En medio de la guerra global contra las drogas, y la asimetría entre los problemas que aquejan a los países productores y a los países consumidores, los primeros retados a duelo por las mafias y los segundos correteando usuarios en las esquinas y las discotecas, parece que Marruecos ha encontrado una vía intermedia de salvación y productividad: discreción y exquisita hipocresía.
Las montañas de Rif en el norte de Marruecos son desde hace décadas el principal proveedor de hachís de Europa. Los sembrados de quif, marihuana índica en el lenguaje de los ribereños africanos, se observan desde las carreteras y crecen sin más amenaza que las sequías. Esa marihuana se convierte en hachís con métodos primitivos que acuden a la adulteración para suplir la baja calidad. El extracto de las flores de las matas hembras, encargadas de proveer la materia alucinógena, es mezclado con leche condensada, clara de huevo, polvo de henna o un poco de estiércol de burro. Para que rinda. Los 10 millones de fumadores asiduos de Europa más unos 20 ó 30 millones de fumadores ocasionales se surten en un gran porcentaje del hachís "enriquecido" en Marruecos. Se calcula que la cosecha ronda el millón de kilos al año y que más 250 mil campesinos marroquíes viven de la siembra, transformación y transporte hasta las costas de España. Todo eso mientras el gobierno marroquí exhibe una apatía y una tranquilidad digna del recién torcido.
Una situación histórica especial facilita el juego desprevenido del gobierno de Marruecos en la región norte. Se dice que Mohammed V —abuelo del actual rey de Marruecos— solo pudo lograr el dominio sobre los rifeños prometiendo que permitiría el cultivo del cáñamo, que era una tradición centenaria en la región. Para algunos bereberes de las montañas el consumo constituye incluso un sacramento.
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Además, el norte siempre fue hostil al reinado de Mohammed V y muy pronto se convirtió en un territorio "independiente" por desidia gubernamental y desconfianza mutua. Algo cercano a lo que sucede con nuestro sur. El consumo siguió siendo una costumbre entre los rifeños y los legionarios españoles llevaron el humo en la boca hasta sus costas cuando regresaron. Y les quedó gustando.
El Observatorio Geopolítico de Drogas, órgano burocrático de la Unión Europea, define la situación con claridad: "Marruecos es el primer exportador del mundo, y el primer proveedor del mercado europeo. En el Rif, las superficies de cultivo se han ido doblando cada 10 años… todo esto acontece rodeado de la discreción, mediando una aparente indiferencia de los países amigos…". Nadie sabe muy bien cómo se distribuye la plata de la cosecha entre agricultores, autoridades policiales, mayoristas, encargados del transporte y contactos en Europa. La relativa legalidad del negocio ha logrado que el dominio de un cartel violento sea reemplazado por una diversidad de productores organizados bajo la estricta lupa del cobro de impuestos informales. Los campesinos se han salvado de la ruina y el país se ha visto libre de violencia extrema proveniente del narcotráfico.
Cada tanto Marruecos entrega una noticia para tranquilizar a los periódicos y las autoridades antidrogas de Europa. Dice haber desmantelado un cartel y reafirma su lucha contra el tráfico de hachís y su lealtad con los principios europeos. Pero la lealtad, así sea de dudosa calidad, es sobre todo con los consumidores. A cambio de fumigaciones los presidentes de Europa pasan vacaciones en compañía de los monarcas marroquíes. Tal vez la civilización nos llegue del ejemplo africano.
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