Se es escritor o no se es. Y se es cuando la vida del escritor es literalmente la misma escritura o el afán de ella. La escritura, que en los más no pasa de ser mero instrumento, es expresión cumplida y desgarrada. gonzaloarango no dejó de escribir. Se abatió sobre la página en blanco y no volvió a salir de ella. Allí murió y allí vivió. Con él y en él. Ni siquiera angelita, su gran amor, podía acompañarlo. A veces, muchas, renegó de sí mismo. Cuando sus amigos se negaron a secundarlo en sus elogios a un gobernante de turno, dijo de sí: soy un poeta cagado, oscuro, una lombriz metafísica. Mi camino va de un agujero a otro, y al final estoy reventado, más oscuro. A esta arrastrada heroica es a lo que llaman destino. (O cumplir con el deber, ja). Renacía en la exploración y buscaba nuevamente la expiación de sus culpas. Sin transigir, queriéndolo todo de sí, volvía de nuevo al combate, desvaído, pero resucitado al fin. Todo y nada, palabras idénticas. Se quemaba, se purificaba, arañaba hasta el fondo su necesidad de Dios cuando era apenas un vástago de Pascal. ¡Cómo se sufre siendo apenas humano, y Dios y Dios...! Era un hombre peligroso, porque así como lo quería todo de sí, quería todo de los demás. Un dolor su escritura, escritura de socavón, de rastros oscuros y sinuosos. Nunca fue tan poeta y tan profeta como cuando escribió Águila negra y Elegía a Desquite. Bandidos, asesinos, terroristas. Igual que él, verticales absolutos. Y en esos bandidos la patria negada desde un atavismo incomprensible.
Los amigos, de pronto aquí y allá, y ahora lejos, callados. Hay que llamarlos para que nos hablen, para que nos quieran... así llamaba a uno de ellos: Escríbeme, ¡hijodeputa! Era libertad. Qué tentación ser padre de sus hijos nadaístas. Pero abjura de esa vanidad que doblegó a Breton, el surrealista: Sólo se filan los esclavos, los sin-alma, las reses que van al corral o al matadero, los soldados de plomo, las putas, los que hacen cola para subir al bus o entrar a matiné. Y se filan también los que van a ser fusilados, mejor dicho, los filan. Pero el nadaísmo no filó a nadie, porque no somos una escuela literaria, ni un matadero, ni un cuartel, ni un burdel, ni un teatro, ni un corral de cerdos o de ovejas, y ni siquiera un paredón. Era todo lo contrario: el romper filas, el sálvese quien pueda, la libertad y el terror. El no me filo por naturaleza mortal. O como oraba Amílkar en su plegaria nuclear de un cocacolo: Yo no me sol. Yo no me tengo.
Era a él a quien expulsaban del movimiento, y era él mismo quien se expulsaba, más aún, padre expulsado de su propia paternidad, sólo quería ser él desde la absoluta orfandad, pues Dios, como lo enseña Kierkegaard, ¿no es acaso la imposibilidad de creer?, ya lo diría el mismo gonzaloarango: yo no escribiré para el rebaño sino para las ovejas negras que buscan el camino bordeando precipicios.
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