Falta un cuarto para las cuatro de la tarde del lunes 11 de febrero. El reportero gráfico llega al barrio Moravia a registrar el levantamiento de un cadáver. Rutina. Uno más. Han pasado 41 días del año 2013 y 105 personas han sido asesinadas en Medellín. El reportero ya no sabe a cuántas de ellas ha fotografiado.
El cadáver está tirado al borde de la calle, al lado de un cementerio de taxis. Al fondo hay camiones y buses estacionados. A un lado del cuerpo hay una moto tipo scooter y al otro lado un casco negro tirado en el suelo. No hay público todavía, apenas dos funcionarios de la Fiscalía que hacen su trabajo. Uno de ellos levanta la cabeza del occiso y mete el dedo índice en un orificio que tiene a la altura de la coronilla.
La policía acordona el lugar. Aparecen la madre del muerto, de camisa azul marino y leggins blancos estampados, y la cuñada, de camiseta azul celeste y blue jean. La madre se ve tranquila, mirando para otro lado. El reportero la oye conversar con un policía. Ella sabía que eso iba a pasar.
Los fiscales levantan el cuerpo y lo envuelven en plásticos blancos.
Los curiosos se acercan y se van ubicando detrás del cordón policial, como si estuvieran en la zona VIP de un espectáculo callejero. De esos en los que al final pasa uno de los actores con un sombrero en la mano dando las gracias y pidiendo monedas. Los niños con sus madres en la primera fila; uno en brazos, otro descalzo. Delante del cordón sólo están la madre y la cuñada. Están ahí, todos congregados, pero miran para otro lado.
El reportero está frente al público. Entre él y el muerto hay una niña con una moneda en la mano, y un matorral como bambalinas. ¿Una moneda para el final del espectáculo? ¿Para jugarse su suerte? La niña está parada a la entrada de su casa, al borde de la calle, a su izquierda está su padre. Detrás del fotógrafo hay más público, la cuadra está cerrada por ambos lados, cerrado un círculo que hace pensar en un anfiteatro.
La niña juega con la moneda. Los fiscales envuelven el cuerpo con cinta adhesiva. La niña, sin mirarlos, lanza la moneda al aire. La madre y la cuñada del muerto están a punto de dejar la escena del crimen.
La moneda gira, la mano abierta de la niña la espera. Cara, sello, cara, sello… cae y la niña la agarra y la empuña. Sin mirarla gira su cuerpo y busca el bolsillo trasero de su pantaloneta. La suerte está echada.