The sentinel
Judas Priest
Desde el balcón se extienden la noche y las bombillas titilantes. Un plon y se retiene el humo, contener, sujetar, sujetar. Un breve ahogo y se descansa. Lento, pausado, una nube blanca y espesa. Ya no somos nada comparado con otras épocas cuando éramos los patrones. Cuando nos poníamos zapatillas Zodiak, camisa de chalis, jeans de doble costura y escuchábamos glam de Poison y Motley Crue. Ahora solo somos simples proveedores de cocaína y pasta base. Ya lo dijo un periódico: “Saltamos de patrones a lavaperros, de capos a cocineros”.
La semana pasada vino un mejicano y nos propuso un negocio muy peye, un cruce malo, pero ¿cómo le decíamos que no? Ahora ellos eligen sus cruces, sus contactos, y claro, como nosotros estamos un poco aporreados, bajitos de personal y de plata, entonces tocó obedecer, cómo le parece, así nos creamos mucha cosa, ellos ya vienen a mandar, a mandar con toda.
No pasa nada, todavía no pasa nada. “La campana de la catedral rasga el silencio del aire”. Otro plon y los pulmones se expanden, abiertos, contener, contener y el ahogo, la pequeña angustia, la asfixia. Exhalar despacio.
A la finca llegaron diez camionetas, una a una, y nosotros decíamos, Eh, quiay, quién es el patrón. Resultó ser un man muy pintoso y luego supimos que era de los Zetas, y Jorgito me dijo, ¿pero los Zetas no son manes calvos y tatuados? No hombre, esos son los maras. Lo cierto es que luego de la captura de Sebastián los narcos manitos perdieron el flujo de coca y están buscando consolidar nuevos proveedores.
Pero eso no es nuevo, o mejor, ya lo veíamos venir. Con esos acuerdos de paz con las Farc, que eran unos magos para producir de todo lo que demandan los mejicanos, que eran y que son, que siguen siendo, ahora que los guerrillos no están, no están pero siguen estando, se dejaron venir los carteles de la frontera. Vienen a comprar directamente y a asegurar que no les falte, como decía el mancito mejicano con cara de ingeniero: “Para garantizar el flujo”. Así decía, yo qué culpa.
Apretar los labios y sacarlo lento, sin afán en un chorrito de humo delgado, potente y dirigido. Ahora sí, estallada la realidad, hecha pedazos, el presente en añicos, reventado. Adentro, en la sala, junto al balcón, las luces apagadas, sigue sonando Judas Priest.
A los mejicanos les tocó trabajar el doble, pero están ganando mucho más. Ya no son intermediarios. En vez de trabajar con un solo proveedor capaz de suministrarles diez toneladas, ahora tienen que encontrar diez diferentes que entreguen una cada uno. Pero la compran más barata. Y eso los va a poner en la cima, en la propia cima.
Esa música viene rugiendo. “Los perros aúllan en los callejones”. Afuera la noche, la oscuridad, viene el centinela de Sonora. Otro plon y la garganta del Valle de Aburrá arde como una pila roja en llamas. Y nosotros quedaremos como lavaperros. Ojalá pudiéramos armar un combo bien teso para hacerles contrapeso a esos mejicanos.