Número 22 - Abril de 2011
Artículos
Laminitas Animales Brigitte Luis Guillermo Baptiste. Ilustración Verónica Velásquez
Brigitte Luis Guillermo Baptiste es una experta en los temas de diversidad, además de practicante de excentricidades y ejemplar en vías de extensión. Estudió biología y es directora Instituto de Investigación Alexander von Humboldt, en Bogotá. Alguna vez dijo que el animal nacional debería ser la chucha, La zarigüeya para que no se ofenda. Con esa idea lo invitamos a que nos hiciera una lista de cuatro animales insignes para un escudo imaginario de Colombia. Les presentamos los bichos.
La lagartija calentana
Cuando era pequeña, mis papás me enviaban a perseguir lagartijas para entretenerme, y normalmente lo lograban. Tras dos o tres horas de arduas labores de inteligencia y extenuante ejercicio a pleno sol, lograba atrapar alguna de las exhaustas víctimas, que luego de ser exhibida como trofeo, era liberada hasta la siguiente jornada. Insignificantes, prehistóricas, veloces, algunas veces coloridas, las lagartijas representan la resistencia de los dinosaurios y su capacidad adaptiva, incluso, a los niños.
Los murciélagos
Y en especial las murciélagas, que atrapábamos en una red de hilos como telarañas para caracterizar la fauna de los tepuyes del Guainía y el Guaviare. En una maravillosa ocasión, al desenredarlos, presencié el parto completo y el vuelo posterior del bicho con su cría, lejos de las terribles manos de los biólogos, que habíamos viajado cuatro y cinco días por el río Inírida para indagar por sus vidas en las oscuras grietas que luego acabarían por albergar secuestrados y laboratorios de cocaína.
Los cangrejos de playa
Uno de los primeros recuerdos de la alegría con que mi mamá me enseñaba el mundo, eran los cangrejos blancos que como fantasmas absolutamente escurridizos, se enfrentaban feroces a mis dedos en las playas de Tolú o Santa Marta, cuando lograba que salieran de sus hoyos y los perseguía (también) para mostrar mis habilidades físicas, hace tiempo perdidas. Después, un buen amigo, José Iván, hizo lo imposible para enseñarnos a estimar el tamaño de una población silvestre de animales mediante la técnica de marcarlos con un número y tinta china en la espalda, cuando estudiaba biología. Capturamos y marcamos cientos, en una festiva noche en Bahía Concha, mientras nos devoraban los mosquitos. La idea era recapturarlos luego y tras un ejercicio matemático simple, decir cuántos cangrejos habitaban la playa, cosa que nunca sucedió, bien fuera porque la tinta china se disolvía entre las olas o porque los cangrejos tenían algún sucio truco para despistarnos.
Los opiliones
Extraños y lentos arácnidos, inofensivos pero capaces de despertar todas las fobias a un tiempo por sus extrañas formas, sus larguísimas patas olfativas, sus hábitos subterráneos y nocturnos. Despertaron en mí una fascinación especial, tanto que fueron víctimas de la única vena de bióloga colectora que he tenido con su posterior neurosis clasificatoria. Tal vez una catarsis juvenil, ya que cada especie se distinguía de las demás por su morfología genital, más digna de un sótano sadomasoquista berlinés que de las maravillas de la naturaleza que Gloria Valencia nos mostraba en Naturalia.