| 
                           
                        "¡Vos no entendés: esto es una                             revolución!", dice en estado                             alterado de conciencia Hugo,                             un caleño de 26 años, alto, de rasgos                             aindiados, hombros anchos y antiguo                             miembro de los Barones Rojos, la barra                             más brava del América. Ahora Hugo,                             o Trauma, como lo llaman, es parte de                             otra tribu, la tribu Dakota.  
                        Y es que no es fácil entender por                             qué el parque Dakota, en la comuna                             5 de Cali, donde desde la mañana                             empiezan a llegar jóvenes a fumar y                             vender marihuana, no es simplemente                             otra olla, como las cientos que pululan                             en las ciudades de Colombia. 
                         En noviembre de 2008, los representantes                             de la comunidad de consumidores                             entraron invitados a la estación                             de policía La Rivera, a hablar                             con el comandante del Distrito 2 de                             la Policía de Cali, el Coronel Ibarra,                             y el comandante de la estación, el                             teniente Mateus. La reunión selló un                             pacto frágil de tolerancia, que hasta                             hoy más o menos se mantiene, entre                             los miembros de la Policía y los jóvenes                             que impunemente inundan de                             humo el parque Dakota.                             
                         
                         
                        El territorio y la ley                             
                        Dakota es el parque más grande                             de la comuna 5 de Cali. Lo rodean barrios                             residenciales de estrato 3, con                             calles pavimentadas, casas de dos y                             tres plantas, y conjuntos de pequeños                             edificios. Tiene una cancha reglamentaria                             de fútbol, cercada y bien                             iluminada, juegos de niños y un kiosko                             grande sobre una loma que domina                             el terreno.                             
                        Sin embargo, el idilio de clase                             media con este lugar se deterioró a finales                             de los 90. Trotando por las mañanas,                             empecé a ver grupos de tres o                             cuatro pelaos fumando, afirma Juan                             Carlos Escobar, un ingeniero que ha                             vivido 17 años en la zona. Pronto los                             cuatro se volvieron cien, aparecieron                             jíbaros, muchachos inhalando pegante                             y fumando basuco, se dispararon                             las riñas y los robos, y empezaron los                             choques con la policía. Dejé de ir por                             allá. Daba miedo, dice el ingeniero Escobar.                             Igual le pasó a la comunidad.                             
                        Nadie volvió a ocuparse de recoger                             la basura, de cortar el pasto o cuidar                             las matas. Entre los jóvenes las                             cosas también empeoraron, Se veían                             peleas a cuchillo entre los parches de                             los distintos barrios que se reúnen                             acá, recuerda Julián Ruiz, que con 33                             años, todos vividos en el barrio, es un                             veterano del grupo.                             
                        La comunidad reaccionó buscando                             soluciones de parte de la Policía.                             Empezaron a ver en el fenómeno                             del consumo una causa a todos los                    problemas de la zona: delincuencia,                             basuras, vagancia, ruido.                             
                        Y a su forma, la Policía respon-                             Una versión de este artículo fue publicada en la                             edición de El Espectador el 23 de mayo de 2010.                             Daniel Pacheco                             dió. César Clavijo, un joven pálido,                             flaco y de mirada nerviosa, relata                             cómo, por esa época, lo pilló un policía                             con un cigarrillo de marihuana.                             Me dijo, 'Tenés, pues cométela' y ahí                             mismo me hizo comer el bareto. En                             menos de una hora César estaba vomitando                             sobre un campo que no dejaba                             de dar vueltas. Los agentes de la                             ley no paraban en la violencia psicotrópica.                             Llegaban, recogían a los jóvenes                             que quedaban mal parados, y en                             la estación de Policía, según el ánimo                             de la ley, los consumidores recibían                             golpizas, eran extorsionados, obligados                             a hacer aseo a los baños, o simplemente                             retenidos hasta por 72 horas.                             
                         
                        Una foto a cien micos                             
                        Cualquier iniciativa organizada                             entre los jóvenes del parque Dakota                             parecía imposible. ¿Cómo establecer                             un orden en un lugar al que acudía                             la gente precisamente porque estaba                             al margen de ley? Eso fue como                             tomarle una foto a cien micos, dice                             Fausto Prieto, el líder actual de la                             tribu Dakota, que fundó la organización                             que en el barrio se conoce como                             Piensa Joven.                           
                        Irónicamente lo que estableció                             lazos comunes entre los parches que                             llegaban al parque fue la represión                             policial. Luego de incontables charlas                             nocturnas entre el humo y la paranoia                             de que llegara la policía, Fausto                             y Julián decidieron empezar un                             movimiento de resistencia.                           
                        El Profe, como lo conoce todo el                             mundo, empezó a poner la cara frente                             a la policía. Convenció a la gente                             de la importancia de denunciar las                             violaciones de derechos humanos, y                             muestra evidencia de varias quejas                             ante la procuraduría que nunca prosperaron.                             Este trabajo                             le trajo el reconocimiento                             del grupo de                             consumidores, y la                             enemistad de la policía.                             Fausto le atribuye                             esa enemistad                             que la policía haya                             enviado a un contingente                             de una fuerza                             especial de la Policía                             armada con fusiles y                             caras pintadas, cuyos                             miembros, luego de                             ver a una pandilla de                             marihuaneros desarmados,                             se preguntaron                             qué hacían ahí.                           
                        Con el terreno                             abonado con los jóvenes             Fausto pasó de                             defender derechos a                             establecer deberes.                             Vos no podés pedir                             respeto si no lo das                             a los otros, dice. El                             grupo de Piensa Joven                             prohibió el consumo                             en la cancha                             cuando había niños                             y hace jornadas de                             aseo continuo. Frank                             Girón, el entrenador de la escuela                             de fútbol que funciona en la cancha                             cuenta que Antes de Piensa Joven los                             pelaos metían vicio enfrente de los                             niños en los entrenamientos. Y aunque                             mientras hablamos, parados sobre                             la cancha un jueves a las 4 de la                             tarde, se siente el olor de los muchachos                             que se traban lejos de la cancha,                             Frank afirma que esto, comparado a                             como era antes, ha mejorado de uno                             a diez.                           
                        Para cambiar la percepción de                             inseguridad que el grupo de consumidores                             generaba, Piensa Joven organizó                             una Guardia Indígena (hoy reconocida                             por Aida Quilcué, del Cric)                             para luchar contra la delincuencia,                             que, dice Fausto, siempre ha existido,                             sino que nos la empezaron a achacar                             a nosotros. La idea dio resultados                             concretos, como el pasado diciembre,                             cuando una señora del barrio recién                             atracada acudió a ellos, y luego de una persecución en bicicletas y                             motos, lograron agarrar al ladrón y lo                             entregaron a la policía con el arma                           hechiza que portaba. 
                         El reconocimiento que han logrado                             frente a los vecinos ha quedado                             por escrito en varias cartas de la                             JAL del barrio. Una de ellas, del 12                             de noviembre de 2009, dice: queremos                             dar las gracias por la labor que                             están realizando (...) y el compromiso                             de seguridad para el no consumo                             frente a nuestras familias.                           
                         
                        ¿Y el microtráfico? 
                        El comandante de la Policía de                             Cali, general Miguel Bojacá, conoció                             lo que sucede en el parque Dakota                             a raíz de esta investigación. Al enterarse                             de tolerancia por parte de la                             policía con el consumo y el tráfico                             de drogas lanzó una orden teatral:                             Arrase eso, coronel, le dijo al su comandante                             operativo, el coronel Castrillón,                             que estaba parado al lado.                            
                        Para Fausto, el tema de la venta                             de marihuana y cocaína, las únicas                             sustancias que se comercian en el                             parque, no deja de ser preocupante.                             Sin embargo, su experiencia ofrece                             una mirada menos radical. Aquí los                             que venden son los mismos muchachos                             que consumen. Van a las ollas                             serias de los barrios de al lado, se                             compran su paco, y con lo que venden                             acá se financian su consumo. En                             Dakota nadie se ha hecho rico vendiendo                             drogas. Desde la óptica de                             Piensa Joven, el microtráfico es un                             problema que ya venía de antes.                           
                        Lo que necesitan estos pelaos                             son opciones de trabajo, dice Fausto.                             No somos una población marginal,                             no queremos trabajos de barrenderos                             o mensajeros. Queremos ser jóvenes                             jefes, no empleados, agrega. Y                             ya algunos los son. Con el impulso                             de Piensa Joven, los muchachos del                             barrio han abierto negocios como un                             taller de confecciones, un taller de                             estampados y un puesto de frutas.                           
                        El tiempo dirá si la diferencia                             entre el enfoque policial y el de los                             jóvenes del parque Dakota resulta                             del todo incompatible. ¿Arrasarán                           con la tribu Dakota?   
                          
                         |