Su abuelo fue el fundador del Partido Conservador y presidente de Colombia entre 1857 y 1861, Mariano Ospina Rodríguez. Su tío, el general Pedro Nel Ospina, también fue presidente, entre 1922 y 1926. Lo mismo su hermano Mariano, entre 1946 y 1950. Nada raro, pues, que doña Sofía, como siempre la llamó todo el mundo, fuera mandoncita. Por muchos años gobernó su hogar desde la cama, donde permanecía recostada hasta entrado el mediodía dando órdenes y escribiendo en papelitos baratos "esos cortos y sencillos parrafitos", como les decía ella a sus escritos. Tuvo columnas en los dos principales diarios del país, El Tiempo y El Espectador, y en El Colombiano. Publicó dos libros de relatos, crónicas y cuadros de costumbres: La abuela cuenta y Cuentos y crónicas, que han conocido reediciones aunque no las que merecen. También escribió La cartilla del hogar, Don de gentes y Delicias hogareñas, manuales para la administración de casas y familias, dirigidos a señoras. Pero su bestseller, que se sigue reeditando año tras año, sin duda es La buena mesa.Ella siempre estuvo interesada en la cocina, y les pedía a sus prestantes familiares que le trajeran recetas de todos los sitios a los que viajaban, para ella luego adaptarlas a la sazón local de su querida Medellín. Es una lástima que en ediciones recientes se hayan borrado recetas tradicionales: puede que no sea práctico cocinar ahora un "Sencillo bizcocho de Maizena", un "Flan de naranjas agrias" o unos "Pichones rellenos con ostras", pero estas recetas tienen otros valores por fuera de lo culinario: en ellas —siempre de un párrafo, dos a lo más— doña Sofía mostró simpáticas y excelsas dotes narrativas, en no pocos casos tirando hacia el terror:
Pollitos individuales
Se matan pollitos de tres meses de edad que hayan sido criados en granja y bien alimentados. Se untan muy bien por dentro y por fuera con mantequilla abundante, ajo molido, jugo de limón, sal y pimienta. Se acomodan en el asador un poco apretados para que tomen buena forma y se llevan al horno, bien tapados hasta que estén blandos.
No sé los lectores de esta nota, pero en la receta anterior yo le noto a doña Doña Sofía una crueldad a la altura de cualquier niño con sus primitos en una tarde de ocio. Y esta que transcribo a continuación podría haber aparecido en Los Soprano o en ese buen libro donde Jacques Kermoal y Martine Bartolomei recuerdan famosas cenas de mafiosos, incluyen el menú e incluso algunas recetas (La mafia se sienta a la mesa, Editorial Tusquets, 2002):
Pichones con petit-pois
Se matan los pichones, ahogándolos o cortándoles la cabeza; se limpian bien y se frotan por dentro y por fuera con una mezcla de aceite, jugo de naranja agria, sal y pimienta.
Al día siguiente se doran un poco en la sartén con una cucharada de mantequilla y luego se colocan al fuego lento, en una olla bien tapada, con la marinada que soltaron en la noche, laurel, orégano y 1 vaso de vino tinto o blanco. Cuando estén blandos se retiran del fuego y se les agrega un tarro de petit-pois calentado al baño María. Siempre se sirve un pichón para cada persona.
Aunque escribía desde niña, entró tarde al mundillo literario antioqueño y colombiano. Pero lo hizo con brillo: tenía 28 años cuando envió un cuento a un concurso literario de Medellín. Obtuvo el segundo puesto, pues el jurado consideró que tal calidad no podía ser producto de mano femenina, y pensaron que lo había escrito su padre, el intelectual y académico Tulio Ospina. Desde ahí no paró de publicar: sus escritos se movieron siempre entre el humor, la nostalgia del pasado, la ironía recia y la puntillosa observación de las costumbres y sus cambios. De su libro Crónicas, que pide a gritos una reedición, leamos este fragmento de La línea:
Cuando la aguja de la balanza pasa del límite exigido por las reglas de la estética, la señora que se pesa exhala un triste suspiro y oculta muy bien en la secreta de su billetera el desdoroso comprobante... Tomando la resolución de empezar en propia hora el tratamiento cumbre conocido con el nombre de "régimen de la manzana". Esta dieta, efectiva sin duda, es un programa de hambre más o menos así: Desayuno: una taza de café tinto sin azúcar y una manzana. Almuerzo: cuatro hojas de lechuga, un huevo cocido y una manzana (les faltó el canario...). Comida: una taza de caldo desgrasado, una tostada de pan, legumbres cocidas y una manzana.
Todo marcha a las mil maravillas. La señora se siente más ágil, se deleita ante el espejo observando los sorprendentes resultados y tiene que buscar costurera para que les varíe las medidas a los trajes... Pero el régimen sigue y en la tercera semana sufre algunas variaciones de consideración: Desayuno: jugo de naranja, una tajada de queso, riña con el marido... y una manzana. Almuerzo: jamón magro, "echada" del servicio, medio tomate y una manzana. Comida: un vaso de leche descremada, un huevo escalfado, zanahoria cruda, "pataleta"... llanto y una manzana.
En la década del veinte del siglo pasado era tan inusual como ahora mantener más que unos cuantos números una revista cultural. Pues bien, doña Sofía fue parte del grupo de damas que estuvieron al frente de la revista Letras y Encajes, que se publicó durante más de veinte años en Medellín. La revista estaba inspirada en un feminismo, por decir lo menos, caprichoso: querían que las señoras de casa se prepararan, se educaran, leyeran, pero para hacer más felices a sus maridos y a sus hijos. La revista traducía artículos edificantes, daba consejos, extractaba piezas literarias que exaltaban valores tradicionales, copiaba recetas de cocina y trucos para que el hogar siempre estuviera al pelo. En los sesenta doña Sofía hizo parte de la famosa Tertulia de Medellín, impulsada por Gonzalo Restrepo Jaramillo, y que todos los miércoles convocaba a escritores de diferentes edades y alcances: Doña Sofía, Manuel Mejía, Pilarica Alvear, Arturo Echeverri Mejía, Olga Elena Mattei y Jaime Sanín Echeverri, entre tantos otros, que leían lo que iban escribiendo o compartían encuentros literarios con sus cofrades. Nunca estuvo, pues, por fuera de lo que pasara en la cultura medellinita.
En alguna ocasión, pensando en el futuro, doña Sofía escribió: "No quisiera llegar a ser la viejita aquella, a quien la hija fiel y abnegada sentó una tarde en el corredor del jardín, en cómoda poltrona y con su manta sobre las rodillas, queriendo dejarla entretenida mirando las plantas, mientras ella asistía a una conferencia. Y al salir, dijo a las muchachas del servicio: bueno, tengo que irme, pero si llueve no vayan a olvidarse de tapar al canario y de entrar a mi mamá". Murió en Medellín en 1974. Un par de años antes la Asamblea Departamental se inventó un reconocimiento a su medida y la nombró "Matrona Emblemática de Antioquia".
Siempre he tenido fascinación por la figura y la escritura de doña Sofía, y podría quedarme otros largos párrafos hablando de ella, de su vida. Mejor los invito a escuchar la voz de esa abuela graciosa y franca. A buscar en bibliotecas y librerías de viejo sus Crónicas (Medellín, Susaeta, 1984) o La abuela cuenta (Medellín, Colección Autores Antioqueños, 2000), y recomendaría leerla en voz alta. Invitarlos a que compren La buena mesa (pero no las últimas ediciones, las más viejitas) y preparen un "Bizcocho fácil", unos "Legítimos espaguettis italianos" o unos "Deliciosos pastelitos de harina": son fáciles y todos salen. Claro que usted debe antes decidirse si echarle vino tinto o blanco (para doña Sofía es lo mismo) y definir cuánto es "una pizca" o "abundante", que son medidas típicas de ella. Que no se nos olvide que vivió y mandó en el siglo XX de Medellín. Que no se muera nunca doña Sofía Ospina de Navarro.
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