TEXTOS FUTBOLEROS
El goloso de la 74
David E. Guzmán
Una vez me llevaron a fútbol un miércoles del año 84, a un largo y tedioso 0-0 entre Nacional y Santa Fe. A la salida, mi papá se dejó guiar por el humo que salía de la parrilla de una chocoana. Eran casi las diez de la noche y quizás pensó que lo mejor era regresar a casa con la cena resuelta. Cuando llegamos fui a saludar a mi mamá pero al acercarme para darle el besito me apartó con cierto asco; me miró desconfiada y le preguntó a mi papá por qué yo tenía la boca grasosa y amarilla.
–No sé, nos comimos un chucito en el estadio – respondió mi papá.
–¡Pero cómo se te ocurre darle eso al niño! ¡Esos chuzos son de carne de rata! –vociferó mi mamá indignada y me llevó al lavamanos.
Mientras ella misma me enjabonaba la jetica yo no podía dejar de pensar que la carne de rata era un manjar, y que no era la primera vez que degustaba sus sabrosos jugos, pues con mi tío Memo ya habíamos comido en anteriores idas a fútbol. Pero no le dije nada a mi mamá, ella no tenía por qué saber que lo mejor de ir al estadio, además de ver al verde, era mecatiar sin ningún tipo de consideración.
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Uno de mis preferidos era el chicharrón bogotano. Los pasaban vendiendo en una gran canasta de donde sobresalían sus formas diversas y estrambóticas. Se necesitaba un litro de gaseosa para proceder a su ingesta. Saladitos y chicludos eran perfectos para combatir la hambruna en un partido de noche fría. Cerveza y chicharrón bogotano, o rosquita gigante, debió ser uno de los mejores casaos de la época.
El perro caliente y los sánduches de mortadela, preparados con anticipación y exhibidos como pequeñas obras de arte gastronómico, también hacían las delicias de los aficionados. Hoy, la arepa con salchichón y salsa rosada es el imán que atrae a los hinchas de Sur y Norte. El chorizo tampoco se queda atrás. No hay entretiempo de un partido donde las zonas de comidas no estén cercadas de golosos. En Oriental y Preferencia los palitos de queso son los mimados de la afición, dispuestos en una urna transparente diseñada especialmente para que los palitos y sus respectivas porciones de mermelada seduzcan al antojado. En otro tiempo reinó el sánduche cubano, un clásico de Preferencia, paradójicamente lo más sofisticado que se vendió por años.
He visto crecer la oferta de comidas en el estadio, atrás quedaron los días de los famosos “comepollo”, que entraban con uno o dos cocoricos con papa cocida, y los amantes del arroz chino, para quienes la falta de cubiertos no era problema: cuchareaban con la cédula. En las afueras el panorama de los kioscos también ha cambiado, las canecas llenas de botellas de cerveza, con sus etiquetas flotando en el agua helada, dieron paso a modernas neveras y vitrinas que siguen ofreciendo, por el bien de los paladares y las familias, caretas de marrano, picadas, mazorca, chunchurria, empanadas, morcilla, papas criollas, arepas de queso con lecherita y hasta sancochos de bagre y carne asada.
Pero no solo los platos fuertes, el mecato dulce ha sido otra tentación para los hinchas: desde los tibios churros azucarados y las crispetas fragantes de las afueras hasta el Supercoco y el Bon Bon Bum que circula en la tribuna. “¡Últimos últimos!”, grita el manicero con su canasta recién abastecida de bolsitas con coco confitado y maní salado y dulce. De pronto algo te pasa rozando la oreja, es un paquete de De Todito que un vendedor lanzó desde abajo. Con su costal roído y repleto de mecato espera que el billete baje de mano en mano mientras despacha otros dos paquetones. Pero sigamos con el dulce: el mejor amigo de la tribuna es el chococono, que calma sed y hambre y se agota en segundos, sobre todo en lo alto de la tribuna popular donde la hinchada es más propensa a la boca seca.
No hay como chupar paleta en el estadio en un partido de domingo. Recuerdo un vendedor que las tiraba como proyectiles y la gente ávida estiraba sus manos como si quisiera cazar una pelota de jonrón.
Todos querían la suya. Eran tiempos de sol, tiempos de refrescarse con cerveza de verdad. Fría en los bajos, al clima en la tribuna a no ser de que se pescara recién despachada. Ahora funciona el placebo, como le dicen algunos hinchas a la pola sin alcohol que al menos sirve para pasar unas bocanadas. Cigarrillo, tinto o chicles son alternativas para calmar la ansiedad, despertar un poco del letargo o mascar el juego y descifrar la táctica.
Si la fiesta es inminente, un rumor se empieza a escuchar en las gradas, “guaro, guaro, guaro”. En algunos partidos es mejor tener con qué calmar los nervios, además también se consigue agua y mango biche con sal y limón para darle un toque casero a los brindis. El mango, la única fruta que se vende dentro del coqueto. Hace poco fui a Preferencia después de muchísimos años y me sorprendió ver al mismo vendedor de mangos de toda la vida, con su bandeja al hombro y su rostro manchado por el sol. En un momento pasó por mi lado y lo miré detenidamente a ver si se acordaba de mí, pero no, descargó su bandeja en el muslo mientras hacía un descanso y clavó su mirada de águila cazadora en la tribuna.
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Cinco años después del incidente del chuzo, mi papá, mis primitos y yo planeamos una ida al Atanasio para ver un Nacional-Junior. Mi mamá, sin hacer alusión a aquella imagen de su hijito con la boca grasienta, propuso que hiciéramos una gran torta para llevar y no tener que comprar nada allá, solo las gaseosas. Así fue. El sábado en la tarde mi papá empezó a preparar la torta con mi asistencia, pero cometimos varios errores con las cantidades de leche y harina que íbamos adicionando para equilibrar la mezcla. Al final, salió una torta extraña, dura y rústica pero rica de sabor. “Apenas para que coman en el estadio”, dijo mi mamá sin dejar espacio a cualquier otra opción. “Se llama Torta Llanera”, añadió rápidamente mi papá y buscó algo para envolverla. De ninguna manera estaba dispuesto a que lo regañaran otra vez, sabía que mi hambre no era solo de gol.
*Este texto hace parte del libro Jugando en casa de la Subsecretaría de Ciudadanía Cultural de Medellín, editado por Universo Centro.