Número 100, septiembre 2018

¡Gonorrea!
Historia del insulto de insultos
Juan Fernando Ramírez Arango. Ilustraciones: Tobías Arboleda
 

#RigoNea
 

El día nueve del mes siete de 2017, Rigoberto Urán ganaría la novena etapa del Tour de Francia. Sí, la esperada etapa reina, su majestad en puertos de montaña, en puertos de categoría especial y, a la postre, también en abandonos, siete, tres y once respectivamente. 181 kilómetros entre Nantua y Chambéry que se definirían por un pelo: inicialmente, el ojo humano declararía ganador al local Warren Barguil, pero, 2 minutos y 40 segundos después, la foto finish se decantaría por Rigoberto Urán. Al reverso de esa foto panorámica del último pedalazo, del llamado golpe de riñón, el potenciómetro de Rigo firmaría su pico más alto de la jornada: 1189 vatios, o sea la potencia necesaria para encender unos diez televisores de 21 pulgadas. Si bien, encendería millones más a control remoto, pues esa novena etapa alcanzaría 5.9 puntos de rating, o, lo que es lo mismo, 15 de cada 100 colombianos verían el reñidísimo triunfo de Rigoberto Urán a través de la caja tonta. Durante las siguientes tres horas, antes de ser superado sobre las dos de la tarde por #PeriodismoDeshonestoRCN, Rigo sería tendencia número uno en Twitter para Colombia. Allí, en ese lapso del almuerzo, se haría viral una entrevista que le concedería al periodista de turno del canal Caracol mientras se dirigía a la prueba antidoping, 4 minutos y 41 segundos después de bajar del pódium: cuando Rigo lanzaba una lluvia de calificativos cuya nube de significación sería el sustantivo epopeya, pues había terminado la etapa con los cambios de la bicicleta rotos, trabados en la relación 53-11 desde el kilómetro 158, el periodista de turno del susodicho canal lo interrumpiría para preguntarle una tontería contraria a todas las mitologías capilares:
—Rigo, la gente en Colombia se pregunta: ¿sirvió el corte de cabello?
—De momento parece ser que sí, vamos a ver más adelante.
—¿Por qué se lo cortó?
—Ya lo tenía muy largo, estaba cansado. Aunque a mi mujer no le gusta así, cabecipelado, dizque porque quedo muy nea, me dice que me veo muy nea… ¿Usted sí sabe qué es nea?

Ilustraciones: Tobías Arboleda

Ya que el periodista de turno del susodicho canal no lo sabía, Rigo le traduciría ese vocablo propio del sociolecto de los jóvenes de Medellín, del denominado parlache, al colombianismo “gamín”. Así como para el periodista de turno fue una novedad, seguramente era la primera vez que esa palabra, la segunda más corta del parlache tras la fórmula de saludo “oe”, se escuchaba en la televisión nacional. No por nada, su significado sería tema de debate en las redes sociales ese domingo nueve del mes siete y el lunes diez, primer día de descanso en el Tour: ¿Qué es nea? Para zanjar el debate solo habría que pasar de Rigo y de las redes sociales al rigor del Diccionario de parlache. Al abrirlo en la página 143, se lee: “Nea: Acortamiento de gonorrea”. Y al retroceder 37 páginas, hasta la 106, se comprueba que “gonorrea”, la entrada número 56 de la ge, es el insulto de insultos: “Persona despreciable, ruin”. Según Luz Stella Castañeda, reconocida sociolingüista y coautora del Diccionario de parlache, el acortamiento “nea” habría surgido en los colegios femeninos de estratos altos de Medellín con el fin de encriptar el insulto, para poder usarlo sin perder prestigio, sin que las alumnas fueran tildadas de vulgares por sus profesores. Posteriormente, se propagaría por los demás colegios de estratos privilegiados, mutando a través del uso tanto su tipo como su significado, pasando de adjetivo a sustantivo, y de insulto cifrado a forma de tratamiento, convirtiéndose en sinónimo de compañero, amigo, parcero, parce, etc. A continuación, se extendería por los colegios del resto de la pirámide socioeconómica medellinense, donde sumaría una nueva acepción a su significado, a caballo entre sus dos predecesoras, y que sería el espejo de “boleta” o de “bandera”, esto es, “alguien o algo desagradable, estrambótico”, o sea lo que quería darle a entender la mujer de Rigo al Rigo cabecipelado, y el Rigo cabecipelado al periodista de turno del susodicho canal.

Posdata 1: Un año antes de la primera edición del Diccionario de parlache, publicada en 2006, Luz Stella Castañeda presentaría su tesis doctoral, titulada Caracterización lexicológica y lexicográfica del parlache para la elaboración de un diccionario, y cinco años antes sería coautora de El parlache. Ambos, tanto la tesis como el libro, incluirían un glosario que sería la base de dicho diccionario, sin embargo, en ninguno de los dos estaría el acortamiento de gonorrea, luego, el surgimiento de nea es relativamente reciente, posterior a 2001, año en el que, por ejemplo, la palabra parlache se institucionalizaría, ingresaría en la vigésima segunda edición del DRAE, en la página 1683: “Jerga surgida y desarrollada en los sectores populares y marginados de Medellín, que se ha extendido en otros estratos sociales de Colombia”.

Posdata 2: “Tres letras son suficientes hoy en día para mentarle la madre a cualquiera en los barrios de Medellín. Nea, dicha en un tono fuerte, tiene una carga insultante similar a la que desde hace mucho residía en hp o en tiempos más recientes en gonorrea”. Esa es la entradilla sensacionalista de un artículo publicado en El Tiempo el 27 de marzo de 2005, titulado “Palabras de la entraña del barrio”. Allí, Luz Stella Castañeda recordaría que la primera vez que se percató de la existencia de “nea” fue en octubre de 2003, cuando, en el marco de Expouniversidad, varios estudiantes le divulgaron ese vocablo. Además, agregaría que este surgió en los sectores populares, tal vez como una metátesis de gonorrea, esto es, gorronea, que posteriormente se reduciría a “nea”, aunque un año después se rectificaría en el Diccionario de parlache, en donde se lee que dicho acortamiento “empezó usándose en los colegios de clase alta”.

La más peligrosa

¿Qué pasó con gonorrea antes de convertirse en nea, entre su origen y su acortamiento postY2K? Para establecer su año de nacimiento primero habría que echarle una ojeada al Diccionario de los mariguaneros, que saldría a la luz en Medellín abriendo 1980, gracias a los poetas Germán Suescún y Hugo Cuervo, y que sería el repertorio de una jerga que había bebido de las mismas fuentes léxicas de las que posteriormente surgiría el parlache, por lo que podría considerarse una suerte de protoparlache. Al abrirlo en la ge, y avanzar hasta la página 68, se pasa directamente del verbo transitivo “golpiar” al sustantivo “gorgonazo”, es decir, el Diccionario de los mariguaneros no incluye el adjetivo “gonorrea”. Si bien, sí incluye, por ejemplo, el insulto más usado del parlache tras gonorrea, sí, “pirobo”. Prueba necesaria y contraprueba suficiente para afirmar que la gonorrea lanzada como injuria no es anterior a 1980. Un año después, en 1981, la editorial Letras publicaría Bacano Llave, de Alberto Piedra. Desconocido ejemplar de la oralitura colombiana que, a la manera de un libro almanaque, relataría las desventuras de Bacano Llave Restrepo: un nomen nescio de la comuna noroccidental de Medellín, del barrio Robledo, el tercero de cinco hijos de Jesús Llave, un expartidario de la Anapo muerto en una balacera mientras ejercía su oficio de celador, y de Rosalba Restrepo, ama de casa impedida laboralmente por la variz. No bien cumplida la mayoría de edad, empezarían las penurias de Bacano: tras pasar sesenta días en Bellavista por mariguanero y vago reconocido, viajaría a Cali con la esperanza de refundarse. Allí, sin embargo, se haría adicto a mirar “hembritas” en el parque La María bajo los efectos del daprisal: “¡¡¡Qué culos!!! Cuando a uno le explotan los dapris se siente el putas. Pero no es como el guaro que uno se pone a peliar sino que le da es por votar caspa, fumar leña y rodarla”. Ese pasatiempo caicediano lo financiaría al venderle a unos gringos dos metros de perico falso, o sea un mix pulverizado de tres pastillas de silocaina y dos de mejoral, a precio de cuatro y medio del verdadero. Todo iría bien hasta que Bacano abandona su radio de acción, el perímetro del parque La María y sus alrededores: al adentrarse en San Fernando se toparía con un tropel entre la policía y unos estudiantes del Santa Librada, del popular Santa Pedrada. El efecto acelerador del daprisal lo obligaría a acercarse a ese ojo del huracán: lo miraría fijamente más de la cuenta y se ganaría una golpiza de los tombos. Con la golpiza vendría una elipsis narrativa del tamaño de una casa. Tan grande que, una vez superada, Bacano estaría de regreso en Medellín, recluido en un manicomio para curarse de sus adicciones, en una pieza de tres metros cuadrados con un afiche del poderoso de la montaña personalizando una de sus cuatro paredes. La elipsis es tan grande que, como en todo libro almanaque, sería minimizada al pasar la página por un elemento que contextualiza la narración: una caricatura, una foto o, en este caso, una noticia que reproducía la primera aparición de Medellín en Newsweek, al ser declarada por ese semanario la ciudad más peligrosa del mundo, lo que, por ejemplo, llevaría a clausurar el consulado gringo en Medellín promediando 1981. Ese año la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes de la ciudad más peligrosa del mundo sería 56. Finalmente, aunque Bacano Llave incluiría elementos lingüísticos que iban más allá de los contenidos en el Diccionario de los mariguaneros, tales como la locución adverbial y la negación enfática más usadas del parlache, esto es, “a la final” y “la chimba”, no incluiría a gonorrea, luego, es altamente improbable que esa palabra usada como insulto sea anterior a 1981. Un año después, en 1982, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes de la ciudad más peligrosa del mundo sería 57. Y en 1983, 58. Cerrando ese año, como si hubiera sido determinada por la curiosa progresión aritmética de esa tasa, 56, 57, 58, aparecería el primer registro público de gonorrea en calidad de insulto. Sí, en Los habitantes de la noche. Aquel mediometraje de Víctor Gaviria cuyo argumento podría considerarse la continuación clase media de Bacano Llave: al filo de la medianoche, a seis muchachos desparchados en una esquina cualquiera del centro occidente de Medellín, se les ocurre rescatar a un compinche internado en el manicomio por su adicción a la mariguana. Al compinche lo apodaban el Topo por la cuarta acepción del DRAE, acepción que lo igualaría con Bacano Llave Restrepo: “Persona de cortos alcances que en todo yerra o se equivoca”. Para trasladarse hasta el manicomio, sito en el Bloque 4 del San Vicente de Paúl, les robarán cuatro bicicletas a cuatro celadores de Florida Nueva, barrio en el que había crecido Víctor Gaviria. Mientras el tercero de los celadores telefonea al radioprograma nocturno que le da nombre al mediometraje para denunciar el robo, le hurtan la bicicleta al cuarto: ocurre en el puente que atraviesa la quebrada Ana Díaz a la altura de la carrera 77A con la 79B. Al ser atracado, el cuarto celador exclama: “Gonorreas, respeten, malparidos”. Según el locutor, es la 1:28 a. m. del 4 de octubre de 1983, día de San Francisco de Asís. Sí, el locutor era Alonso Arcila, hermano menor de Rubén Darío Arcila, el narrador de ciclismo que, aquel 9 de julio de 2017, le daría paso al periodista de turno del canal Caracol que desconocía el significado de “nea”. Un año después, el distópico 1984, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes de la ciudad más peligrosa del mundo sería 71. Y en 1985, 101. Ese año, del 10 al 15 de febrero, se publicaría en El Mundo la legendaria pentalogía de crónicas de Ricardo Aricapa titulada “S.O.S desde Bellavista”, en donde por primera vez se divulgaría el parlache a través de un medio masivo, en donde por primera vez se leería masivamente, por ejemplo, la forma de tratamiento para referirse a un amigo muy allegado, esto es, “parcero”, en uno de los pies de foto de la última entrega: “Carlos Robeiro Valencia Gómez, alias el Parcerito, uno de los duros del patio cuarto. Tiene más entradas a Bellavista que años de edad”. Tenía 17 años y 22 entradas, todas por robo, era de Manrique, el mayor de ocho hermanos, y, como Bacano Llave Restrepo, huérfano de padre. “S.O.S desde Bellavista” incluiría insultos como pirobo, pero no el capital, gonorrea. Un año después, en 1986, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes de la ciudad más peligrosa del mundo sería 123.
Como si ese 123 fuera una llamada de emergencia, pues desde ahí el homicidio sería la primera causa de mortalidad general en Medellín, cerrando ese año se filmaría Rodrigo D. No futuro. Sí, la película protagonizada por actores naturales de Manrique Guadalupe, pero rodada en Robledo El Diamante, es decir, la película que igualaría los destinos de las comunas noroccidental y nororiental de Medellín, representadas, respectivamente, por Bacano Llave Restrepo y por alias el Parcerito. Allí, gonorrea se pronunciaría once veces: tres, el Burrito; cinco, el Alacrán; dos, las hermanas Castro; y una, Ramón. Ese mismo año saldría a la luz El cartel punk de Medellín, un compilado de 37 canciones distribuidas en 20 agrupaciones, sí, aquel que tendría en la portada a Pablo Escobar con cresta, botas platineras y una botella de Chamberlain en la mano diestra. Aquel cuya octava canción, “Ramera de barrio”, de Mutantex, sería la primera en incluir el insulto de insultos, gonorrea, en el intro, parodiando Las mañanitas: “Estas son las chimbaitas / que más me emputan a mí / que las gonorreas más putas / jamás me lo dan a mí”. Esa octava canción, un par de años más tarde, sería la número cinco del lado A de la banda sonora de Rodrigo D. No futuro. Precisamente Ramiro Meneses, protagonista de la película y baterista y vocalista de Mutantex, escupiría el primer registro público de una acronimia formada con gonorrea, sí, en uno de los dos detrás de cámaras de Rodrigo D., titulado Cuando llega la muerte: Rodrigo, encarnado por Ramiro, está improvisando con el que será su hermanito en la película. De repente, un zócalo anuncia en letras rojas: “Buscando a los personajes, mayo de 1986”. A continuación, Rodrigo le dice a su hermanito que lo único que le gustó del colegio fue una clase de ciencias en la que le mostraron un feto de un marrano conservado en un frasco de vidrio. Y luego zanja la situación así, resumiendo: “Eso era lo único que me gustaba a mí, pero de resto, qué profesores tan petorreas los que había allá”. Petorrea: acronimia o cruce entre petardo y gonorrea, petardo en el sentido de la segunda acepción del Diccionario de parlache, a saber: “Persona poco competente”. Un año después, en 1987, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes de la ciudad más peligrosa del mundo sería 142. Y en 1988, 198. Ese año se registraría la primera aparición de la gonorrea del parlache en la literatura, sí, en Los caminos a Roma, de Fernando Vallejo, como si todos los caminos condujeran a la gonorrea: un Vallejo viejo, el narrador, recordará a un Vallejo joven, el que había viajado a Roma para estudiar en el Centro Experimental de Cine. Una tarde, a la residencia en que se hospedaba el Vallejo joven, llegará un grupo de músicos judíos, entre ellos, una niña, la única que hablaba español. Pero no será cualquier español: “Me hablaba de vos, pero no era el vos de Antioquia que es vos y tú, ni era el vos mayestático. Era un vos que nunca antes había oído. Suyo, solo suyo. El vos que usó Castilla cuando su lengua no conocía el usted”. Ese español arcaico, constatará el Vallejo joven con el tiempo, o sea el Vallejo viejo, era el de los sefardíes expulsados de España, de Toledo, por los Reyes Católicos, el fatídico 1492. Sí, el aprendido por Colón, el de Fernando de Rojas. Con ese español celestino la niña pronunciará el lugar de origen del Vallejo joven: “¿Antioquia dixistes?”. Aunque se hablaban desde un español arcaico a uno lleno de arcaísmos, el llamado antioqueñol, el Vallejo joven le dirá a ella: “¿Que mi idioma se ha hecho nuevo y el tuyo viejo? ¡Qué importa! Una sola cosa te quiero decir, mocita, pero no te la digo ahora, te la diré mañana”. La mocita, sin embargo, dejaría Roma en la madrugada, luego, el Vallejo joven nunca le dirá lo que le tenía que decir. Al recordar esa lejana decepción, el Vallejo viejo rematará ese aparte del libro, el tercero de su pentalogía autobiográfica, así: “Palabrería. Marihuanadas. El amor es una gonorrea del alma. Con perdón”. Un año después, en 1989, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes de la ciudad más peligrosa del mundo sería 237. Y en 1990, 312. En agosto de ese año se publicaría No nacimos pa’ semilla, de Alonso Salazar, una suerte de polifonía del círculo vicioso de los combos de Medellín. Polifonía que, siguiendo el denominador común de Bacano Llave Restrepo o de alias el Parcerito, giraría en torno a Toño, un sicario de la nororiental, de 20 años, el mayor de muchos hermanos huérfanos de padre. Toño, tras sufrir un atentado de Los Capuchos, un grupo de autodefensa, morirá lentamente en el pabellón San Rafael del San Vicente de Paul: “Con voz tranquila empieza a contarme su vida, mirándose hacia adentro, como haciendo para él mismo un inventario”. El inventario iniciaría con la mala estrella de los 13 muertos que llevaba encima. Pero No nacimos pa’ semilla también incluiría otro inventario, sí, sería el primer libro en anexar un glosario del parlache: “Este es un listado de palabras de uso común entre los integrantes de las bandas. Muchas de estas expresiones han permeado otros círculos sociales de Medellín, donde actualmente es corriente su utilización”. Glosario que, por supuesto, tendría en cuenta a gonorrea: “Persona despreciable”. Lo haría para poder explicar el metainfierno, “el túnel”, la peor celda de la Guayana, que era el sector donde iban a parar los parias, los desterrados de los patios de Bellavista: “El túnel es la cárcel de la Guayana, como quien dice el infierno del infierno. Es una celda húmeda por donde pasa la mierda. Al túnel caen las peores porquerías de Bellavista, las gonorreas”. Un año después, en 1991, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes de la ciudad más peligrosa del mundo llegaría a su máximo histórico, a la insuperable cifra de 375.

Posdata: Curiosamente, en ese apocalíptico 1991, se publicaría el libro con más gonorreas, sí, El pelaito que no duró nada: 52 en 106 páginas. Entre ellas, se registraría por primera vez el fraseologismo exclamativo para expresar emociones negativas o de rechazo, sí, “¡qué gonorrea!”, en dos ocasiones.

Ilustraciones: Tobías Arboleda

Narcos

Para alimentar mi complejo de inferioridad, desde hace 17 años rastreo películas y series extranjeras que mencionan a Medellín, mi ciudad natal. Por esa vía, por ejemplo, llegué a Narcos, la serie extranjera que más la ha mencionado: 44 veces en la temporada de estreno y 57 en la segunda. La primera, a los 12 minutos y 47 segundos: “En ese entonces, Pablo era dueño de media policía de Medellín”… Narcos, según Netflix, es una de sus series más adictivas, necesitando apenas tres capítulos para enganchar al 70 por ciento de sus suscriptores. Y sería precisamente en ese tercer capítulo, entre el Medellín 18 y 19, donde una palabra me desviaría de mi conteo: se la escupe la Quica a Poison, ambos sicarios de Pablo Escobar, mientras discutían por un muerto de la noche anterior. Según Poison, era su número 65, pero la Quica decía que no, que era de él.
La Quica: Si yo fui el que se tronó al mancito.
Poison: Usted nomás le dio el plomazo cuando ya estaba todo tirado, muerto.
La Quica siguió insistiendo y Poison negando. Varios kilómetros así: el uno insistía y el otro negaba. Hasta que Poison se cansó de negar, dio un volantazo a la izquierda y atropelló a un campesino que iba caminando al borde de una carretera fantasmal.
La Quica: ¿Qué estás haciendo, gonorrea?
Poison: ¡Vea, 65, papá!

Sí, el primer gonorrea de Narcos, y el más ecuménico hasta ahora, transmitido a más de 190 países, prácticamente a todo el mundo a excepción de China, Crimea, Corea del Norte y Siria. Pronunciado 14 minutos después de que saliera en pantalla el primer reportaje sobre Pablo Escobar publicado en Colombia, sí, “Un Robin Hood paisa”, en la edición 50 de Semana, el 19 de abril de 1983, cuando el capo era suplente a la Cámara de Representantes y no tenía ningún proceso judicial en su contra, ya sea en Colombia o en el exterior. Pronunciado 17 minutos antes de la recreación de aquella famosísima plenaria de la Cámara de Representantes en donde se debatiría el tema de los llamados dineros calientes, dineros del narcotráfico financiando campañas políticas. Plenaria en la que se verían por primera y única vez las caras Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia, y Pablo Escobar. Sí, el mismo día que una fuente anónima le advertiría al editor judicial de El Espectador que, años atrás, ese periódico había publicado una noticia vinculando a Pablo Escobar con el tráfico de drogas. Sí, el mismo día que Guillermo Cano, siguiendo a la fuente de su editor judicial, encontraría dicha noticia en los archivos del periódico: publicada el viernes 11 de junio de 1976, documentaba que seis narcotraficantes, entre ellos Pablo Escobar y su primo Gustavo Gaviria, habían sido capturados en Itagüí con 39 libras de cocaína. Al día siguiente de la plenaria, 25 de agosto de 1983, El Espectador reproduciría la noticia bajo un nuevo titular: “En 1976 Escobar estuvo preso”. Sí, nuevo titular que Pablo taparía con un dedo, al menos en Medellín, al comprar todos los ejemplares de El Espectador que se distribuirían en esa ciudad ese cuarto jueves de agosto. Dos meses después, a escasos días del primer gonorrea registrado, aquel de Los habitantes de la noche, se dictaría la primera orden de captura contra Pablo Escobar, por la desaparición de los dos agentes encubiertos del DAS que lo habían pescado aquel 11 de junio de 1976. Una semana más tarde, el 26 de octubre de 1983, la Cámara de Representantes le levantaría la inmunidad parlamentaria. Comenzaría, pues, la guerra total… Ese primer gonorrea de Narcos sería traducido de distintas formas. Literalmente, por ejemplo, al inglés, italiano, húngaro, indonesio y finlandés, esto es: What are you doing, gonorrhea?; Che fai, gonorrhea?; Mit mûvelsz, tripper?; Apa yang kau lakukan, gonorrhea?; y Mitä teet, tippuri? respectivamente. Al holandés, casi literalmente: Wat doe jij nou, zieke lul?, en donde zieke lul significa pene enfermo. Distintamente, en rumano: Ce faci, nebunule?, en donde nebunule significa loco. Y también en polaco: Co ty robisz, cholero?, en donde cholero significa mierda, pero un mierda muy particular, derivado del griego choléra, que significa bilis, secreción amarillenta. A otros idiomas como sueco o checo, se traduciría de forma implícita, transformando la pregunta de la Quica, el ¿qué estás haciendo, gonorrea?, así: Vad fan gör du?, que significa ¿qué diablos estás haciendo?; y Zešílel jsi?, que significa ¿estás enojado? Finalmente, en idiomas como francés, alemán, portugués, danés, serbio, croata, turco, noruego, ruso o estonio, gonorrea no sería traducido, dejando la pregunta en un estándar ¿qué estás haciendo? Dos capítulos después, en el quinto de la primera temporada, titulado paradójicamente “There will be a future”, “Habrá futuro”, porque esa fue la última frase que le dijo Galán a Gaviria, se registraría el segundo gonorrea de Narcos y el primero pronunciado por Pablo Escobar en la serie: se lo escupe al coronel Carrillo, 38 minutos después de la recreación del magnicidio de Galán, de aquella noche suachuna del 18 de agosto de 1989, un día antes de que decretaran la extradición por vía administrativa, por fuera del alcance de la Corte Suprema de Justicia.

Carrillo: ¿Te crees el muy berraco, no? Pues deberías cambiar tu teléfono satelital.
Pablo: ¿Quién habla?
Carrillo: Tu madre está en Rionegro, con ese barrilito de grasa que llamas hijo. Y tu esposa estaba ayer en la carrera 11 comprándose una ropita.
Pablo: Malparido, marica, ¿usted qué cree, que porque es policía le tengo miedo?
Carrillo: Tú sabes dónde está mi familia, marica. Pues yo también sé dónde está la tuya, que no se te olvide.
Pablo: ¡Gonorrea, malparido!

En Narcos, el coronel Carrillo es el trasunto de Hugo Martínez, sí, el coronel que comandaría el Bloque de Búsqueda, el grupo élite de la policía reactivado para cazar a Pablo Escobar tras fugarse de la cárcel de La Catedral el 21 de julio de 1992. Tres días después, el 24 de julio, Gaviria le propondría a otro Hugo, a uno de menor rango, que se reincorporara al Bloque de Búsqueda como jefe de inteligencia. Sí, a Hugo Aguilar, el mayor que, según la historia oficial, es el autor del tiro que penetraría la espalda de Pablo Escobar, coquetearía con su corazón y se le alojaría en el maxilar inferior izquierdo, sí, el tiro inmediatamente anterior al mitificado tercero que le entraría por una oreja y le saldría por la otra, la derecha. Hugo Aguilar, actualmente encarcelado por parapolítica, también es el autor de Así maté a Pablo Escobar. Publicado en 2015, es uno de los pocos libros que da cuenta del capo pronunciando el insulto de insultos, gonorrea, sí, en el capítulo inicial, “Hablando con Pablo”:
—¿Aló?
—¿Quién habla?
—¿A quién necesita?
—Vea, hiena gonorrea, si usted es el mayor Aguilar, le voy a meter un poco de dinamita por ese culo.
—Y yo le voy a meter un roquetazo, sicópata infeliz.
—Vea, usted es el mayor Aguilar, con ese habladito boyacense. Gonorrea, cuando lo secuestre le voy a quitar uña por uña y los dedos uno a uno.

Días después, el capo llamaría a la sala técnica de interceptación de llamadas:
—¿Aló?
—¿Quién habla?
—Pablo Emilio Escobar Gaviria y en pocos segundos va a explotar un carrobomba con dos mil kilos de dinamita en esa sede de torturas, gonorrea hijueputa.

Se refería a la sede del Bloque de Búsqueda, la Escuela de Policía Carlos Holguín, que, naturalmente, sería evacuada. Tres meses después de esa falsa alarma, tras 499 días de persecución, al día siguiente de cumplir 44 años, o sea el 2 de diciembre de 1993, a las 3:15 de la tarde, sería abatido Pablo Escobar. En el techo de una casa del barrio Los Olivos, en la carrera 79B # 45D-94, sí, exactamente cuatro cuadras arriba del puente que atraviesa la quebrada Ana Díaz, a la altura de la carrera 77A con la 79B, sí, aquel puente de Los habitantes de la noche donde se pronunció el primer gonorrea del que todos podemos ser testigos. Luego, es como si el insulto de insultos, gonorrea, hubiera esperado diez años para dibujar su referente. No por nada, el margen de error de los equipos Thompson y Telefunken que triangularon las últimas llamadas de Pablo y lo ubicaron, era, precisamente, de un radio de cinco cuadras.

Posdata: Un mes después de la muerte del capo la revista Semana lo despediría con este obituario: “No dejó gobernar a tres presidentes. Transformó el lenguaje, la cultura, la fisonomía y la economía de Medellín y del país. Antes de Pablo Escobar Medellín era considerada un paraíso. Antes de Pablo Escobar el mundo conocía a Colombia como la Tierra del Café. Antes de Pablo Escobar los colombianos desconocían la palabra sicario…”. A lo que habría que agregar: antes de Pablo Escobar gonorrea era un sustantivo, una enfermedad venérea, con Pablo Escobar, un adjetivo, el mayor insulto de Medellín, y después de Pablo Escobar, el mayor insulto de los colombianos, y el más flexible.

Ilustraciones: Tobías Arboleda

La más fea

El mismo año de la muerte del capo, 1993, se publicaría el Diccionario de las hablas populares de Antioquia, sí, el primero en incluir el insulto de insultos: gonorrea. Para entonces su uso estaba tan extendido que no haría parte de la sección “Léxico jergal”, sino del apartado “Léxico coloquial y popular”. Un año después, en 1994, se publicarían los siete gonorreas más universales hasta la aparición de Narcos, sí, en La virgen de los sicarios. El segundo, entre paréntesis, contextualizaría al primero y a los demás: “Gonorrea es el insulto máximo en las barriadas de las comunas”. El sexto y el séptimo, por su parte, serían los más sonoros: “¡Gonorrea! El infierno entero concentrado en un taco de dinamita”, y “Dios no existe y si existe es la gran gonorrea”. Igualando ese sexto y séptimo gonorrea, y asumiendo como cierta la existencia de Dios, ocho años después Juan Villoro escribiría que La virgen de los sicarios es un evangelio al revés. Lo que comprobaría con una frase de ese libro que se encuentra, precisamente, entre dicho par de gonorreas: “Dios es el Diablo”. Al francés y al alemán esos siete gonorreas serían traducidos de forma literal, esto es, gonorrhée y tripper respectivamente. Al inglés, como si fueran una toponimia de Medellín y de Colombia reflejada en un espejo de doble fondo, la imagen de la anomia de ambas, pues, al fin y al cabo, tanto gonorrea como Medellín y Colombia tienen ocho letras, no serían traducidos, el traductor, un tal Paul Hammond, los dejaría así, intactos: gonorrea. Para el narrador de La virgen de los sicarios, un lingüista que se consideraba a sí mismo el último gramático de Colombia, ese insulto de insultos sería el resultado de una fórmula naturalista: “Al desquiciamiento de una sociedad se sigue el del idioma”. Un año después, en 1995, se publicaría la primera investigación que daría cuenta de ese desquiciamiento, sí, El parlache: una variedad del habla de los jóvenes de las comunas populares de Medellín, de Luz Stella Castañeda y José Ignacio Henao. Allí, entre otras cosas, se considera al parlache como un antilenguaje y, como tal, expresaría la nueva jerarquización social establecida en los barrios populares de Medellín. Jerarquización que sería deducida a partir de un sinnúmero de textos escritos, principalmente, por estudiantes del Pascual Bravo, entre 1991 y 1995: en la punta de la pirámide estarían las palabras “patrón, duro, jefe y fuerte”; después, en un segundo nivel, “traqueto, dedicaliente y caliente”; en el tercero, “chichipato”; en el cuarto, “torcido, fariseo y sapo”; en el quinto, “basura, pichurria, bandera y chirrete”; en el sexto, “fufurufa y pirobo”; y, en el séptimo y último, a ras del más allá, “chulo”. Jerarquización que, ciegamente, no incluiría a gonorrea. Sin embargo, en el texto número siete de los escritos por los estudiantes del Pascual Bravo, se lee lo siguiente: “Llegó una noticia que Julio estaba muerto y con un letrero en el pecho que decía: Vamos a acabar con los gonorreas”. Luego, sabiendo que chulo es sinónimo de muerto, gonorrea, en esa jerarquización, ocuparía el séptimo nivel, desplazando a chulo hasta el octavo. Gonorrea, pues, sería el calificativo de alguien que está a punto de ser besado por el fraseologismo medellinense de la muerte, que está a punto de ser “tirado al piso”. Al respecto, un año después, en 1996, en el libro La génesis de los invisibles: historias de la segunda fundación de Medellín, Alonso Salazar escribiría que dicha jerarquización es la materialización de “un lenguaje al mismo tiempo lúdico y profano, que se tomó la ciudad desde los territorios de la exclusión… Jergas repetidas como identidad o como esnobismo. Pues aún en los colegios de buenas familias para referirse a un paisano no muy estimado se le dice gonorrea. Pero las palabras no son gratuitas. En este slang las que están asociadas con la muerte son las que más sinónimos presentan”. Un año después, en 1997, en el libro Medellín es así, en un artículo titulado “La real academia del parlache”, Ricardo Aricapa, divulgando la referida investigación de Castañeda y Henao, ampliaría la cita de su colega Alonso Salazar a través de un mapa de calor del parlache según sus términos y expresiones: 87 palabras aluden a la cultura de la droga, 46 a la mariguana, 25 al bazuco y a la cocaína, 42 a la violencia, 73 a la muerte, 27 a las armas de fuego, 11 a las armas blancas, 24 a las balas o municiones, 17 a la cárcel, 19 a la policía, 25 al dinero, 14 a las prostitutas, 18 al robo y la misma cantidad a escaparse. Además, se encontrarían cuatro veces más palabras o expresiones para insultar que para elogiar, esto es, 53 frente a 13, siendo gonorrea el insulto más popular. Popularidad que alcanzaría su cimero al año siguiente, en 1998, con los 101 gonorreas pronunciados en La vendedora de rosas, ninguno, curiosamente, por Mónica, la protagonista, que moriría en Nochebuena escuchando el último de esos agravios, lo que demuestra nuevamente que, en el contexto de la nueva jerarquización social establecida en los barrios populares de Medellín, el nivel de la gonorrea es el más propincuo al de la muerte. Ese mismo año saldría a la luz, en la revista Íkala, “Parlache, crisis social y medios de comunicación”, en donde se reseñaría la primera vez que gonorrea circuló en El Espectador, el 9 de octubre de 1994, en un artículo titulado “Diccionario real de la narcolengua”: “No es raro que un niño de un colegio bien le diga a un amigo que es una gonorrea y que si no le gusta cómo lo trata, pues que se abra”. Un año después, en 1999, se publicaría De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas, de Alberto Salcedo Ramos, que incluiría una titulada “El gol que costó un muerto”, acerca de William Blandón, un joven de la comuna nororiental de Medellín que sería amenazado de muerte por hacer un gol sin querer, el del triunfo definitivo en un partido de microfútbol que debía quedar empatado: “Me acuerdo como si fuera ayer del insulto que me echó en la cara. Me dijo: Gonorrea hijueputa, nos dañaste la clasificación. Cuidate, que te voy a matar”. Frase que, hasta ese momento, había retenido en su mente durante diez años, como eco, una vez más, de gonorrea trasuntado en aviso de muerte en la jurisdicción de los barrios populares de Medellín. Connotación que se extendería rápidamente a los barrios periféricos de Bogotá, como quedaría evidenciado un año después, el 26 de febrero del 2000, en una noticia de El Tiempo titulada “Los recorridos de la muerte”. Allí, se denunciaría que, en un lapso de cinco meses, habían sido asesinados cinco conductores de las rutas 728 y 729 de Coointracóndor por resistirse a ser atracados. Uno que no se resistió, llamado Emerson Mejía, describiría a su atracador así: “...de unos 18 años, 1,70 de estatura. Bien vestido. Me encañonó y me dijo: Quieto gonorrea. Entrégueme la plata hp”. Ese mismo año, el 2 de julio, y en ese mismo periódico, en una columna titulada “Cine con sociología”, Armando Silva, luego de divulgar un estudio del Ministerio de Cultura que señalaba a La estrategia del caracol y a La vendedora de rosas como las películas colombianas de mayor recordación para el público nacional, diría lo siguiente acerca de la segunda: “La vendedora, que tuvo algunos aciertos al introducir un mundo con actores naturales, sobre algo significativo como la droga y la violencia en la marginalidad citadina, fue un exceso de espontaneísmo, concordante con la repetición gratuita y ofensiva de la palabra gonorrea, emblema gastado de su audacia cinematográfica”. Un año después, en 2001, la publicación de El parlache, a través de un glosario que serviría de colofón del libro, demostraría que, a diferencia de lo escrito por Armando Silva, gonorrea no era ningún emblema gastado, sino, más bien, el vocablo más maleable de dicho glosario representativo y, por lo tanto, de la variedad argótica denominada parlache. Tan maleable que, si avanzan hasta la página 121, verán que, hasta entonces, gonorrea se había fusionado con pichurria, plasta y gorzobia, para transformarse, respectivamente, en gonopichurria, gonoplasta y gonorzobia, y se había deformado en otros insultos como gonopleta, gorronea y gorroné, este último la versión de gonorrea usada en Urabá. Tan maleable y a la vez tan apegada al contexto local y nacional que, como señala una micronoticia de El Tiempo publicada el 6 de mayo de 2001, anunciando la primera muestra de cine colombiano en Moscú, a presentarse entre el 8 y 15 de ese quinto mes en el Museo del Cine, gonorrea traería líos de traducción: “Para los traductores rusos lo más difícil por lo pronto es entender el lenguaje callejero de los protagonistas de La vendedora de rosas. Y es que les toca decir gonorrea en ruso”. Finalmente, sería traducida de manera literal: “гонорея”. Líos de traducción que, un año después, en 2002, también manifestaría Fernando Vallejo en La rambla paralela, su libro más experimental, la novela de su desdoblamiento: “Poca atención le prestó el viejo a las noticias de Colombia, preocupado como andaba por lo propio: por la intraducibilidad al alemán de sus libros dada la escasez de insultos en esa pobre lengua pendeja”. Se refería, por supuesto, a los siete gonorreas de La virgen de los sicarios que, como se dijo arriba, fueron traducidos literalmente a la lengua de Goethe, esto es, “tripper”. Líos de cuasiintraducibilidad que solo han permitido que se haya traducido una vez un vocablo extranjero al español colombiano como gonorrea. Sí, en 2003, en “Mea Culpa”, un panfleto de Céline traducido por Pablo Montoya y que publicaría la Revista Universidad de Antioquia en su número 272. Inédito hasta entonces en español, “Mea Culpa” sería el resultado de un viaje que había hecho Céline en 1936 a la Unión Soviética pagado con los derechos de la traducción al ruso de Viaje al fin de la noche. Viaje decepcionante que desembocaría en la escritura de ese manifiesto anticomunista. Allí, en un párrafo en el que habla de la superioridad práctica de las grandes religiones cristianas, Céline dice que esta reside en que “Toman al hombre en la cuna y enseguida le descubren el pastelito. Y le soplan sin ambages: Tú, pequeña gonorrea informe, nunca serás más que una basura…”. En el original, en francés, esa frase intensificada por los dos puntos que la anteceden fue escrita así: “Toi petit putricule informe, tu seras jamais qu’une ordure...”. Luego, “putricule” correspondería a gonorrea en la traducción de Pablo Montoya. Posteriormente, en un artículo titulado “Manipulación ideológica y formal en la traducción literaria de Pablo Montoya”, publicado por Wilson Orozco en Íkala vol.14 no.21, a propósito de “Mea Culpa”, Pablo Montoya diría: “A la hora de definir hacia quién iba dirigida esa traducción, pensé en los jóvenes lectores de la Universidad de Antioquia. Aunque, por obvias razones, me parecía peligroso publicar en la revista de dicha universidad un texto anticomunista”. Como esa traducción no sería bien recibida por los estudiantes antiintelectuales y anticapitalistas de esa institución, desde entonces, en esos pequeños círculos anti y anti, a Pablo Montoya se le conoce como Putricule Montoya. Un año después, el 17 de noviembre de 2004, como informaría Semana el 12 de diciembre de 2009 y El Espectador el 14 de enero de 2012 y el 16 de marzo de 2013, en “Manual para amenazar”, en “¿Por qué el DAS se ensañó contra mí?” y en “La más perseguida del DAS” respectivamente, el G-3 del DAS crearía un manual para amenazar a Claudia Julieta Duque, la periodista que, en 2002, a través del programa Contravía, había denunciado las “DASviaciones”, las desviaciones que el DAS había hecho en la investigación por el magnicidio de Jaime Garzón. El manual para amenazarla constaba de dos partes: a) Instrucciones para no ser descubiertos: la llamada debía hacerse en cercanías a las instalaciones de inteligencia de la Policía, no debía durar más de 49 segundos, debía hacerse desde un teléfono público, quien la realizara debía estar solo y desplazarse en bus hasta el sitio, debía constatar que no hubiera cámaras de seguridad en el lugar y, muy importante, resaltado, no debía tartamudear. b) La amenaza redactada, en donde gonorrea era el insulto clave: “Ni camionetas blindadas ni carticas chimbas le van a servir ahora, nos tocó meternos con lo que más quiere, eso le pasa por perra y por meterse en lo que no le importa, vieja gonorrea hijueputa”. O, “Cuando escuchamos tu voz y la de tu hija, nos dan ganas de cogerlas y picarlas, gonorrea. Su hija va a sufrir, la vamos a quemar viva, le vamos a esparcir los dedos por la casa”. Un año después, en 2005, Luz Stella Castañeda presentaría su tesis doctoral, Caracterización lexicológica y lexicográfica del parlache para la elaboración de un diccionario, que incluiría una nueva acronimia y una nueva desviación de gonorrea, esto es, chandorrea y gonopercubia, la primera mezcla de chanda y gonorrea, y la segunda “persona viciosa y pervertida”. Par de vocablos que, curiosamente, al año siguiente no harían parte del Diccionario de parlache, que sí incluiría a las ya reseñadas gonopichurria, gonoplasta, gonorzobia, gonopleta, gorronea, gorroné y, por supuesto, nea.
En ese 2006, además, se publicaría el único diccionario de colombianismos que, hasta ahora, tiene como entrada a gonorrea, sí, el Diccionario comentado del español actual en Colombia, de Ramiro Montoya. En 2007, sin embargo, en el marco del XII Concurso de Ortografía convocado por El Tiempo, Copista, el blogger del concurso, preguntó: ¿Cuál es la palabra más fea del español? La pregunta estaría abierta un mes, durante el cual 1027 cibernautas propondrían 1801 palabras para, finalmente, elegir a gonorrea, el insulto de insultos, como la más fea del español. Un año después, en 2008, saldría a la luz el único texto que ha reunido en torno a unas pocas líneas a Medellín, gonorrea y nea. Sí, tríada presente en el coro de una canción titulada, precisamente, Medellín, de Bruhoo Mc: “Medellín sos como yo / yo como vos / vos como yo / yo como vos / y a la final lo mismo / meras neas. Medellín sos como yo / yo como vos / vos como yo / yo como vos / y a la final lo mismo / unas gonorreas”. En el video, que se estrenaría en 2009, un ángel alado aterrizaría en Medellín en un día caluroso, bebería agua de un charco sito en una empinada calle del barrio Las Palmas y, como lo expresa el determinismo dentro del naturalismo del coro de la canción, se contagiaría al instante de la anomia de la que fuera la ciudad más peligrosa del mundo, convirtiéndose en la gonorrea más gonorrea del barrio. Ese mismo 2009, el 29 de mayo, en un artículo publicado en El Tiempo bajo el título “Lenguaje”, su autor, Alberto Baquero Nariño, escribiría que “el idioma tiene sus formas y sus espacios: así como en la diplomacia, en las cortes y parlamentos, por ejemplo, reina la hipocresía, en la gaminería la mejor alusión de confianza es ¡Uy, gonorrea hp!”. Dando a entender, posteriormente, que así como la RAE acepta lo primero, debería pasar lo mismo con lo segundo. No sé si ese artículo habrá tenido eco internacional, de seguro no, pero al año siguiente, en 2010, la RAE publicaría la primera edición de su Diccionario de americanismos, diccionario que, sorpresivamente, incluiría en sus páginas tanto a gonorrea como a su acortamiento nea. “Gonorrea: i. Co. Se usa para dirigirse a alguien entre personas del hampa y clases populares. ii. Co. Se usa como insulto, con el significado de persona ruin y despreciable”. “Nea: f. Co. juv. Persona de malos sentimientos”. Y listo, el resto es historia reciente, desde entonces, nea se alejaría cada vez más de su origen de insulto velado, consolidándose, por un lado, como sinónimo de parcero, y, por el otro, de boleta o bandera. En cuanto a gonorrea, a partir de su aparición inesperada en aquel Diccionario de americanismos, estaría presente, por ejemplo, en catorce artículos de El Tiempo y en siete de El Espectador, e incluso haría su debut en El Colombiano, el 1 de septiembre de 2017, en un artículo titulado “Parce, ¿y vos también usás el parlache?”. Todo eso, no sin antes acompañar otro debut, el de Sofía Vergara en Saturday Night Live, el 7 de abril de 2012, cerrando el tradicional monólogo de apertura de ese legendario programa, cierre que, por supuesto, cerrará este artículo: “And finally, you might have notice that I have a little some accent sometimes, I love it, this accent can make anything sound sexy, listen: gonorrea”.

Posdata: A última hora me llegó una información acerca del Diccionario del español de uso de Antioquia, que no es público y está en un fichero en la oficina 424 del bloque 12 de la Universidad de Antioquia. Bibliográficamente, suelen fecharlo en 1987, sin embargo, Adriana Ortiz, que por estos días dirige su digitalización, me envió la ficha de gonorrea y la elaboración de la misma corresponde a septiembre de 1984, elaborada por alguien cuyas iniciales son SMDV, que no se sabe quién es. Si lo que dice el manual de instrucciones de dicho diccionario, que sí es público, es cierto, esto es, que la información para construirlo fue recolectada en 1982, estaríamos ante el primer registro de gonorrea como insulto. Cuestión que, por supuesto, podría confirmar el enigmático SMDV. Por eso, si usted es SMDV, comuníquese, por favor, con Universo Centro. UC

Ilustraciones: Tobías Arboleda