Número 44, Abril 2013

Cien años mirando el cielo

Joaquín Botero

La popular serie de televisión Mad Men muestra a publicistas que mastican sus triunfos y sus fracasos mientras viajan en tren a los suburbios de Nueva York. Don Draper y compañía, trabajadores de la Avenida Madison, transitan por la mítica estación de Grand Central, que hoy celebra su centenario.

El día del aniversario los comerciantes vendieron cocteles a 75 centavos y pasteles de queso a 19, para hacer honor a los precios de hace un siglo.

Donde antes operaba una elegante sala de espera para pasajeros de sombrero y corbatín y mujeres de baúl y neceser, ahora hay una exposición sobre el pasado, el presente y el futuro de Grand Central, con enfoques para todos los gustos: historia, arquitectura, ingeniería, finanzas, política, moda, comida y entretenimiento. Se muestran fragmentos de películas que han sido filmadas ahí o recrean la estación, como Superman, Pescador de ilusiones, Madagascar, Hombres de negro, Soy leyenda y Los Vengadores.

Con veintiséis millones de visitantes al año, la estación de trenes es la sexta atracción turística del mundo, y está localizada a distancia caminable de la primera y la segunda atracción: la confluencia de calles Times Square y el Parque Central.

Turistas y viajeros, neoyorquinos y extranjeros, afanados y relajados, todos cruzan caminos en la terminal ubicada en la calle 42 entre las avenidas Park y Lexington. Con un área de 17 hectáreas, es la estación ferrovial más grande del mundo por número de plataformas: 44. Cada día más de 750 mil personas, la población entera de Alaska o de Dakota del Norte, atraviesan Grand Central.
 

Cien años mirando el cielo

 

Cien años mirando el cielo

 

Un poco de historia

El magnate del transporte fluvial y terrestre Cornelius Vanderbilt mandó construir la terminal con pretensiones de museo o palacio europeo pero con visión práctica. De un nivel salían los trenes hacia los suburbios cercanos y del otro hacia las ciudades alejadas. Las rampas facilitarían el movimiento de los pasajeros, algo visionario, pues también ayudarían al desplazamiento de las personas de edad y a quienes usaban sillas de ruedas.

La construcción de zonas de restaurantes, almacenes y tiendas de comidas, siempre necesarias para el que debe esperar o comprar algo deprisa, han mantenido su plan original..

En sus inicios Grand Central atendía anualmente a trece millones de pasajeros, quienes tomaban trenes a destinos cercanos o a ciudades tan alejadas como Chicago. En la actualidad la cifra de usuarios ronda los 83 millones, y las rutas alcanzan los suburbios al norte del estado de Nueva York y también Connecticut. De la otra gran estación de trenes en el lado occidental de Manhattan, Pennsylvania Station, parten los viajeros hacia los condados de Long Island y Nueva Jersey y otras ciudades cercanas. Además, se construye una ampliación que en 2019 permitirá el acceso a las líneas del Long Island Railroad.

Con el uso del automóvil y el despegue de la aviación, la estación tuvo tiempos de decadencia. Los constructores, voraces con cualquier espacio en Manhattan, en los años sesenta vieron una oportunidad de derribar la estación, construir otra más moderna y, encima, un rascacielos. Defensores de esta joya se opusieron con firmeza, entre ellos Jacqueline Kennedy Onassis. En los setenta Grand Central fue declarado patrimonio arquitectónico nacional.

Distinta suerte corrió Penn Station en la calle 34, que fue demolida y reconstruida como una estructura eficiente y moderna, pero en la que no vale la pena detenerse a mirar, descansar ni tomar fotos. Lo único rescatable fue que al lado se levantó el nuevo coliseo del Madison Square Garden. Hoy hay planes de demolerlo para construir un escenario más moderno con el nombre anexo de una corporación. Asuntos de publicistas.

La bóveda celeste que decora el techo de Grand Central ha debido cambiarse varias veces durante las remodelaciones. Un recuadro ennegrecido se conserva como recuerdo de tiempos pasados: lo que se pensó que eran rastros de carbón y combustible diesel, resultaron ser manchas producidas por el alquitrán y la nicotina de los cigarrillos, restos de conversaciones y esperas, aunque desde los ochenta está prohibido fumar en la estación.UC

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