Cada comunidad se merece la Ciudad que ha forjado en el despliegue de su espiritualidad. Cada Comunidad tiene la ciudad que se merece. Hoy por hoy, el cuadriculamiento urbano, la policialización y el panoptismo de las ciudades parece reflejar la angustia de inseguridad de mentalidades comunitarias, grupales e individuales acorazadas y militarizadas que restringen el disfrute de su ciudad tanto como sus mismos derechos civiles e individuales. Un falso civismo se ha depositado en la cultura moral urbana, pues el fervor cívico si se hace elitista es para proteger intereses de gremios privilegiados. Es falso el vigor cívico que deviene en parroquialismo, en localismo provinciano sectario, como ha ocurrido en las rivalidades metropolitanas regionalistas de las capitales departamentales colombianas.
Pobladores cultivados en el buen sentido del Gusto del Espacio Urbano con seguridad se preocuparán de construir para sí una bella villa en la cual poder instalar la expansión de esos espíritus creadores. Y es muy cierto, también, que una población abandonada es señal de cuervos, de despreocupación y vaciamiento, elogio de la Agonía y de la Muerte aleve, miseria de culturas decadentes y Pereza Absoluta de sus habitantes sin alma.
Porque ser Habitante Urbano es saberse dador de sentido y dueño de la realidad citadina en la que se vive en la vigilia y en el sueño. De cierta manera, la ciudad existe por uno, pues es uno quien la define, la diseña y la construye; es uno quien la desanda, al enmarca, la cultiva, la sueña y la narra en el poema y el dibujo. Si se quiere, uno es quien hace de ella un desierto o un Oasis, un Paraíso o una Cárcel o un Hospital o un Necrocomio, cuando no un contaminado Cuartel.
La Ciudad como Oásis nos permite soñar y crear el Espacio para la Arquitectura Visual y Literaria desde la cual desplegar la condición humana histórica: Escena que apasiona la Mirada y donde el Alma se enamora del Todo y de la Nada. Esquina en la superficie de un Planeta amenazado de Ecocidio, en la cual algún antepasado fantasmal nos juegue una humorada.
La Ciudad es documento e historia monumental viva en cuya Arquitectura la lúdica es potencia de la libertad y del amor. Casas coloniales y republicanas, callejuelas y perspectivas, aceras con aleros y casonas de corredores, ensoñadores escondites en los parques y jardines umbrosos, soledosa plaza en donde el Sol nos juega a la Sombra-que-danza cuando los cuerpos se tienden airados y dispersos sin penurias de tiempo y el pulmón satisfecho permite la risa, el silencio y la palabra, la canción y la música. Dicha de niñas convidadas a la musitación. Encuentro de muchachos a la gloria del partido de fútbol. Jóvenes beodos haciendo serenatas a las enamoradas (así sean siempre las novias o las madres) y tercos obrerospadres con sus bultos al hombro llenos de sorpresas que escapan al terror de la inflación. Mujeres satisfechas elogian los nuevos protagonismos de las Urbes: el trabajo, el gozo, la maternidad y el amor…
El derecho a la calle
La referencia a la calle nos viene desde un extraño fantasma de nuestros mundos infantiles, como un territorio de los varones adultos al cual accedimos de la mano cuidadora de los padres, literalmente colgados de sus brazos o agarrados a su pulgar cual presagio de una herencia masculina.
Más adelante, el ensueño se tornó real y el mundo maravilloso de la calle se nos convirtió en martirio cotidiano; siendo necesaria para todos y cada uno de nuestros actos cotidianos, devenía así en el escenario de la historia, de la compleja trama de las acciones humanas pues la Calle y el Centro articulaban Poder y Economía del Consumo; el centro urbano, tan distinto de los barrios y de las calles de la periferia y el "suburbio" que eran como una prolongación de la vida hogareña, espacio de vida cotidiana y de juegos a falta de canchas y unidades deportivas. Era también el vecindario reconocido y no el anonimato de la masa no molecularizada.
Porque nos parece o se nos antoja decir que no se trata del derecho a la Calle del Vecindario con sus caras y hechos conocidos, a los gestos y trayectoria memorizadas por los órganos de la vida, sino a la Calle, aquel lugar donde figuramos anónimos y masificados en el apelativo de HOMBRES DE LA CALLE, siendo por su origen y resonancia un Territorio masculino, como quien dice unidad de Anonimato y Masculinidad y coherencia de lo que llega a ser "masa".
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La Calle es el territorio capaz de desubjetivizar a todo individuo y colocarlo en el campo reaccional del inconciente colectivo. Pero así como despoja de consciencia individual de sí también potencia una suerte de revivificación al poner a cada uno de presente ante lo fáctico y lo fatídico de la cotidianidad.
En la calle hay que saber moverse, actuar. Es un duro aprendizaje como el terror agónico ante lo inusitado. De niños creíamos que era un espacio encantado por el temor, el riesgo y la prohibición. Sólo los varones adultos podrían acaso disfrutarlo sin desmerecer en su integridad. Bien cierto era que los niños (de entonces) pertenecíamos al mundo vecinal femenino y materno en una conveniente cercanía de los universos domésticos no públicos. Un ritual de la inicación moderna a la adolescencia es el acesso a "El Público", el ingreso a la calle en la asunción de un lenguaje plural (corporal, gestual, visual, oral, auditivo, orgánico) que son las costumbres y los actos del Hombre Adulto.
Juega hoy la calle el papel de un escenario ritual para el crecimiento y la estratificación psicocultural individual y masivo. En ella se desenvuelve el dramatismo más riguroso de la vida política y de los deslizamientos ideológicos; anverso cultural del hogar y de lo femenino, en cierto modo, reino del Falo y la Acción. La razón está allí, por supuesto, escindida. Porque la calle potencia una cierta irracionalidad ociosa: no es lugar de ciencias ni de Artes ni está domesticada la producción sino un consumismo del tiempo, el espacio, los objetos y los cuerpos.
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La Calle Poder es el lugar de encuentro, de hallazgos, de invenciones sutiles. Dirías que la consciencia social anda por allí colgada o agazapada en sus vericuetos. Allí, el vendedor de prensa clandestina (política, pornográfica, disidente) y su correspondiente policía militar o de civil, religioso o moral, para ratificar la vigencia del delito. También la comunicación legal y de moda, la mujer maravilla y supermán, el hombre araña y el fantasma, las páginas rojas, las rosadas y las amarillas, la oficial y la oficiosa información adocenadas unas y liberadoras otras, también la pornocultura de masas, los manuales de rendimiento y reparación de las moléculas gastadas. Con todo, tedio, guerrilla y fútbol.
En la organización y la planeación urbana se disputa el poder de la calle. La guerrilla urbana como guerrilla interior se juega su cuota de aseveración del poder.
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Pero día a día, se me antoja, deben existir nuevas formas de reapropiación de la calle por los poetas, los niños, los jóvenes y las mujeres: Toma Lúdica y Erótica de las Calles Astrales, para construir allí donde se hizo un Metro un Tobogán, allí donde se encerró el amor y la libertad por miedo al riesgo abrir una Casa de Juegos, y en donde se clausuró la vida para conservar la presumida Razón y la Utilidad, inaugurar los Parques del Amor y las Plazoletas de la Libertad. Entonces podríamos creer en la utopía de convertir Cada Ciudad en una Fiesta.
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