TEXTOS FUTBOLEROS
El jogo mañoso
Alfonso Buitrago Londoño. Ilustraciones Mónica Betancourt
En la Copa América de 2015, Chile ganó por partida doble: fue campeón por primera vez del torneo más antiguo del fútbol, y también llevó al llamado “juego sucio” al estrellato televisivo, después de que el defensa Gonzalo Jara le metiera un dedo en el trasero al delantero uruguayo Edinson Cavani y el acto quedara grabado por las cámaras de televisión. Un segundo y las mañas futboleras, que gozan de prestigio o callada tolerancia mientras se queden en la cancha, salieron de su anonimato cotidiano para despertar viejas polémicas y recordar anécdotas.
Nadie quería hablar de fair play o “juego limpio”. Todos recordaban el toque de Michel a los genitales del Pibe Valderrama en un partido entre el Valladolid y el Real Madrid, y los programas de televisión y las redes sociales revivían la larga lista de imágenes de toqueteos en el fútbol.
Los chilenos alababan la “viveza” de Jara y los uruguayos, famosos por su garra, capaces de morder a un jugador contrario, heridos en su orgullo de machos del fútbol suramericano, apenas atinaban a quejarse o a amenazar al jugador chileno. En otros tiempos no hubiera habido nada más que hacer. La frase “así es el fútbol” hubiera zanjado la discusión y las molestias.
Nadie sancionó a Michel después de ver el video que lo muestra acariciándole las pelotas al Pibe. Pero ahora, gracias a las cámaras, la Fifa toma medidas a posteriori, como lo hizo en el Mundial de Brasil 2014 con el uruguayo Luis Suárez después de que mordiera al italiano Giorgio Chiellini. Ayudado por transmisiones que más parecen un dispositivo de video vigilancia, el juego limpio también es capaz de mostrar sus dientes y dejar al infractor más aburrido que si le hubieran metido los dedos por detrás. En estos días, los jugadores tienen que cubrirse la boca con la mano para decirle algo al árbitro o a un rival. Como si jugaran en el patio de una cárcel de máxima seguridad.
En la historia del fútbol local los veteranos recordaban el chuzón de Julio Comesaña a Hernán Darío Herrera en un clásico Medellín-Nacional, quizás la anécdota antideportiva más famosa de estas tierras. Un “arriero” azuzado con “mala-saña”. El mismo Hernán Darío ‘el Arriero’ Herrera, ahora con 57 años, en la cancha sintética de Campo Amor, donde entrena un equipo de las divisiones menores del Atlético Nacional, cuenta la historia: “En el fútbol hay muchas cosas que les dicen mañas. Dicen que el fútbol es de vivos. Mañas como hacer que los recogebolas pierdan tiempo, eso de agarrar a un contrario, insultarlo. Ahora no se ven porque las cámaras están pendientes de lo que hacen los jugadores. Apenas uno entraba el rival ya te estaba maltratando, pero eran cosas normales. A veces me mostraban los taches y me decían que me iban a reventar, a marcar por todos lados. En Medellín todo el mundo conoce “la aguja de Comesaña”. Fue con una aguja desechable. Cueto y yo jugábamos juntos y era difícil controlarnos. De un momento a otro sentí el chuzón y la aguja se quedó clavada en mi estómago, la saqué y se la mostré al árbitro, pero casi me saca a mí, me dijo que eso era obra de Zubeldía, que eran las mañas de él. Luego en un Cúcuta-Nacional también me chuzaron”.
La fama de Zubeldía
Hablar de mañas en el fútbol antioqueño es hablar del entrenador argentino Osvaldo Zubeldía y su paso por Nacional entre 1976 y 1981. Claro que en la colección de su fama también está el haber sido un revolucionario del fútbol local, con él se hicieron conocidos y habituales los entrenamientos a doble turno, las concentraciones previas a los partidos, el trabajo de laboratorio con pelota quieta. Quienes estuvieron cerca de él, como el preparador físico Mario Leyva o el mismo Hernán Darío, intentan limpiar el honor de su maestro. “Zubeldía nunca nos enseñó mañas”, dice Hernán Darío. “Nunca escuché de Zubeldía que tenían que pegarle una patada en la cabeza a un jugador, o vayan con una aguja o mastiquen chicle y péguenselo en el pelo al rival o díganle cualquier cosa de la mujer o de la hermana, nunca, nunca, yo tengo un grato recuerdo de don Osvaldo. No me consta de Bilardo, Pachamé y esos jugadores que tenía en Estudiantes de La Plata”, dice Mario Leyva en un café del barrio El Poblado.
Pero el peso de la fama del equipo argentino, con el que Zubeldía quedó campeón de la Copa Intercontinental de 1968, era un lastre que don Osvaldo arrastraría hasta sus últimos días. La historia del club platense lo tiene registrado: “Comenzaba la leyenda negra de ese Estudiantes. Los detractores hablaban del antifútbol practicado por el equipo de La Plata. Algunos jugadores que habían enfrentado al equipo de Zubeldía los acusaban de utilizar alfileres para provocar pinchazos en los rivales, tirar tierra en la cara, pellizcar en corners y tiros libres, agredir física y verbalmente a los más destacados oponentes con la intención de hacerlos reaccionar y así lograr su expulsión, agraviar recordando tragedias familiares y algunas cosas más. Hablaban también los detractores de su particular manera de hacer tiempo demorando las jugadas o lanzando la pelota lo más lejos posible, las permanentes charlas y recriminaciones a los árbitros, la disposición permanente a sacar la más mínima ventaja en su propio beneficio y el juego al límite de reglamento”.
Mario reconoce que la fama de Zubeldía podía deberse a las acciones de sus jugadores, y recuerda un viaje que hizo con el entrenador: “Cuando íbamos a Argentina a don Osvaldo siempre lo recibía alguien de Estudiantes de La Plata y en una ocasión fue Bilardo. Fuimos a un asado a comer y salieron anécdotas, una de ellas fue que en la final del 68 con el Manchester United en Inglaterra Bilardo veía que todo estaba muy tranquilo, muy relajado, salió del hotel, agarró piedras y empezó a tirarlas a las ventanas, luego se metió a decir que los estaban atacando y eso puso a los jugadores en tensión. ‘Ya van a ver mañana’, decían. Y así fue, y ganaron. Después dirían que había sido obra de Zubeldía, por ser el entrenador, pero eran los mismos jugadores los que sacaban muchas cosas, llevaban jugo de mora y decían que los habían sangrado. En Nacional, él inculcaba el juego limpio, decía que la única forma de ganar era a través de la disciplina táctica, del buen entrenamiento, del cuidado personal, por eso le gustaba trabajar a doble jornada”.
En la historia de Estudiantes de La Plata lo reafirman: “No reconocían esos mismos detractores el trabajo de laboratorio con pelota parada que veinte años después copiarían todos los equipos del mundo, ni la excelente preparación física y sicológica que les permitiría disputar partidos de igual a igual con los mejores equipos del mundo, tampoco, la polifuncionalidad de sus jugadores y la capacidad de utilizar diversos esquemas tácticos de acuerdo con las alternativas del juego”.
Pedro Pablo Álvarez, el veterano entrenador del fútbol aficionado, quien a sus 87 años, sentado en una silla de ruedas, todavía entrena un equipo de jovencitos en la cancha de Belén Las Playas, dice que lo que sí tenía Zubeldía eran cábalas: “Una vez Bilardo, estando en Cali, se la hizo. ‘Vamos a darle una placa al profe para invitarlo a la mitad de la cancha a que la reciba’, dijo Bilardo.
—Don Pedro, este hijo de puta me va a ganar el partido —me dijo Zubeldía.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Porque la cábala mía es no salir hasta que termine el himno nacional.
Y perdió 2-1”.
Mañas y calle
En el fin último del fútbol, que es ganarle al rival, las mañas y la calidad deportiva siempre han ido de la mano. Y muchas veces los jugadores traían ambas de la calle, de los potreros donde aprendieron a jugar. “En Nacional también había pícaros —dice Mario—. El Chumi Castañeda, el Comanche Salgado, Jorge Ortiz, tenían más noche que la luna, con grandes vivencias dentro y fuera de la cancha. Recuerdo un día que el Chumi faltaba en el entrenamiento. A los quince minutos veo que llega corriendo con una mano en el costado, da una vuelta, dos vueltas, paro el grupo, lo llamo y lo veo con una mancha, tenía una puñalada”.
La noche anterior se había tomado unos tragos en Lovaina con el Comanche. Al salir hubo una pelea, el Chumi salió a defender al Comanche y ahí le dieron. “Era la época del Gringo Palacio, Dulio Miranda, Radamel García, eran bravos, te metían el codo, los árbitros eran muy permisivos, si no veían sangre no pasaba nada. No bastaba con tener un buen equipo”, dice Mario.
Otra parte de la formación del jugar mañoso corre por cuenta de los entrenadores. Pedro Pablo lo dice con la sencillez y sinceridad que le dan los años: “Si el técnico es bobo, los jugadores son bobos, esté convencido. Si el técnico es vivo, los jugadores son vivos”, y cuenta una anécdota de un partido del torneo de la Liga: “Había un jugador de Telsa que le decían el Borracho. Yo iba a jugar con Nacional contra Telsa en la Marte Uno. Para entrar a la cancha teníamos que pasar por una puertecita que era estrecha y va a salir Gustavo López, que era el central nuestro, y pasa el Borracho y ¡tan!, le da en el tobillo y con eso lo sacó, sin comenzar el partido.
—¿Qué te pasó, Tavo? —le dije.
—Ese jugador de Telsa pasó y me dio una patada.
—¿Cómo así, es que vos sos bobo? ¿Cómo te va a dar pasando la puerta?
Como era tan buen central y el Borracho tenía que pasar junto a él, lo dañó. Pero yo le puse otro machetero, le decíamos Peleche, de aquí de San Bernardo, no tan grande, pero más jodido que Gustavo. Se necesitan las mañas porque el jugador tiene que ser vivo para poder sacar ventaja, con el balón o con su forma de hablar: ‘Oigan a este, ¿vos te creés muy grande? Por ahí voy a pasar’, y el otro le contesta: ‘Por aquí no pasás’”.
Los jugadores aprenden dentro y fuera de la cancha. “El técnico es el que tiene que enseñar esas cosas”, dice Pedro Pablo. “Por ejemplo, yo le digo a mis delanteros que cuando estén en un tiro de esquina le pongan el brazo en el pecho al rival para que salte un compañero. Por eso yo me preocupo por formar el brazo, jugador sin brazo no sirve, para cubrir, para hacer barrera. Si el arquero no es mañoso, no sirve. Tiene que saber hacer tiempo y muchas veces tiene que hacerse sacar amarilla cuando va ganando y el partido está muy apretado”.
Roberto Carlos Cortés, exjugador de Medellín, hoy con 38 años, recuerda que el Pecoso Castro fue uno de los técnicos más mañosos que tuvo. “Él nos decía: ‘cuando tengan un delantero muy jodido que se los esté parrandeando échenle Vick VapoRub en los ojos y con eso lo sacan, o díganle cosas de la mamá o la hermana para que lo hagan expulsar’. Nos contaba que él jugaba así. Con él aprendí mucho en lo futbolístico y en las mañas”.
Fredy ‘Totono’ Grisales, exjugador de Nacional, 40 años, quien ahora tiene su propia escuela de fútbol en Bello, dice que todas esas mañas son reales, “pasan y te tocan la nalga, te meten el dedo, el fútbol sin picardía es como chupar teta con brasier. En el tiempo de nosotros hacíamos más maldades, ahora los estadios tienen cámaras, si la hacés te van a ver, por muy vivo que seás con la tecnología no sirve, lo demostró el chileno Jara”.
Totono recuerda cuando veía a Alexis García y a Carepa Gaviria tratando de “bajarle la caña” al contrario. “Bajar caña” o menoscabar la autoestima del rival es una de las mañas más populares. “Uno aprendía de ellos —dice—. En los clásicos le decía a Roberto Carlos Cortés: ‘te vamos a pelar’, ‘no le has ganado a nadie’, ‘no te conoce nadie’, ‘mirá los jugadores que tenés al lado y mirá lo míos’”.
Roberto Carlos, por su parte, también aprendía de los suyos. “Al que yo veía que más mañas hacía era a Pánzer Carvajal, pellizcaba los gorditos del abdomen y eso dolía mucho, hizo expulsar a muchos así. Hablaba mucho y era muy bajador de caña verbalmente. Todo eso se va aprendiendo con el tiempo”. Así las mañas, en su carácter clandestino, van pasando de generación en generación, se cuelan y se aplican en los campos aficionados y se practican y perfeccionan en los partidos profesionales, sobreviven en el tiempo sin que nadie las perciba. Hasta que un día quedan grabadas en un partido con transmisión internacional y el mundo entero reconoce que existían.
“La gente en la tribuna no lo nota, pero en la cancha se ve mucha cosa —dice Roberto Carlos—. Las mañas siempre van a existir. Jara estuvo de malas porque lo pillaron, pero cumplió su objetivo que era hacer expulsar a Cavani, el delantero más peligroso de Uruguay. El que las logre hacer se va a beneficiar, al que no le conviene se va a quedar indignado. El que ronque en el fútbol es mejor que se quede en la casa durmiendo”.
Mañas y árbitros
De las mañas no está libre nadie que tenga que ver con el fútbol. Juan Manuel Gómez, quien fue árbitro profesional entre 1980 y 1997 y en la actualidad es dirigente de la Liga Antioqueña de Fútbol, cuenta que “hay árbitros que resultan más mañosos que los mismos jugadores. Hubo árbitros que dirigieron con revólver o con una navaja. Todo eso lo vi yo. A Mario Canessa le sacaron una vez una foto en El Colombiano apuntándole a un jugador, pero eso fue un montaje, porque él sí iba con revólver al estadio, pero el vigilante se lo guardaba”.
Muchos árbitros tratan mal a los jugadores para intimidarlos, otros hacen alarde de su valentía o son víctimas de su cobardía. “El Chato Velásquez fue boxeador y se agarraba con los jugadores si le tocaba. Se hizo famoso porque expulsó a Pelé en un amistoso contra Colombia”. Darío Álvarez hizo una exhibición de coraje en Rionegro en un partido de la Liga. “El público era tremendo y amenazaba a todo el mundo —dice Juan Manuel—. Darío inició el partido, Rionegro hizo gol y él lo anuló nada más que por torear a la tribuna y luego volvió a iniciar el partido”. Por el contrario, Ovidio ‘el Sauce’ Orrego no fue capaz de enfrentarse al público de Barranquilla. “El Romelio Martínez era muy bravo y le dio miedo pitar un penalti. Se tiró al piso tapándose los ojos y diciendo: ‘Quién me tiró tierra, quién me tiró tierra’. Nadie le reclamó ni le dijeron nada”.
Los aficionados, los recogebolas e incluso los aguateros también se ven involucrados en este compendio de anécdotas mañosas. Juan Manuel recuerda el caso del Caldas del técnico argentino Eduardo Luján Manera, del mismo Estudiantes de La Plata de Zubeldía y Bilardo: “El aguatero de Luján Manera entraba al terreno de juego a atender a un jugador y los jugadores de su equipo sabían que del tarro rojo no podían beber, ellos bebían del tarro blanco y le daban el rojo al rival, agua mala para que les diera diarrea o sueño. Hubo un partido Tolima- Nacional en Ibagué en que el recogebolas tapó un gol. No se puede dar gol, sino balón a tierra. En un partido de Rionegro contra Santuario un aficionado atajó un gol. Se armó una pelea grande”.
Hay picardías sanas, que no tienen que ser trampas, como la habilidad o ingenio, pero hay otras que pueden llegar a atentar contra la integridad física de los involucrados. “Hay jugadores que se han acabado para el fútbol por una patada”, dice Juan Manuel y recuerda momentos que tuvo que vivir y que se han convertido en símbolo del antifútbol. “Me tocó la época de la mafia, el secuestró de Armando Pérez y el asesinato de Álvaro Ortega. Esos son antivalores, matar por un simple juego. Desde que se crearon las reglas de juego fue para que existiera fair play, amistad, respeto, decoro y camaradería”.
El fair play, es decir, la igualdad de posibilidades entre las partes que participan en la competencia, subordinados a las reglas y con una actitud caballeresca, de “rivalidad amistosa” entre los adversarios, es al fútbol lo que el Derecho Internacional Humanitario a la guerra. Un intento por humanizar algo tan humano como darle patadas a una pelota o a un rival en un campo de juego.
*Este texto hace parte del libro De ida y vuelta de la Liga Antioqueña de Fútbol, editado por Universo Centro.