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Número 04 - Febrero de 2009   

Crónica verde 
 
Crónica verde

El pez que fuma
 

Hace unos años el famoso lema que vemos en los avisos de nuestras carreteras, Sí al deporte y no a la droga, sufrió una significativa derrota a manos de un estudio de la universidad de Georgia en Estados Unidos. Luego de las preguntas a jóvenes bachilleres en todo el país resultó que los mayores aficionados al humo del la cannabis estaban en las canchas, las pistas y los coliseos. La marihuana y el linimento eran ingredientes claves en el morral de los jóvenes deportistas gringos. Siempre se ha dicho que el moño es un buen relajante muscular.

Pero la gran iglesia del Comité Olímpico Internacional sigue convencida de que los deportistas deben llegar más rápidos, más altos, más fuertes, y además alcanzar un sitial en el podio de la santidad. El reciente pitazo de Michael Phelps, clavado sobre su bong, ha renovado los llamados a la pureza de los campeones. Un asunto que según parece tiene más que ver con el despecho de los patrocinadores, Kellogs acaba de rescindir su contrato con el múltiple campeón olímpico, que con el aspecto deportivo o las opiniones de los aficionados.

Por qué quién que haya visto 90 minutos de fútbol repudiaría la dupla Maradona-Caniggia por sus gustos durante las desconcentraciones. O qué tipo de seguidor del básquet se siente ofendido por los estudios y las estimaciones que dicen que el 60 % de los jugadores de la NBA se echan un porro cuando el calendario les da respiro. Tanto que el sindicato de jugadores se ha negado a que la marihuana haga parte de la lista de sustancias prohibidas por los directivos en 1984. Cuando es a volar es a volar, dirán los basqueteros. Y si hablamos del tenis tendremos que decir que ni los dandis que se sientan en Wimbledon le negaron nunca un aplauso a Yannick Noah, que confesó que se "fumaba un porro de vez en cuando ", ni a Jennifer Capriati o Matts Wilander, una pareja de mixtos dobles que en ocasiones prefería la liviandad del bádminton. Y a Barthez no lo quieren en Old Trafford por dos goles bobos que le regaló a su compatriota Henry y al Arsenal en un partido memorable, y no por los dos puchos que se echaba en sus días de playa.

 

Me dirán que los aficionados no son jueces apropiados y que las gracias de los ídolos les impiden ver sus pecados. Pero hace unos años los grandes magistrados del deporte también admitieron que la marihuana no desluce las medallas. En los Juegos Olímpicos de invierno, en Nagano 1998, el canadiense Ross Rebagliati ganó la medalla de oro en snowboard. Celebró su triunfo, fue a dejar su muestra al laboratorio y al día siguiente se levantó sin medalla por unos restos de cogollo encontrados en el tubo de ensayo con su nombre y sus jugos. Pero a la semana el COI tuvo que agachar la cabeza y devolver la medalla al campeón. El Tribunal Arbitral del Deporte dictaminó que no había una base legal para retirar la medalla porque el Código Médico del COI habla de "uso restringido" y no prohibición total como la que se indica para los esteroídes y otras sustancias que entregan una ventaja a los deportistas. A Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, no le quedó más que soltar una frase para su catecismo: "Me preocupa que se transmita la idea de que se puede ser campeón consumiendo marihuana". Y qué hacemos si hay gente que rinde en todas las pistas.

Pero lo más triste es que el puritanismo de directivos y patrocinadores ha resultado más perjudicial que la simple cana al aire de los deportistas. Lo que es apenas un comportamiento personal que no incide en el rendimiento deportivo, se convierte en pecado mortal. Tanto que el joven Phelps ha pensado en el retiro por el escándalo y las sanciones alrededor de su sencilla fiesta de universitario. Que dejen la escama por un simple plon

  

 

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