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Número 18 - Noviembre de 2010   

Artículos
Medellín en Roberto Bolaño
Pregnant Fantasies
Pascual Gaviria

 
La Medellín de dos escritores.
Reconocida como un pedazo del mundo donde puede ocurrir una historia.
Medellín, teatro literario.
 

Ilustración Verónica VelásquezSería imposible reconocer a Medellín en las páginas de la Prefiguración de Lalo Cura. Nada en esa ciudad donde transcurre un cuento de putas y mafiosos nos ayuda a encontrar el valle que un poeta enmarcó en una copa quebrada de picos montañosos, donde los afanes humanos son apenas un resto que el sol requema. Pero Roberto Bolaño decidió que un cura latinoamericano, pobre como las ratas, apareciera "una noche por Medellín dando sermones en cantinas y burdeles". Así que la historia de un Helmut Bittrich, un alemán dedicado a filmar cine porno para narcos en Medellín y hombres de negocios en Europa, y de Lalito Cura, el hijo de una de las actrices de esas alegóricas y jadeantes películas, transcurre en esta ciudad que todavía hoy es experta en putas, ahora llamadas prepagos, y en mafiosos, ahora llamados bandidos emergentes.

Bolaño no deja ver nada de la ciudad. No la conoció, según creo. Apenas un cielo azul en la llegada de dos de las actrices que venían de fingir orgasmos para sus clientes en Nueva York. También se alcanza a adivinar un taxista "tan viejo y gastado que cuesta creer que sea real". Mi imaginación de lector adivina que llegaron al Olaya, ese aeropuerto en el que se saludaba a los viajeros en la pista desde una terraza de promesas: "Connie y Mónica llevan lentes negros y pantalones ajustados. No son muy altas pero están bien proporcionadas. El sol de Medellín alarga sus sombras por la pista vacía de aviones… No hay nubes en el cielo. Connie y Mónica enseñan los dientes. Beben Coca-Cola junto a la parada de taxis y fingen poses turbulentas. Turbulencias aéreas y turbulencias terrenas".

Aunque no hay lugares reconocidos ni características geográficas ni guiños sociológicos ni ramplonería de cuento narco, la historia de Bolaño tiene algo de la "sicaresca antioqueña": es narrada por un matón, un sicario sin alardes que sueña haber visto las vergas del Pajarito Sánchez, Sansón Fernández, Praxíteles Barrionuevo y Alvarito Fuentes mientras estaba hecho un ovillo en la barriga de su madre, la pequeña Connie Sánchez que seguía trabajando con su fruto de siete meses. "Pregnant Fantasies". Quizá Bolaño escogió a Medellín y al barrio de los Empalados (un buen apelativo para Envigado según me dice un bolañista empedernido) para que Lalito Cura se sintiera cómodo y no tuviera necesidad de explicar sus hazañas de gatillo, para que pudiera sentarse a recordar sus días de infancia en el "chalet de las películas", en las fueras de la ciudad cerca del "gran baldío".

Esa casa de aires inocentes, llena de gansos y perros en el jardín, tapada a la vista de los mirones con zarzas y arboledas, con una puerta corrediza obligada a abrirse 10 veces en una mañana, es uno de los lugares típicos de nuestra ciudad. La casa del porno, "la casa de la soledad que luego se convirtió en la casa del crimen". Una casona que es un muro de leyendas. A la manera del taxista curtido, Bolaño logra encontrar la dirección en el laberinto de lomas en el sur de la ciudad. Hace poco supimos que la gran casa de los Castaño Gil en El Poblado, no muy lejos del barrio de los Empalados, está todavía en manos de sus mandaderos, de un albañil convertido en el guardián implacable de una caja fuerte. Para Lalito esa casa de orgías y disparates sexuales dirigidos por un alemán, de muertos a los que los gansos picotean la gota prometedora de los ojos, no era "más que la casa del aburrimiento y a veces el asombro y la felicidad". Una definición que se puede acomodar a Medellín vista con ojos desprevenidos, habitada por quienes logran opacar un poco las tragedias. Ya que evitarlas es imposible.

Pero Bittrich no es solo un mercenario de polvos latinoamericanos. También es un esteta a su manera. Siguiendo sus gustos líricos se puede encontrar algo de Medellín en el sonido de sus películas. Las lluvias del trópico son una de sus debilidades lejos de la carne. Las graba en cintas de alta calidad: captura el estruendo de los rayos sobre las montañas, el golpe amortiguado de hojas de las ramas que se desgajan, la lluvia persistente contra los vidrios. Es un naturalista, un coleccionista de tormentas. "Para sus películas, decía, para conseguir un toque local, pero en realidad los apreciaba porque sí". Nada distinto de lo que hace Win Wenders en su Historia de Lisboa, poner a un ingeniero de sonido a comprobar una frase de Pessoa con la ayuda de los micrófonos: "A plena luz, incluso los sonidos brillan".

Para terminar el repaso de ese Medellín incierto que se adivina a pedazos en la Prefiguración de Lalo Cura, intentaré rodar una de las películas de Bittrich, Barquero, sobre una esquina de la ciudad que vemos todos los días. Solo para hacer de escenógrafo. La película transcurre en una ciudad ruinosa, las chicas recorren basureros y caminos despoblados, "uno podría creer que se trata de la vida en Latinoamérica después de la Tercera Guerra Mundial". Todo está cruzado por un río de cauce ancho y aguas tranquilas. Muy pronto se arma una orgía entre los jugadores de cartas de una cantina de segunda, hombres armados, y las dulces caminantes. Uno de los jugadores, el de mejor suerte, tiene atada una balsa maltrecha en la orilla del río. Es el barquero. Luego de la jodienda colectiva el hambre y la enfermedad caen sobre la fonda, los jugadores y folladores ahora caminan por entre los matorrales cercanos al río buscando comida. Al final una sutil escena de canibalismo donde solo el barquero con sus cartas blancas sale bien librado. Todo eso sucede, digo yo, en Barrio Triste y sus alrededores. Allá están a la mano las cantinas desechas y las putas, los hombres jugando cartas a la luz de una vela, los sonámbulos recorriendo las orillas del río bajo el puente de San Juan. El barquero es un hombre endurecido que saca material de playa en las curvas del río. Un Caronte deslucido que ayuda a sus compañeros de naipes a cruzar el último río, un humilde barquero de la muerte para Medellín. "Película profunda como pocas, solía recordar Doris…".

*El cuento se puede leer en el libro Putas Asesinas publicado por Anagrama en 2001.

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