pedazo de Estados Unidos que no fuera un estado unido surgió en 1783. Ese año una turba enardecida atacó las instalaciones del joven gobierno federal, en ese entonces localizado en Filadelfia, sin que el gobernador del Estado los detuviera, pues era simpatizante de sus coterráneos revoltosos.
Siete años más tarde, el gobierno federal logró declarar 10 millas cuadradas de terrenos sobre el río Potomac, que incluían a los pueblos de Georgetown y Alexandria, como distrito federal, bajo jurisdicción especial del Congreso de Estados Unidos. El mismo Jorge Washington supervisó la delimitación de los terrenos, y su figura ayudó a que los estados de Maryland y Virginia cedieran parte de su terreno para albergar a los molestos congresistas y burócratas del gobierno federal. A cambio se ganó la bicoca de ponerle su apellido a la ciudad.
Jorge no era ningún bobo. Con el traslado de la capital de Filadelfia a las orillas del Potomac logró ponerla cerca de la línea que divide el sur y el norte de Estados Unidos. En Virginia y Maryland se extendían vastas plantaciones de algodón y tabaco cultivadas por masas de esclavos negros, pero sólo un poco hacia el norte estaban Pennsylvania y Nueva York, ya para entonces centros industriales del nuevo mundo.
220 años después
Hoy hay en DC 174 embajadas (con un promedio de al menos 10 diplolagartos de las mismas nacionalidades). Está la sede principal de la OEA (lagartos puros de 35 nacionalidades americanas), del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, Brookins Institute, OIM, y de cuanta organización que quiere decir que tiene sede en Washington para que le crean que hace lobby ante el Congreso más influyente del mundo. Todo esto, vale la pena recordarlo, sucede en el Noroeste de DC.
Salir a rumbear sin tarjetas de presentación es mal visto. Salir a rumbear y emborracharse en demasía, también. Salir a rumbear en DC es como salir a tantear el ambiente laboral entre una cantidad de jóvenes burócratas, y aspirantes a tener poder. Para salir a rumbear hay que salir bien vestido y con plata.
Y aunque la rumba es mala, se encuentra uno con gente bien sustanciosa:
Eric E. Sterling; Presidente; Criminal Justicie Policy Foundation: Un señor de más de 50 años que tiene una fundación para luchar contra los abusos del sistema criminal gringo contra los consumidores de drogas, negros y latinos.
Ben Goo; Reparaciones, Construcción a Medida, Consultoría: Un tipo de 22 años, sin trabajo, con experiencia en construcción y ambiciones en el mundo gris de la consultoría (nunca me logró explicar bien de qué tipo).
Robin E. Cornelison; Gerente del Show de Exposiciones; Asociación Internacional de Comidas Lácteas: Un chico de 34 años que hace un trabajo administrativo en una de esas oficinas de organizaciones que tienen sede en Washington para que en la industria láctea les crean que son influyentes ante el Congreso.
Camilo Mantilla; Enlace de Relaciones Externas; Organización Internacional de las Migraciones: Un amigo colombiano que conozco desde el colegio, con quien parcho en DC, ¡que me dio su tarjeta con cara de orgullo apenas se las entregaron en la oficina!
Daniel Pacheco; Comunicaciones y Periodismo: Yo, un lagarto en formación, con ansias de poder que ayudan a justificar la falta de sabor de mi pedazo de Washington DC. Encima, tengo problemas para tomar sin emborracharme y mi tarjeta es fea.
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