Cambian los gobernantes, cambian las políticas, cambian los dirigentes locales, cambian las injusticias y los atropellos, y el movimiento estudiantil sigue repitiendo el mismo discurso y aplicando los mismos métodos, lo mismo ahora que hace 15 años que hace 40. Con distintas personas pero con las mismas palabras. Con distintas causas pero con las mismas estrategias. A comienzos de los noventa protestaban contra la apertura económica y el imperialismo. A mitad de la década, cuando pasé por la Universidad de Antioquia, protestaban contra la globalización y el imperialismo. Ahora protestan contra el TLC y el imperialismo. Las maneras de manifestar ese inconformismo, de protestar, son las mismas de hace veinte años; es más, de hace cuarenta: marchas, asambleas permanentes, música a todo volumen de Silvio Milanés –sé cómo se llaman, los junto en uno porque para este caso representan lo mismo–, y cuando los ánimos están más encendidos, cierre de vías y piedra y queme buses y papabombas. ¿Qué pasa luego? ¿Qué cambia en la universidad, en las políticas estatales o regionales, en los encargados de definir políticas públicas? No creo que tenga que responder. O sí, para los despistados: nada.
En la actualidad las protestas estudiantiles casi nunca logran más que retardar las clases y en general los procesos educativos, entorpecer por unas horas o por una o dos tardes el tráfico de cierta zona de la ciudad, desconcentrar a quienes quieren o tienen que trabajar o estudian en los campus universitarios públicos. ¿Por qué no van más allá, por qué casi nunca alcanzan lo que quieren reivindicar? Aventuro dos razones, por ahora: porque sus métodos son vetustos y sus objetivos, inespecíficos. En cuanto a lo segundo, protestar contra la globalización o contra la apertura económica es como hacerlo contra el nadaísmo o contra el invierno: no tiene mucho sentido oponerse a un concepto o a una tendencia geopolítica mundial.
Y es que en la escogencia de las causas el movimiento estudiantil –de Medellín, de Cali, de Bogotá– deja ver su miopía. No era así antes: la primera protesta de estudiantes de la que se tiene registro en Colombia, la del 8 de junio de 1929 cuando murió el estudiante Gonzalo Bravo Pérez, fue contra las prebendas que a sus cofrades les daba el régimen de Abadía Méndez y contra el ejército por su participación en la masacre de las bananeras; a la postre, esa movilización juvenil precipitó el fin de la Hegemonía Conservadora un año después. En 1985 unos estudiantes de la Nacional ocuparon la Embajada de España con dos exigencias específicas: la reapertura de la universidad y la suspensión de los consejos de guerra a los estudiantes capturados en las revueltas de casi un año antes; tenían además una reivindicación vaga: que cesara la persecución política. ¿Qué lograron? Los dos requerimientos concretos y por eso mismo negociables: la reapertura de la universidad y el cese de los consejos de guerra. El otro pedido era volátil, inespecífico, y por eso no pasó nada con él. En los setenta y ochenta en Colombia los estudiantes tenían causas concretas y su discurso estaba fresco, por lo que alcanzaban algunos de sus objetivos.
En cuanto a lo vetusto de los métodos, hay que decir que quizá en aquellas décadas las marchas, las pedreas y las asambleas estudiantiles eran útiles porque eran novedosas, porque convocaban mayorías participantes, porque significaban un rompimiento de las actividades corrientes que hacía pensar y ponía sobre la mesa –justamente en las asambleas– temas críticos para estudiantes, directivas, profesores. Seguirlas aplicando treinta y cuarenta años después denota, cuando menos, falta de imaginación, que fue el motor más potente de las protestas estudiantiles en esas, las décadas más revoltosas de la universidad pública. Insistiendo en el mismo discurso sin tener en cuenta el paso del tiempo y los cambios en el mundo, repitiendo los mismos métodos, hechos y acciones, impermeable a la renovación, el movimiento estudiantil se ha convertido en reaccionario. Es decir, temeroso del cambio, aferrado a viejas prácticas e ideologías que no permiten el progreso. Ideología reaccionaria: justo lo que comenzaron combatiendo hace cuarenta años. Entiéndase que no estoy defendiendo las políticas de Estado, ni más faltaba. Estimo que el gobierno que se acaba este próximo 7 de agosto es de los más calamitosos que ha tenido este pobre país experto en calamidades. Y que el que se posesiona el próximo 7 de agosto puede ser incluso peor, que ya es mucho decir. Que los anteriores también fueron bárbaros con la educación pública, con la salud, con los derechos humanos, con la inversión social en general. Estimo también que tenemos derecho a protestar, defiendo el sagrado derecho al inconformismo (si a los 20 años uno no es inconforme es porque es un pusilánime; o mejor, un pendejo). Pero el movimiento estudiantil actual parece conforme con unos mecanismos de protesta que ya no funcionan, que ya no mueven. Están anclados, también, en un discurso envejecido en su inoperancia, en su retórica hueca, en sus consignas gastadas: "viva la u, viva la u, viva la u-ni-ver-sidad"; "amigo mirón, únase al montón"…
No tengo idea si es posible en estos tiempos protestar con actos que llamen la atención, que convenzan a mucha gente, que muevan a verdaderos cambios, que superen las frases hechas para los problemas sociales de hace cuatro décadas. Creo que sí, pero les toca a los dirigentes del movimiento estudiantil colombiano inventárselos, descubrirlos, ponerlos en funcionamiento. ¿Internet? Es un vehículo óptimo al menos de convocatoria, de comunicación, de encuentro, y me puse a buscar y ni una página web decente tiene la organización estudiantil de la Universidad de Antioquia. No continué buscando ejemplos. A los líderes de ahora es a quienes les toca hacer la revolución, buscar cambios, pero la manera en que lo están haciendo es obtusa: hoy no tiene sentido hacer una revolución con los métodos y consignas que se usaron en la década del setenta, porque otros son los requerimientos, otro el escenario social. Por mi parte, en cuanto a revoluciones me voy por la máxima de Krishnamurti desde que se la oí a Facundo Cabral –quien me llevó a leer al inmenso educador indio, por lo que le agradeceré toda la vida–: "la verdadera revolución es revolucionarse".
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