Número 118, octubre 2020

El giro dramático
Acción Impro: veinte años improvisando

 

Acción Impro 
 

Un día de este mes, el improvisador, actor y cabeza de la compañía teatral Acción Impro, David Sanín, le decía por Zoom a un periodista que se rehusaba a madurar. Sanín usaba una camisa tan seria como informal, apropiada para su forma de pájaro adolescente. Poco después Sanín debió pararse del computador, en pantaloneta, a cargar a su bebé que había empezado a llorar. “Ya me toca trabajar. Si no fuera por ella, estaría parchado todo el tiempo jugando”.

Acción Impro nació en un taller de improvisación que el actor Rigoberto Giraldo dio en el año 2000 en la Universidad de Antioquia. “Éramos todos unos muchachitos”, dice Catalina Hincapié. Ella y Sanín son los únicos miembros fundadores de Acción Impro que siguen en la compañía. “Nos mantenían nuestros papás, y como no teníamos que trabajar, pudimos pasar tres años encerrados en un salón ensayando. Empezamos a hacer improvisaciones en las filas de la fotocopiadora o del banco, y al final pasábamos el sombrero recogiendo plata. Con el tiempo aparecimos en teatros, cobrábamos la función a cien mil pesos: una parte la dejábamos para el grupo, y con el resto pagábamos una botella de ron para todos”.

Los cinco muchachitos fundadores duraron catorce años juntos. “Cuando nos invitaron por primera vez a Europa solo comíamos sánduche ventiado y un pedazo de pizza. No teníamos plata para ningún restaurante. Fuimos a ver ratas al río Sena”, dice Hincapié. Fueron selección Colombia de improvisación y ganaron varios campeonatos. Luego, dos se fueron a hacer improvisación a Brasil y otro montó su propia compañía teatral.

“Esa palabra que todo el mundo detesta: reinventarse, es nuestra profesión”, dice Hincapié. Han hecho festivales de improvisación, montaron una academia, han hecho teatro en todo el espectro de la seriedad. Y este año Sanín cumplió cuarenta años, Acción Impro veinte y nació su primera hija. (“El gran giro dramático de la vida es ser padre”, opina Hincapié). Al tiempo que se ajustaba a ser padre, la pandemia cerró su teatro en el Parque del Poblado, acabó una temporada que hacían en el teatro del Águila Descalza y puso una incógnita sobre todos los proyectos.

“Por los veinte años queríamos que Acción Impro se presentara en Miami, y de ahí, que todo el equipo tomara un crucero de regreso a Colombia. En ese entonces no estaba embarazado y mi esposa era mi novia. Pero nos adaptamos”, dice Sanín.

Sin crucero, la semana después del cierre, Acción Impro se dedicó a improvisar en la virtualidad. “Youtube es nuestra sala de teatro ahora”. Montaron una emisora virtual para hablar del desamor, Desafinada Estéreo; adaptaron un espectáculo veterano, Los de la oficina, al teletrabajo y abrieron un festival de comedia virtual, ¿Cuál es el chiste?

Si en el mundo pospandemia desde filósofos hasta mercaderes de la autoayuda han postulado a la reinvención como antídoto al caos, la improvisación se sustenta en un progresivo reconocimiento del error y la zozobra. “Para mí no se limita a Acción Impro. En mi familia hubo mucha violencia intrafamiliar y desde chiquito tengo una compañía teatral con mis hermanos: jugábamos a la oficina, policías y ladrones. Cuando había violencia éramos nosotros tres los que teníamos que enfrentar al agresor. Apenas pude, tomé la decisión de divertirme, así las circunstancias externas fueran duras. No tenía sentido una vida miserable, pero sí podía inventarme mi propia felicidad a través del juego, ahí sí”, dice Sanín.

Cuando Acción Impro improvisa, o interpreta, o juega en el escenario, una risa accidentada previene y sucede al chiste. Cuando Sanín contó que iba a ser padre, lo hizo en frente del convencional escenario cargado de personas, excepto que ni la audiencia, ni su familia que estaba en ella, ni sus compañeros sabían lo que iba a decir. Después de la bulla, las lágrimas y los abrazos, Sanín jodió: “Mentiras, era una improvisación”.

“Uno parece hablando como si fuera una religión”, dice Hincapié. Si la vida de cualquier ser humano es un accidente, la improvisación no es una técnica o un arte, sino una confesión. “Nosotros no éramos amigos cuando empezamos. Todos éramos de semestres diferentes y apenas nos conocíamos. Fue esta técnica la que nos acercó”.

Hace unos años se fueron a grabar unas escenas a la Plaza Mayorista. Como es usual, el celador prohibió la grabación y la mamá de Sanín, Martha Gaviria, fue a las oficinas a pedir permiso. Mientras llegaba, Adrián Parada puso la cámara dentro de un camión y extendió el boom hacia el irreconocible Sanín, disfrazado como el cachetiquemado Fredy, un cotero de la mayorista. Improvisó un diálogo con una señora de la plaza y en un momento le pidió ciento cincuenta mil pesos al atravesado portero. “¡Pa Dios que mañana le pago!”.

¿Acción Impro durará otros veinte? “Yo ya estoy muy orgulloso de que cinco pelagaticos duramos veinte años con una empresa levantada”, dice Hincapié. “Cuando nos consolidamos como empresa nos preguntaron la vigencia. Los socios dijimos quince años, y quince años después nos perdimos una beca porque la corporación expiraba. Yo no sé si alcancemos a durar otros veinte, prefiero pensar en ese gerundio tan bonito: veinte años improvisando”, dice Sanín. Es cierto que improvisar es un verbo bastante absurdo. Como la infancia, improvisar solo se conjuga en un perpetuo presente.

A veces Sanín improvisa, o actúa, o es un teórico de la improvisación. “Una pincelada es improvisada. El pintor puede conocer la técnica, pero una vez pone el pincel en el lienzo eso es un instante desconocido”. En la última presentación que hizo Acción Impro antes del cierre de los teatros, en el Águila Descalza, se fue la luz en Prado Centro. Los improvisadores prendieron las linternas de los celulares y el público hizo lo mismo. En un momento, nadie sabía lo que iba a pasar con la luz, con el espectáculo, con la ciudad. Pero todos siguieron.
 

Acción Impro

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