Haciendo disección con la palabra seguimos a nuestro guía, el arquitecto Rafael Ortiz, en el recorrido por las principales calles del centro de la ciudad.
Carabobo se llama así porque a alguna autoridad de la ciudad le dio por señalar las calles con los nombres de la batallas de independencia. A decir verdad, tan patriótico gesto es difícil justificarlo hoy en día. Empezó a crecer desde el puente de Guayaquil, y entre ese puente y la calle San Juan se conoció como Camellón de Guayaquil, donde destacaban dos sitios: La Bayadera y la Estación del Ferrocarril.
1. La historia de La Bayadera tiene más cara de tango argentino que de pasillo antioqueño. Miren si no: conjunto de casitas-prostíbulos, cafetines para bailar el son porteño y campo de entrenamiento del Deportivo Independiente Medellín. La mayoría de los jugadores de este casi centenario equipo eran albañiles que entrenaban varias veces a la semana de manera muy particular. Empezaban a eso de las dos de la tarde entre cerveza y cerveza, y continuaban entre trago y trago en algún café; los sábados, además, amanecían en los prostíbulos para jugar el domingo, a las once, todavía borrachos. Por eso, en las mismas mangas en que se disputaban los partidos, era frecuente ver tipos brincando en cuclillas, cogiendo grillos con un trapo y echándolos en botellas de alcohol impotable, confiados en que los orines de los insectos desencadenarían la química necesaria para convertir el alcohol en un pipo bebestible.
2. Sobre el costado oriental seguía un montón de casitas que no eran otra cosa que zaguanes llenos de cuartos a lado y lado, para En cuclillas cazando grillos nació el Medallo en Carabobo terminar en un sanitario colectivo. Sus habituales eran gente que no tenía la módica suma de cinco centavos con qué pagar una habitación fija.
3. Luego, en el costado occidental, estaba la clínica que construyó el ferrocarril para sus trabajadores, en reemplazo del Hospital San Juan de Dios.
4. En la esquina de San Juan con Carabobo encontramos la Estación Central del Ferrocarril de Antioquia.
5. Al frente de la Estación, por la puerta de tercera clase, estaba el Café 24 Horas. El mismo día que lo dio al servicio, y como acto simbólico, su dueño le arrancó las puertas y así estuvo siempre abierto. Muchos arrancados solían pasar la noche allí, gastando una única gaseosa o un único tinto, para esperar la salida del tren de tercera a Puerto Berrío, que partía a las 6 de la mañana y llegaba más o menos a las 5 de la tarde.
6. Por el lado de San Juan, al frente de la Estación, estaba la Plaza de Cisneros. Histórica Plaza que, para los que vivimos sus épocas románticas, del terror y de la esperanza, desde sus cafetines y comederos, fue una institución sacrificada inútilmente, para adjudicar a dedo el premio del proyecto que la convirtió en calle en un 80% y el resto en parqueadero. Semejante despropósito ni siquiera ameritaba concurso.
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7. Diagonal a la Estación, funcionaba un establecimiento típico de aventurero paisa llamado La Luneta. Propiedad de José Uribe, lo componían un café, una prendería y un almacén. Sobra decir que en la prendería naufragaban los bienes que los borrachitos del café compraban en el almacén.
8. En el costado occidental de la Plaza de Cisneros estaban (y están hoy restauradas) las torres gemelas de Medellín: los edificios Vásquez y Carré, cuya construcción sirvió para entrenar el personal destinado a levantar la Basílica. Con el paso del tiempo, antes de que llegara el código penal, se convirtieron en lugar de entrenamiento de muchos crímenes. En el edificio Vásquez se encontraban:
El Café Árabe (A). Uno de los lugares favoritos de los viajeros del ferrocarril, allí desayunaban antes de embarcarse o tomaban un tentempié al llegar. El Perro Negro (B). Famosísimo café, especialmente porque en la época de la Violencia allí se podía negociar cualquier arma, y se conseguían hasta ametralladoras. Por su parte, en el edificio Carré estaban: La Farmacia Molina (C), que junto con la Pasteur, tenía clientela fija de brujos y yerbateros que se proveían de lo necesario para elaborar sus menjunjes. Y de los estudiantes tímidos en las lides sexuales, que se aparecían para comprar las cajitas de tres condones marca Cadet, los mismos que usaban los soldados gringos. El Restaurante Cuclillas (D), con el nombre ganado a fuerza de no tener mesas ni asientos. A cambio de comer incómodos, agachados o de pie, los clientes recibían por cinco centavos un plato gigantesco de sancocho o de lo que hoy llamamos bandeja paisa, cuñado con medio aguacate. Por tal abundancia, abundaba la clientela.
9. Hasta hace poco estuvo en pie, sobre el costado oriental de la vía, una vieja casona, inmensa como todas, donde funcionaba La Sancochería. Una de sus habitaciones estaba reservada única y exclusivamente para un comensal que no pagaba, idolatría de la dueña: don Tomás Carrasquilla. Allí llegaba el escritor, con sus amiguitos, y pasaba la tarde hasta las seis, hora de tertulia en el Café La Bastilla. Nunca le cobraron, y hasta que la señora murió el cuarto se conservó tal cual como lo disfrutó el gran Carrasca. Reflexión: Fue más esta sancochera guayaquileña que el dueño de una universidad, que compró la casa donde vivió don Tomás, en la calle Bolivia, y sin ningún pudor la convirtió en motel.
10. El Edificio Guayaquil, destinado para la farmacia del mismo nombre, fue el primero de estilo beaux art que se hizo en Medellín. Según datos no confirmados y deducciones basadas en los rasgos del estilo, era de Pepe Mejía. Adjunto había un lugar de homosexuales con el pomposo nombre de Café Venus, y su principal decoración era el mural de una mujer desnuda de extraordinaria belleza. Apenas hemos llegado hasta la calle Amador. Ya seguiremos recorriendo a Carabobo.
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