En estas dos últimas semanas me di a la tarea de recoger esos papelitos publicitarios que reparten los parasicólogos y mentalistas que tienen consultorio en el centro de Medellín. Esto como punto de partida de una sencilla investigación periodística sobre este fenómeno, que a juzgar por la cantidad de papelitos que alcancé a recoger, goza de muy buena salud en la ciudad.
Sobre la Avenida la Playa, La Oriental y el Parque Berrío, quienes reparten estos papelitos ya son parte del paisaje urbano, flores familiares en el vasto jardín del rebusque callejero, como las minuteras de los celulares. En una esquina uno puede ver hasta tres muchachos repartiendo papelitos (no todos de brujos y mentalistas, se advierte, porque los que anuncian salas de masajes también se reparten como arroz). Cada muchacho debe repartir dos mil papelitos al día, y por hacerlo se gana veinte mil pesos. Así que cuando usted, solidario lector, vaya por la calle, reciba todos los papelitos que le entreguen, aunque sea para que estos muchachos conserven su empleo. Porque no se puede negar que repartir papelitos de brujos es un trabajo, un poco ingrato y mal pagado, es cierto, pero trabajo al fin y al cabo. Incluso deberían censarlos y ponerles chaleco, como a las minuteras.
Como trabajo es el que hacen los propios mentalistas y parasicólogos. Ellos también se rebuscan y tallan su suerte en el juego de la vida, como diría Daniel Santos, así sea a costa de las ilusiones y las angustias del prójimo; lo cual puede que esté mal hecho, pero no está prohibido, pues la ley permite que cada quien ponga a jugar sus ilusiones y angustias donde le venga en gana. Hay unos que las ponen a jugar en los casinos, otros se las entregan a los curas por oraciones, y otros van a los consultorios de los mentalistas y parasicólogos.
Después de hacer un inventario y descartar los papelitos repetidos, puedo decir —con un margen de error muy estrecho— que en el centro de Medellín hay diez consultorios donde trabajan veinte parasicólogos; esto porque hay consultorios que son compartidos, seguramente para abaratar costos de alquiler, como los abogados. O sea que ya se puede hablar de bufete de parasicólogos, para que vean todo lo que ha evolucionado este oficio.
Están desperdigados en diferentes edificios del centro, especialmente en dos: el Gaspar de Rodas, sobre la Avenida Oriental, y La Ceiba, sobre la Playa. En este último está el bufete de los segovianos, que por lo menos en los papelitos son siete, no sé si en la realidad también, no lo averigüé. Y son, de lejos, los más promocionados: por cada dos papelitos que te dan, uno es de los segovianos.
Debo advertir que el presupuesto asignado para esta investigación sólo incluía una sola consulta (no hubo para pagar un trabajo completo, que hubiese sido lo ideal). Además habría sido un desperdicio de recursos hacer más de una consulta. Me explico: según el menú que aparece en los papelitos, todos los parasicólogos, con algunas diferencias de matices, tienen los mismos poderes, todos ofrecen los mismos servicios, todos garantizan resultados contundentes y rápidos, y cobran cuando se vean los resultados. Así que con una consulta era más que suficiente, que es un poco lo que sucede con las esculturas de Arenas Betancur: vista una, ya están vistas todas.
Sólo que tal decisión me puso en un dilema: ¿a cuál consultar?, pues había que escoger uno entre veinte. Lo que sí tuve claro fue a quién no consultar. A Deyabú, por ejemplo, que despacha por los lados de la Plazuela Nutibara, lo descarté de una. Primero por el nombre que se puso, que suena rebuscado y se sale de la línea simple que siguen casi todos, que sacan su nombre de la Biblia y resuelto el problema: Jeremías, Isaías, Juan Bautista, Saúl, Samael, Raquel, David… Con la Biblia no hay pierde. Y segundo, por baratero. Cobra $3.000, la tarifa más baja del mercado. Porque resulta que también al mercado de la brujería le cabe esa vieja y sabia sentencia que dice que lo barato sale caro. Eso de hacer venir desde el más allá a los espíritus por tres mil devaluados pesos colombianos, es un insulto a la dignidad de los espíritus. Dudo de que éstos quieran trabajar por esa plata, ni se asoman.
También descarté a los segovianos, pese a ser los más posicionados y cobrar una tarifa más pasable: $5.000. Ellos son Marcos, Moisés, el Chamán, Ana, Milena, La Gurú y El Segoviano a secas, lo cual, para un atento observador de gatos encerrados, es un hecho que no puede pasar desapercibido. Está bien que el municipio de Segovia, tierra de minas de oro y cuna de los encantamientos y la brujería en Antioquia (según lo documenta don Tomás Carrasquilla), tenga la mayor concentración de brujos y mentalistas por kilómetro cuadrado, como una especie de marca registrada; y por lo mismo es de esperar que muchos de los que en Medellín se dedican a esta profesión provengan de allá. Pero que todos los siete que despachan en el edificio La Ceiba sean de Segovia, sí es como raro.
También los descarté porque quería una consulta personalizada, y la intuición me advertía que con los segovianos tal consulta podría resultar impersonal, sin calor humano, y tan expedita como en una EPS. Temí que con ellos la cosa funcionara parecido a las salas de peluquería del centro, donde a uno lo atiende el peluquero que en ese momento esté desocupado, y así no aguanta. Pero el motivo que más pesó para descartarlos es una cláusula que aparece en la letra menuda de los papelitos que reparten en la calle (en realidad toda la letra es menuda), en la cual afirman que son capaces de ligar a un ser amado con la mera ayuda de una foto, un cabello o una prenda de vestir, ¡y en sólo 24 horas! Un servicio de urgencias, mejor dicho. El lector seguramente convendrá conmigo en que tal cláusula tiene más cara de cañazo que de otra cosa. Pero bueno, el hecho de que dude de una efectividad tan veloz, no quiere decir que ésta no exista. Casos se han visto, y sin necesidad de un brujo de por medio.
Sin embargo, no podía descartar la visita a los segovianos, así fuera sólo a curiosear. No hacerla era dejar la investigación bastante coja. Y para mi perplejidad, más que un consultorio lo que encontré fue un almacén, una especie de minimercado del esoterismo, tan amplio, aromoso y surtido que ya se lo quisieran en El Tesoro: estanterías repletas de aceites y toda clase de riegos y menjunjes para aliviar las desgracias humanas; vitrinas abigarradas de velones de distintos tamaños y especificaciones, y una completa colección de íconos que, supongo, son indispensables para que las recetas y conjuros que allí ofician tengan los resultados esperados. Y al fondo están los consultorios propiamente dichos. Yo vi dos.
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Cuando de pronto, de uno de los consultorios veo salir, para mi sorpresa (y bochorno también) a una vieja amiga, secretaria de un alto ejecutivo. Salió acompañada de otra mujer, más joven, que me presentó como su sobrina.
"Vos creés en estas cosas", le pregunté, antes de que ella me preguntara lo mismo. "No, para nada, pero nos tocó", me respondió, y mientras esperábamos que su sobrina fuera a sacar una copia de una foto del celular, me contó su triste historia. Resulta que su hermano menor, ingeniero recién graduado, se enamoró de la mensajera de la empresa donde trabaja, tanto que se fue a vivir con ella a la casa de la suegra, donde viven seis personas y ninguna trabaja, por lo que él terminó echándose al hombro toda la responsabilidad de esa casa: sostiene a la novia, a la suegra, a una cuñada, a un yerno, a un tío y a un bebé, con lo caros que están los pañales y el calcetose.
"¿No te parece eso muy raro?", me preguntó. "Es bonita la novia", le contrapregunté, tratando de encontrar alguna explicación. "Sí, es muy bonita, para qué. Pero mujeres bonitas hay por todas partes, por qué se tenía que enredar precisamente con esa, y a mi mamá no le volvió a dar un peso. Eso es que en esa casa lo tienen enyerbado, ¿o qué otra explicación hay?". No la hay, tuve que aceptarlo. "Es un caso para el Segoviano, no veo quién más lo pueda resolver", pensé para mis adentros. Así que le manifesté mi solidaridad, le deseé la mejor de las suertes, y ahí la dejé, esperando que su sobrina volviera con la foto que El Segoviano solicitó para empezar el trabajo.
Me dirigí entonces al edificio Gaspar de Rodas, donde ya había decidido hacer la consulta. Había varias opciones: en la oficina 216 atienden Sandra Luz y Jerónimo, en la 305 Regina y el Profesor Saúl, y en la 410 están Isaías, Samael y Vanessa. La otra decisión que tomé es que la haría con una mujer, y no me pregunten por qué. Revisé los papelitos y me di cuenta de que las ofertas de las tres mujeres que atienden en este edificio no difieren mayor cosa, cualquiera daba igual. Entonces me la jugué por el nombre. Descarté a Vanessa porque no me parece un nombre apropiado para una mentalista. Finalmente escogí a Sandra Luz, gustándome también Raquel.
En la antesala estaba un señor, seguramente Jerónimo, el socio de Sandra Luz, y una joven detrás de un escritorio. Era la secretaria, que sin demora me preguntó:
—¿Usted viene a consultar a la doctora?
Cuando le dije que sí, me pidió algunos datos (dirección, teléfono, edad) y el pago por adelantado: $8.000 barras. Y de inmediato me ordenó pasar al consultorio, donde me esperaba la doctora con un naipe en la mano. Ésta es una mujer de unos 33 años, generosa en carnes y sonrisas, de pelo negro y cutis blanco antioqueño, con 16 años de experiencia en el oficio, especialista en despojos, sanaciones, limpieza del aura y ligadura del ser amado, trabajo que realiza en 72 horas, un plazo más verosímil que las 24 horas de los segovianos, y eso me dio más confianza.
Me dijo que pusiera mi mano sobre el naipe, por cierto bastante gastado por el uso, y sobre mi mano puso la de ella, al tiempo que me ordenaba cerrar los ojos y concentrarme en mi problema. Luego me pidió que partiera el naipe en tres fajos y que de cada uno sacara una carta. Saqué el rey y la sota de oros y el seis de bastos. Ella a su vez sacó un siete de bastos, un diez de oros y otra que no recuerdo. Y ahí fue cuando me dijo, con el rostro contrariado: "Usted está bloqueado".
—¿Cómo así que bloqueado?
—En los negocios, es donde está más afectado, las cartas lo dicen. Usted tiene problemas de plata, y eso no es porque sí, eso es porque a usted lo tienen bloqueado, y ese trabajo se lo vienen haciendo por lo menos hace tres años. Un hombre, ya mayor, que vive en Envigado y su nombre empieza por ele. Y es una mujer la que le pagó por hacerlo. Su nombre empieza por eme.
Esto último sí me inquietó, porque el nombre del 67% de las mujeres con las que me he involucrado empieza por eme, y quién quita que alguna me esté haciendo daño, eso nunca se sabe. Luego sacó otras tres cartas: el dos y el diez de espadas y el as de copas. Y ahí puso una cara más contrariada todavía.
—No me gustan para nada esas espadas… ¿Cómo está su vida sexual?
—me preguntó, a quemarropa.
—Ahí, como pa´l gasto —le contesté, tratando de conservar la calma—. ¿Por qué?
—Porque por ahí también lo están tratando de bloquear. No se puede descuidar.
Le pregunté cómo hacía para desbloquearme. ¿Una limpieza de aura tal vez?
—¡Nooo! Una simple limpieza no le hace ni cosquillas al bloqueo que tiene. Unas iluminaciones es lo que usted necesita, con velones. Me trae ocho y yo se las hago en Rionegro, que es donde hago los trabajos, aquí solamente las consultas.
Pero los tales velones no son de los que se consiguen en el Éxito: son cirios pascuales, gruesos y tan altos como una mesa, porque deben durar encendidos tres meses, y cada uno cuesta la bicoca de 60 mil pesos.
—Claro que si no quiere dar la ganga yo se los vendo aquí, con el 30% de descuento. Es un trabajo de neutralización y cauterización de las malas influencias, que si lo empezamos mañana, en catorce días ve resultados. Se lo garantizo.
—¿Y usted cuánto me cobra por ese trabajo?
—Nada, lo que quiera darme cuando vea resultados.
Le dije que iba a pensarlo, que para mis maltrechas finanzas los velones, aun con el descuento, resultaban un poco caros, pero que iba a ver cómo me conseguía la plata. Y salí del consultorio con la incómoda sensación de haber perdido quince preciosos minutos de mi vida (ese tiempo duró la consulta), aunque con la certidumbre de que Sandra Luz, especialista en despojos y sanaciones, por lo menos ya había cumplido la primera parte de su trabajo: me despojó de $8.000 pesos.
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