Quédate conmigo esta noche
Consentida en la entrada del Barrio Antioquia, alumbraba Medialegua (esa era la distancia al centro de la urbe) la famosa mansión del desenfreno de Joaquín Villegas. Años después retomarían sus heraldos por aquellos terraplenes, Doña Carola, Sol y Sombra, Hostal Guayabal y Resfa con su perfumada residencia. Desde los setentas, nace el diluvio de la concupiscencia en todo el sector y límite de La Raya-Mayorista, conocido sottovoce como Puerto Semen, según bautizo dado por los camioneros del país entero.
Cuarenta grados
En Ancón y La Estrella tomarían la batuta el impulsivo Aries, El Bosque, La Isla, Sol y Luna, La Suite, Los Chalets, Los Dos, Motivos, Mónaco, Unicornio. La Avenida Pilsen despierta con las Carretas, Éxtasis, Only y más abajito el modernísimo Ibiza Motel Lounge. La tierra del plátano, Sabaneta, reluce con In Vegas, camino que le abrieron Las Viudas y su festejada Tahona (en los terrenos de la hoy estación del metro de Itagüí) diagonal al Barranco de las Casitas. El barrio Manila, vecino del Poblado, cortejaría con su confortable Cabañas.
El imperio de los sentidos
Nace la Infanta Lovaina como la Academia del Sexo, la hija mayor de doña Camelia, con su encanto, aguante y alboroto en el barrio Norte o San Pedro. Empezamos por esta aldehuela con El Tano, el mismo que en su refugio de Nuevo Mundo se suicidó. Inscribió El Regina con todos los ritmos en la calle Lovaina, más tarde pasaría a manos de Ricardo Montoya. Tres cuadras antes, sobre la vía Lima, Félix Orrego, en el costado sur del Cementerio San Pedro, despertaba a los del sueño profundo con su Café Latino. El semanario Obrero Católico en marzo de 1938 les endosaba, incendiado de ira, una inquisidora catilinaria.
Las hijas del trueno
Después arribarían El Estoril, Candado de Luces, As de Copas, Mil Silencios, La Casa de los Velos Azules, La Cueva del Oso, La Casa de Leti, La Tremenda, Las Palmeras, El Palmar, Bremen, Donde Juancito, Buenaventura, Tulipán Rojo y Ventiadero (o Cenadero con carnes asadas, arepa, mantequilla, quesito y aguadulce; además de tríos, merenderos y conjuntos musicales). Pasarían, por estas praderas de varietés, otros avisos y otros dueños y dueñas así como otras formas de sexo, diversión y comercio. A Lovaina entregaron vida, fantasías, elegancia y renombre, en sus palacetes, mansiones y aposentos, Aura Cardozo, La Pipí; Ligia Sierra; Ana Molina (egresada del American Club); Cielo Conde; Blanca Beltrán Balbín, La Uva; Dioselina Sánchez; Lola Granados, La Polla; Gladys Ramírez, Paloma Duenda; Rosana Jaramillo, La Cacao; Pola Vanegas; La Mona Plato; La Pipiola; La Billú; La Rumbo; La Matalote y demás. La yarumaleña María Duque Villegas, inmortalizada por el pincel del maestro Fernando Botero, jamás olvidó su orgulloso lema cosido en cuerpo, catre y mente: “entre todas las putas, yo”.
Era Marta la Reina
Caso aparte merece Marta Pineda, La Pintuco, en sus posadas de Lovaina y Lima, en el cruce con Palacé. Innovó con los álbumes fotográficos, con sus esmeradas atenciones y con los cantos operáticos para sus clientes. Sin fundamentos, en un libro sobre Medellín publicado en 1995 aseguraron que no existió y fue solo una leyenda. El maestro Bernardo Hoyos, que bien la trató, fue su gran amigo y admirador, contaba de su amistad en el año 2008, en tertulia con el poeta Mario Rivero, y hablaba de sus gustos y del edificio de modernos apartamentos que La Pintuco poseía en la ciudad primaveral. Para el poeta envigadeño fueron las mejores piernas que existieron en Antioquia. El académico santarrosano recordó que hacía más de dos lustros se había encontrado con ella en el aeropuerto Heathrow de Londres. Marta estaba visitando una hija que se había casado con un inglés. Cerca de la compañía Pintuco, sobre el barrio Colombia, con los anocheceres, despuntó un bulincito de Señoras de la Casa Cerrada. Por cercanías a la fábrica mencionada el imaginario colectivo y visitante le dio por llamarlo La Casa de Marta Pintuco. La verdadera casa y su dueña hacía mucho tiempo estaban jubiladas de aquellos menesteres.
Plateados por la luna
Para la década de los cincuentas, cuando ya se habían levantado los rieles del Tranvía de Oriente, quedaba la cenicienta huella de la trocha anterior y llevaría el nombre de carretera a Guarne. Por esta trasegaban los camiones de escalera del pueblo comunero. Sobre el kilómetro tres de la vía, que partía desde la pionera estación Cobertizo, en Manrique, reposaba la finca de recreo de la familia Ramírez Johns. Doscientos metros antes y sobre el lado opuesto se perfilaba el Club Alcores. Poseía la mejor divisa de la ciudad desde las breñas nororientales. Era un sitio apetecido por su musicalidad, los atardeceres y las veladas estelares. Las parejas disfrutaban aquel domicilio donde las brisas los cobijaban y las estrellas fugaces les cumplían sus deseos.
Cuando mataron a Óscar Cadavid, empleado del Club, la estantería se vino abajo. Su deseada pista de baile se llenó de sombras. Por tantas violencias algunas familias desplazadas se resguardaron entre sus muros. Nació entonces un Hogar Infantil al final del terreno que lo acompañaba. A su espalda se asomaba el caserío de San Blas. El paraje de San José La Cima se estiraba sobre la rocosa montaña. Finalmente, una bien construida casa ocupa hoy su dilatada superficie. Los propietarios entronizan una imagen de Nuestra Señora del Carmen que, desde su camarín, protege y bendice el emplazamiento y barrio.
Las colonias de Patiburrú
La gran mayoría de nombres señalados, vagando por los aires, llegarían con las épocas a denominar otros lugares, nuevos figones de diversión y jolgorio en otros puntos cardinales de la ciudad y en sus socorridos arrabales. La inspección segunda de policía, entre 1920 y 1930, realizaba censos y registraba en sus cuadernos y apuntes algunas “ambulatrices”, pero ellas, como las bandadas de golondrinas, volaban sin dejarse atrapar. Otras, al casarse, el pasado no las condenaba. La ley, en derecho, desaparecía sus señas, sobrenombres y apodos de las listas oficiales.
En 1871, el gobernador de Antioquia, Pedro Justo Berrío, ordenó construir en la región del Nus dos colonias penales. La primera era para castigar a las Damas del Honor Perdido que ejercían los festejos de la carne en lugares públicos de las nacientes villas. La segunda, destinada a los varones que no prestaban el servicio militar obligatorio y quienes desertaban del mismo. Recibieron el nombre de Patiburrú por estar situadas sobre la trocha que conducía al cerro, en el Magdalena Medio.
Doña Bárbara Caballero y Alzate
Cuenta la leyenda que la Marquesa de Yolombó (título expedido y firmado en Real Cédula por su Majestad Carlos IV) dejó perdida en su cima una carga de oro a su paso por esos contornos. Años después, cuando estas penitenciarías dejaron de amedrentar, se formó un caserío habitado por exreclusos y bautizado como San Juan de Mata, en honor al patrono de los prisioneros. Pasando los quinquenios, los descendientes de los fundadores, olvidándose del fundador de los Padres Trinitarios y Abogado de los Cautivos y despidiendo el siglo XIX, lo designaron Maceo en memoria de Antonio, el líder y general cubano.
Calle sin Ley
El 22 de septiembre de 1951, el alcalde de Medellín, Luis Peláez Restrepo, dispuso la entrada en vigencia del decreto 517, por medio del cual reglamentaba la calle principal del Barrio Antioquia como única zona de lenocinio en la ciudad. Consideraba que “la moralidad pública estaba amenazada por la proliferación anormal de estos antros”. Los dueños de los centros de diversión, derroche y aguante de los años cincuentas y de antes, disponían de 45 días para liar sus bártulos y desplazarse, con sus Mujeres de la Casa Llana, rumbo a una comunidad humilde, pacífica y emprendedora que no entendía tal atropello.
El vergonzoso edicto y las medidas punitivas no tuvieron ningún efecto, ni siquiera pasaron su período de prueba. Las protestas de las partes involucradas no se hicieron esperar. Largas marchas y enfrentamientos anularon la orden. Aunque la afrenta no se revocó, el alcalde Peláez Restrepo perdió poder e imagen ante tal determinación. El pueblo le apodó “el virgomaestre”. Su impopular gobierno solo duró seis meses y finalizó en febrero de 1952. Pero el daño estaba hecho. Veintidós años antes de la alcaldada, en esa explanada, habían surgido los embriones de un sector habitado por campesinos llegados de Yolombó, San Roque, Santo Domingo, El Retiro, Rionegro, Sonsón, Marinilla…. Colocándole el nombre de Antioquia al naciente paraje todos quedaban cobijados y felices bajo la misma ruana. Para 1955 lo llamaron barrio de la Santísima Trinidad para remediar un poco las frustraciones y penas vencidas.
Tu recuerdo me persigue
Para los setentas es muy especial recordar y nombrar un lugarcito de ternura, regocijo y familiaridad en Palenque, Robledal arriba. Sus diligentes dueños pensando en las flores de siete colores, astromelias, y en ese árbol sombreador llamado búcaro, se inventaron a Bucarelia. Lo cierto es que al traspasar la entrada de aquel llamativo portal la ficción se convertía en realidad y los anhelos escribían una nueva leyenda. A los amantes los esperaba un dichoso cielo de sábanas blancas. Las décadas siguientes, en Robledo, sobre su Camino Real, rumbo al corregimiento de San Cristóbal, se estirarían Tálamo y su mundo de espejos, Amaraje, Siesta, Penthouse, Classic, Best y demás recostaderos.
Piel de ángel
En los años setenta cerca de la Casa Venturosa de los Pendones, frente a la bomba de Gallo renació el albergue de la Manzana (representado en la exuberante silueta de La Pantoja) una fruta que ya no era prohibida, sino codiciada y degustada. En las aguas tibias de la calle Zea, entre las carreras Bolívar y Cúcuta, germinarían el viñal de la llamada Distribuidora de Uvas, el Hotel Cali, el Tercer Piso de Genaro Correa y la Cueva de Jeremías. Próximo se estiraba el selecto bar Ecovar que empezó la moda de una Neneca para cada una de sus mesas. Lo mismo con las “pagadas de multas” para que ellas pudieran dejar su turno e irse con su admirador. Hoy día titilan los modernos hoteles Lucca, Fantasía, Exótico y La Paz.
El son de los sótanos
Sobre la calle Pichincha, formando esquina con el Pasaje Vásquez, vigilado por el Palacio Nacional, un divertido, sonoro y bailarín espacio tomó el nombre del Sótano. Encima lo cuidaban tres pisos de amobladas alcobas. Lo acompañarían, en su estilo y con sus mismas mañas, a este entorno de rebusque y barahúnda, otros tres de planta baja. Hawai en la Avenida de Greiff y Juan del Corral, Jai-Alai y Pigal en el cruce de Maturín y Junín. Todos tenían plataformas reservadas para las orquestas y sus conjuntos de planta. Mirando la entrada del Pasaje Coltejer, sobre Palacé, anochecería La Luciérnaga, como discoteca sobre un segundo, oscuro y alargado piso.
José Gastón Aguirre
Más conocido, interpretado y escuchado como Pepe Aguirre, legendario cantor de valses y tangos, era el poseedor de Residencias Linda. Arribó a Medellín desde su Santiago de Chile en 1974. Quince años después, un 31 de diciembre, fallecería en su suelo. En El Palo, entre Bomboná y Maturín, había empezado la cosecha de alquiler de cuartos con el Hotel El Deportista. La colegiala, Frivolidad, Jornalero, Muñeca de loza, Hojas de calendario, Maldito cabaret y otras inolvidables canciones, quedan para su recuerdo.
El último cuplé
En el bordecito del Palo con El Huevo, sobre el flanco derecho de la calle Maturín, se desplegó una heladería-rochela anunciada como Madrid 70. Nació de un caserón familiar al que se hicieron algunas divisiones y en el centro le dejaron un espacio abierto al sol, al agua, al viento. Adecuaron mesas y bancas, y para la intimidad absoluta una cortina corrediza por la que solo se veían las manos, la linterna y el pedido de licores, además de la cuenta que entregaba el acucioso mesero de turno.
Era la espuela que empezaba a picar el entorno barrial. Era el ají pique que ya goteaba sobre los entejados. Los hoteles Casa Blanca, París y El Recuerdo, hermanados a los albergues Amador, Benítez, La Carroza y Santa Marta recalaban con sus tonadillas carnavalescas en este nuevo puerto. Era el último cuplé para el prestigioso barbero gallego don Rafael López, su distinguida familia y descendendientes.
La pachanga se toma el barrio
Diez años más tarde otra valla, en el mismo sitio, anunciaba otro ciclo y se plantaba como Madrid 70/80. Llegaba un tiempo de tropeles y de diferentes inquilinos. Se apostaron por aquellos entornos una romería de morenazas y sus enamorados, que emigraron desde el Bar Atlántico, en San Juan con la antigua Calle de los Tambores. Una telaraña de pensiones de ínfimo rango salpicó las callejas adyacentes. La ruta del Circular, que era tan abierta, “se timbraba” al pasar por allí. La marihuana con el remoquete de chiruza, mona, marimba, bareta o ganja, empezaba a circular, abundante, diluvial, en turros, bolas o pacos y su olor dulzón se colaba por todos los intersticios. En sus noches de luna loca, con más clase y con precios que tocaban nubes, descendieron Tabú, Carruseles, Bengala y el Infierno (Hell) sobre los frutales, tejares y la tenería de los barrios Gómez Ángel, El Palo, San Diego, Colombia y Barcelona. Con mucha resistencia, los antiguos moradores entregaban el ¡abur! a esos rincones del alma.
La pléyade de Culo de Ángel
Sobre la carrera Bélgica, tocando el barrio España (Las Palmas), Lucía López, mejor admirada por su trasero como Culo de Ángel, era propietaria de un enorme caserón. Eran los arrullos y el esplendor de la minifalda. La López coincidió en amistad con unas antillanas que vacacionaban en el Hotel Cumanday (Hotel La Mirada) en el Pasaje Nutibara con la calle Caracas. Formaron, entonces, una tropa de escotes, espantos y trastornos que asombró a sus seguidores quienes empezaron a llamarlas “las culodeangel”. La Casa de Lucía, aseguraban los vecinos ventaneros, jamás sufrió un escándalo y su discreción era absoluta. Se sospechaba de su existencia porque los fines de semana, en los amaneceres, se asomaban los taxis de Pilartax (empresa fundada por Octavio Múnera honrando la patrona del arisco relieve, Nuestra Señora del Pilar) para transportar los invitados de turno. Años antes, por ahí cerquita, en el Camino del Cuchillón, Nina Romero haciéndole caso a sus sueños y buscando salir de pobre, fomentó amorosos encuentros en su viejo inquilinato reformado a punta de codal, palustre y brocha, con pinturas y luces de todos los colores.
Un beso y una flor
Todas las anteriores amas del Trocadero, Campoalegre, Niquitao, Lovaina, La Calesita, La Bayadera, La Curva del Bosque, Guayaquil, Nuevo Mundo, Barrio Triste, Orocué, La Manguala y más llegaron heredando los ritos de agua, sangre y luna de sus ancestrales ejemplos. Esas mismas que despertaron nuevos rumbos en el Camino del Norte o las Camelias. La nostálgica aventura de las Etéreas Damas del Tiempo (la Chola Caderona, Romelia Perfumes, Araminta Placeres, Damaris Piernas de Oro, Justa Puñales, unidas a sus adalides, la Niña Matiú y Luz Amada) aún ronda en las noches frías y en los humedales de un río que hoy pasa llorando.