Número 96, mayo 2018

Poemas
Juan José Ferro

Lotería

Ya merezco ganarme una lotería
gorda
como las que se acuestan en mi cama
y no volverán cuando los gordos sean mis bolsillos
flacas pero más ricas mis ganas
putas son todas
si no lo fueran
amanecerían con otro.

Con el ganador
del carro cero kilómetros
que rifa el cine a quienes ven la película
con un balde de maíz del tamaño de su hastío.
Del nuestro,
aunque yo no como.
Rabia y hambre siente la gorda
a mi lado.

O con un viaje para dos personas
todos los gastos pagos
a la mejor nueva isla del Caribe.
Me conformo,
por mucho lo merezco,
aunque me sobre una persona,
media isla,
un cuarto de materia gris.

No paso hambre, no se me malentienda.
Pasa que la vida no es justa
para nadie
pero conmigo se ha dado el gusto
de pagar en parte las deudas cuando
ya la cordura olvidaba.

Merezco ganarme una lotería por puro
cansancio
de creer en el trabajo,
no de trabajar, de sudar sin ejercicio,
de saber que la vida pone a cada cual en su lugar
y después le da binóculos para espiar el del vecino.

Ya merezco una equivocación de alguien a mi favor,
una ñapa, una propina del mundo hacia quien
lo ha tratado con respeto y a cambio de tomar poco
ha dejado nada.

Se ve, merezco ganarme la lotería para asomarme
al mundo con menos amargura
o con la misma y menos ansias.
Una lotería modesta, de barrio rojo, para
no abandonar la elegancia mínima,
de ser más desdichado que cursi.

No sé si las putas juegan la lotería,
no me atrevo a preguntarles.
Deberían. No por putas
por personas
porque no se puede seguir en pie sin confiar en la suerte.

En una decisión los valores que las personas asignan a ciertos resultados no son idénticos a los valores de la probabilidad de esos resultados. Los resultados improbables son sobreestimados y los resultados casi ciertos son subestimados.

Merezco una llamada de mi banco
anunciando que el azar me escogió,
uno de cada quinientos clientes.

Muchas gracias
por confiarnos su dinero, señor Ferro.
¿Hay algo más en que pueda servirle?
Recuerde que habló con Carolina Cerón.

Con fruta natural

Él le pasa a ella un pedazo
mediano
de paleta de naranja.
De su lengua a la de ella le pasa el pedazo
porque no puede pasarle la sed
o ya se la pasó cuando el bus iba demasiado lleno
para que alguien los viera.

No es el bus entero quien los mira
pero igual celebra
esa miniatura de iceberg, y de naranja, en una tarde calurosa.
Como celebra los mensajes que envían quienes no miran,
corazones palpitantes en la memoria de sus aparatos,
en la suya,
amorcito.

Ahora ella le devuelve a él un pedazo más chiquito de paleta
sabor a naranja, con fruta natural, y se queda un momento,
menos de un segundo, una eternidad,
en el placer de las dos lenguas, una todavía caliente, tocándose.
Dos lenguas que trafican saliva
eso es todo.

Contiene fruta natural,
dice el empaque.
Es manzana, en jugo, pulpa pasteurizada.
Nada gana quien lo sabe.

Nada es lo que parece,
dirá alguien,
para no pensar que bien visto todo acaba por
parecer lo que es.
Él le pasa la paleta porque nada
gana pasándole su historia,
no están en edad de pelotearse sus intimidades.

Dos personas se quieren, ¿y eso qué?

Ahora una mano agarra la paleta
y otra agarra la mano que agarra la paleta
para poder dar el mordisco.

Es mejor eso que morderse las generosas carnes,
aunque eso también lo hacen.
Es mejor el sabor artificial
que la naranja.
No carga gusanos, como la vida de cada uno.
Una miniatura de la soñada, pero a pedazos dulces.
O algo así.

Ese bus es el transporte del milenio y a quién
le importaría que no lo fuera, si nadie vive un milenio
si nadie vive más que el tiempo necesario para derretir una paleta.

Cada sabor natural proviene de cientos de químicos que interactúan. Los artificiales, en cambio, tienen uno o unos pocos componentes químicos que cargan la mayor parte del sabor. A muchos de estos sabores se los conoce como ésteres. Por ejemplo, el éster llamado Acetato de octilo (CH3COOC8H17) es un componente esencial del sabor a naranja.

Se me congeló el cerebro, dice alguno de los dos.
Eso es por comer tan rápido, dice el otro.
Se equivoca. El cerebro lo congela comer paleta, de naranja,
pensando en la paleta.

Nos dieron peras por manzanas
Cuando fue nuestro turno de elegir
no sabíamos cuánto queríamos naranja.
Sabor a.

Los pasajeros de este bus no sabemos
si también descansa los domingos
el laboratorio donde
sintetizaron este mundo.UC

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