IMPRESOS LOCALES

Ya te maté, bien mío. Ahora qué será mi vida sin ti.
Crónicas Judiciales de Don UPO


Francisco Velásquez
 
 
 

En vida se llamó Alfonso Upegui Orozco, un hombre bonachón de Valparaíso, Antioquia. En los anales de los tribunales de justicia, en el antiguo Palacio Nacional, y desde las páginas judiciales del periódico conservador de los antioqueños, lo conocieron con el alias de Don UPO. Por los años cincuenta y sesenta, hasta los niños comprábamos El Colombiano para leer sus columnas semanales porque eran la más animada radiografía de la cotidianidad violenta de la región. Con humor, picardía, directas, sinceras, sus colaboraciones constantes en el diario concitaban a los más variados lectores de entonces, quienes se enteraban de los hechos de sangre de la época mediante la buena dosis del sedante narrativo de Don UPO.

Belisario Betancur lo llamó “una escuela ambulante de periodismo”; Óscar Collazos encontró en él, muchos años después, una cantera en la que leerlo se “convertía en un ejercicio ético”. “No he parado de reír con sus titulares”, escribió antes de su muerte. Víctor Gaviria tiene a Don UPO como “una enciclopedia de los fracasos de Antioquia”. Y agrega: “No hay otro documento (como estas crónicas) que lleve tan directamente a la otra historia nuestra”.

El rescate del Fondo Editorial Unaula es la manera de volverse a encontrar con orígenes olvidados de la Antioquia que, dos lustros después de la muerte de Don UPO (1972), dio el salto de la sombría comicidad individual hacia el espanto de la tragedia colectivo, como anotó Collazos en el texto pletórico de aplausos para el cronista judicial que fue este escribiente de estrados.

Las facultades de Derecho están en mora de crear una asignatura para sus currículos, a partir del material enriquecedor que dejó el gran escritor que fue don Alfonso Upegui Orozco, como una manera de estudiar, conocer y profundizar la sociología de la violencia colombiana.

 
 
 

De los estrados judiciales
Sobre amor, riñas, estafas, venganzas, celos, atracos y misceláneos

Esta recopilación de crónicas, cuya importancia estriba en la fiel reproducción de los textos de Don UPO, se compone de más de ciento diez Estrados Judiciales, seleccionados por la impresión causada en este escribiente. Y el criterio se valida por cuanto considero que cada uno enriquece la prosa picaresca con la que quiero distinguir el trabajo de Alfonso Upegui Orozco. No están organizadas por fechas debido a que las tomé de los archivos originales de los artículos producidos, en su propia casa, por Don UPO, pero los días de publicación pueden comprenderse, cuando Don UPO menciona fecha, con la distancia de dos a tres años después. Que era el tiempo promedio que duraba la atención para un proceso penal que se abría y el momento de realizar su audiencia absolutoria o condenatoria, cuando se cerraba.

Tomé las crónicas de los años sesentas y setentas por lo que hay que comprender que podrían faltar muchas de las mejores, pero si nos permiten dar una mirada festejante de la criminalística de entonces con muy buenos escritos de las dolencias del alma y del cuerpo. Se han extraviado muchas de las seis mil columnas pero con las seleccionadas estamos seguros que quedamos suficientemente enterados de su maravillosa obra periodística.

Mantengo el recuerdo de los juristas y criminólogos que actuaron en las acusaciones y defensas de los incriminados, al igual que las menciones de los integrantes de los jurados, de las Salas y del Tribunal Superior de Medellín, para ser fiel a cada una de las crónicas.

Y convoco a que se encanten con esta escritura que sorprende, todavía hoy, por ser una recuperación indiscutida acerca de la labor creativa de un periodista íntegro, sobre todo en su goce terrenal, así lo practicara con un tema de tanta complejidad en la actualidad como lo es el cubrimiento de la ni bien ni mal denominada crónica roja.

Amor
Como el amor es tan lindo la despedazó a machetazos

No hemos podido perdonarle a ese muchacho Protasio Jaramillo Betancur el sustazo que nos dio una tarde, hace muchos años, cuando en el tercer piso del vetusto y siempre nuevo Palacio de Justicia pulíamos un estrado judicial, pasó por el frente de nuestra ventana, disparado hacia abajo, (la ley de la gravedad, ¡Vicky linda!) no en barrena propiamente, corno dicen los aviadores, pero tampoco en pica­ da, corno llaman los bombarderos a los veloces cazas, sino planeando, corno un flaco muñeco con carne y huesos, los pies abiertos y los brazos estirados. Contuvimos un momento la respiración para asomamos a la ventana, para ver al desesperado Protasio lanceándose en las robustas ramas de un "pate vaco" que erguía en el antejardín del Palacio. La policía creyó que estaba muerto, pero no, al bajarlo con escaleras del cuerpo de bomberos, apenas tenía perdido el conocimiento y una pierna rota.

Ese Protasio, albañil de Carolina, en sus mejores tiempos de mocedad hizo su esposa a Ana Felisa Blandón, con quien convivió apenas unos cuatro meses, dejándola abandonada, en camino de ser madre, porque el inconforme muchacho no podía olvidar a una vieja novia que le había robado el corazón, pero con quien no quiso casarse porque... (francamente, no sabernos por qué no se casó con ella, o sería que ella no quiso casarse con él). Porque esa muchacha Gabriela Castrillón Taborda era de armas tornar, ¡vaya si no!

Así corno llegó a querer a Protasio con todas las entretelas de su corazón, así lo paraba en la cabeza cuando Mantengo el recuerdo de los juristas y criminólogos que actuaron en las acusaciones y defensas de los incrimina­ dos, al igual que las menciones de los integrantes de los jurados, de las Salas y del Tribunal Superior de Medellín, para ser fiel a cada una de las crónicas.

Y convoco a que se encanten con esta escritura que sorprende, todavía hoy, por ser una recuperación indiscutida acerca de la labor creativa de un periodista íntegro, sobre todo en su goce terrenal, así lo practicara con un tema de tanta complejidad en la actualidad como lo es el cubrimiento de la ni bien ni mal denominada crónica roja.