Número 96, mayo 2018

CAÍDO DEL ZARZO

EXHUMACIONES
Elkin Obregón S.

 
Dice Mario Jursich en su columna de Arcadia: “Alguien cuyo nombre he olvidado decía que, al morir, los escritores —o los artistas en general— entraban a una especie de purgatorio. En él permanecían por cerca de diez años, al cabo de los cuales, si no se reeditaban sus libros, pasaban sin más dilaciones al círculo infernal concebido especialmente para ellos: el de la irremediable desmemoria”.

La sentencia es verdadera, por desgracia, pero admite felices excepciones. Muchos años vivieron a la sombra Cervantes y Shakespeare, antes de su rescate definitivo; Juan Sebastián Bach fue opacado durante un siglo por la justa fama de sus hijos, hasta que las aguas volvieron a su cauce; sin salir de estos pagos, hoy la novela El moro, de José Manuel Marroquín, y las de José Restrepo Jaramillo empiezan a ser miradas con otros ojos. A veces, la justicia llega.

Se dejó llevar este cronista por el cantinflesco hábito de irse por las ramas. Porque ese preámbulo excesivo le sirve apenas para confesar que en su modesta biblioteca conserva un estante para asilar autores olvidados. A todos los quiere y admira, y, repasando al azar esos tomos, se topa con cinco nombres —hay más, felizmente—: tres italianos (Pitigrilli, Santucci, Guareschi), uno francés (Camí), y uno norteamericano (Runyon); de todos quisiera hablar, y se promete hacerlo; pero el espacio de estas líneas le aconseja brevedad, y opta por quedarse en Italia.

Pitigrilli, nacido Dino Segre. Novelista, cuentista, ironista. Autor de relatos admirables, como El farmacéutico a caballo, y Lucha de clases. Incluido en el Índice por su novela Cocaína; mereció un bonito elogio de Umberto Eco.

Luigi Santucci. Ficcionista, comediógrafo, docente. Es autor de un libro de cuentos, Ángeles rojos, cuyos protagonistas son todos curas, o frailes, o, en fin, gentes de sotana. Uno de esos cuentos, El teólogo Macrón, es uno de los más cómicos, crueles y desoladores que este cronista haya leído jamás. Tiene pues sitio de estima entre su galería de preteridos este católico militante y miembro de la Resistencia antifascista.

Quede para el final Giovanni Guareschi, novelista, periodista, dibujante, autor de varios libros suculentos que un servidor saboreó a gusto en su tiempo. Pero su gran momento fue la saga sobre Don Camilo y Pepón, ambientada en una pequeña aldea de la posguerra italiana; Don Camilo es el cura, Pepón, comunista cerril, es el alcalde. Aunque el momento histórico está aún lleno de rencillas y retaliaciones, Guareschi construye un telón rico de gracia y de calidez humana. Sus historias fueron llevadas al cine en 1951 por Julien Duvivier, con Fernandel y Gino Cervi como protagonistas. Treinta años después, Daniel Samper Pizano y Bernardo Romero Pereiro ubicaron con gran éxito esos episodios en un espacio andino; Don Camilo (Carlos Benjumea), cura y conservador, Pepón (Héctor Rivas), alcalde y liberal, miden sus fuerzas en un pueblo milagrosamente idílico (el arte todo lo puede). Aquí terminaría este cuento, pero te informo que por estos días Señal Colombia está repitiendo esos capítulos, en horario para noctámbulos. Resístete al sueño, échales un vistazo, y verás que todo pasado fue mejor.

Elkin Obregon

CODA
Cogió la pluma este escriba, con la nefanda intención de hablar de nuestra política. Se arrepintió a tiempo, por sano pudor, y por sustracción de materia. Nos esperan malos tiempos, Pablo. Incluso a los que vivimos en el exilio. UC

 
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