TEXTOS FUTBOLEROS
De pie en el campo de batalla
Gloria Estrada
* Este texto hace parte del libro De ida y vuelta de la Liga Antioqueña de Fútbol, editado por Universo Centro.
Primera Selección femenina campeona, bajo la dirección de Margarita
Martínez en 1995. Se destacan Luz Estela Zapata y Liliana Zapata.
Tras el pitazo que daba fin al primer tiempo entre las selecciones juveniles de Risaralda y Antioquia, veintiuna jugadoras, las cuatro árbitras, las suplentes y los cuerpos técnicos se dirigieron presurosos a los camerinos. En la pista quedaba Orlando Lozano, médico de las antioqueñas, y los dos camilleros. En la cancha, en el borde del área, la portera de la Selección Antioquia no lograba incorporarse. Mientras camilleros y médico corrían a atenderla, las lágrimas gestadas por un dolor profundo en la pierna derecha se empezaban a apoderar de ella.
Liseth Alejandra Hurtado Díaz es la arquera titular de la Selección juvenil de Antioquia, tiene quince años de edad y cuatro de experiencia en los torneos de la Liga. A los siete empezó a patear balones, muchas veces descalza, jugando con niños en las canchas de Belén. Su hermana mayor fue su impulso e inspiración: “Ella jugaba fútbol pero se tuvo que retirar porque no le daba tiempo por el estudio, entonces yo siempre decía que yo sí iba a poder ya que mi hermana no había podido”. Pero sería su llegada al primer club, Talentos Junior, la que definiría su posición en la cancha: “Cuando iba a empezar mi primera liga el equipo no tenía arquera entonces yo me metí dizque por recocha y terminé siéndolo”. Su paso posterior por los equipos de Las Violetas, Nacional, Formas Íntimas —donde la actual cancerbera de la Selección Colombia Sandra Sepúlveda fue su entrenadora—, y la Selección Antioquia la acabaron de formar para desempeñarse bajo los tres palos.
Para Aleja el futbol es “felicidad total, la vida entera”, aunque requiera sacrificio y disciplina: “Cuando a uno le gusta algo hay que trabajar duro por eso”. Pero cuando su cuerpo macizo se empezó a asomar acostado sobre la camilla por la boca del túnel, en el estadio Hernán Ramírez Villegas de Pereira, Aleja no era felicidad, era dolor puro y llanto, un llanto que se secaba, sin pretenderlo, con las mangas de su buzo fluorescente. En ese momento sus compañeras de juego estaban en el camerino quitándose los guayos, estirando las piernas y tomando agua, mientras que el técnico Gerardo Londoño, su asistente Oscar Pérez, la delegada Luz Estela Zapata y las jugadoras que estuvieron en el banco revoloteaban por el salón dando palmas de ánimo y lanzando voces como: “¡Bien, bien, vamos bien!”, “respiren, respiren”, “estamos teniendo el balón, entregando bien, vamos a seguir así”.
Selección Antioquia juvenil femenina, campeona en Pereira, 2015.
Los camilleros descargaron a Aleja a la entrada del camerino, y Orlando, el médico, empezó a masajearla tratando de establecer un diagnóstico. Una herida de color oscuro, de unos cinco centímetros de largo y uno de ancho se extendía a lo largo de la espinilla derecha de la arquera. A cada tacto sobre la pierna, a cada presión sobre el pie, la deportista aumentaba las lágrimas. Preocupado, Orlando preguntó por la ambulancia. “Vamos a tener que sacarla para que le tomen una radiografía”, se dijo el médico en voz alta.
Hasta ese momento el partido que definía el campeonato nacional de fútbol femenino juvenil lo iba ganando Antioquia 2-0, con goles de Valentina Restrepo y Laura Aguirre, las goleadoras del equipo. Lo que se traducía en que, al fin, después de siete años, el anhelado título volvía a manos de las antioqueñas.
La última vez que Antioquia alcanzó el primer lugar en este torneo fue en 2008, con Liliana Zapata en su debut como entrenadora de la Selección. Ese año se hizo historia ya que el equipo también obtuvo la medalla de oro en los Juegos Nacionales. El camino que venía recorriendo Liliana desde que empezó a chutar balones en La Floresta, en 1985, hasta su participación en los primeros clubes y seleccionados de los años noventa, fue el que la llevó a convertirse en un referente para las futbolistas antioqueñas. Junto con sus contemporáneas, Liliana se rebeló contra las críticas y los insultos de quienes las juzgaban por practicar un deporte de hombres; y debido a su empeño y talento llegó a ser alumna de Margarita Martínez, la precursora del fútbol femenino en Antioquia y a quien se le debe la preparación mental, técnica y física de varias generaciones de jugadoras. Liliana jugó con Antioquia durante trece años y fue convocada al seleccionado colombiano tres veces. Esta zaguera central se retiró siendo campeona nacional en el 2004, pero ya desde 2002 venía haciendo carrera como entrenadora. Hoy esta profesional en deporte preside el Club Formas Íntimas, considerado el más organizado del país y base de las más recientes selecciones Colombia.
El reto pues para las antioqueñas en 2015 era grande, reconquistar el título, saborear nuevamente el triunfo, y aunque un 2-0 parecía tranquilizador todavía faltaban 45 minutos, y las risaraldenses, aunque sin posibilidades de alcanzar el campeonato, no estaban precisamente de piernas cruzadas, jugaban en casa y el escaso público que había en la tribuna estaba formado por sus parientes y amigos.
La bolsa de hielo que Alejandro Orrego, el kinesiólogo, le llevó a Alejandra hizo lo suyo. El dolor en la pierna menguó y las lágrimas también, lo que indicaba que no había fisura; del choque con la atacante, cuando la cuidapalos tuvo que salir para cortar un avance, quedó un hematoma alargado y vistoso. Fue entonces cuando, en medio de la expectativa de algunas jugadoras que le llevaron una bebida para que se hidratara, el técnico Londoño se acercó al médico con una pregunta entre dientes. “¿Puede seguir?”, lo increpó, mirándolo apenas inclinado mientras Orlando, en cuclillas, seguía a los pies de la portera.
Aleja no podía seguir. “¡Zamorano! ¡A calentar!”, el técnico ya daba media vuelta para terminar sus instrucciones del entretiempo. En ese instante Aleja estaba sentada en la camilla y se había soltado y recogido una vez más el pelo largo y rubio en un moño alto sobre la cabeza. A su alrededor se sentía el nerviosismo alegre de las futbolistas por el partido jugado hasta ahora, se movían de un lado a otro, charlaban, exprimían sus bolsas de agua, chocaban las manos; la tensión, mezclada con confianza, se les salía por los poros y se les insinuaba en la boca. Entre ellas se destacaba una, la más festiva del grupo, la delantera María Elena Hurtado Ortega, camiseta número 11, quien había salido esa mañana del hotel con el uniforme puesto, como todas las demás, pero no con tenis como ellas sino con unos Crocs rosados.
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María Elena es Pelé. El apodo se lo puso un primo suyo que la inició en el fútbol cuando tenía ocho años, le entregaba el balón para que lo pateara y junto con los hermanos de ella la metían como fuera en los partidos de los pelaos en el barrio Santa María de Apartadó. “A los otros niños les daba mucha rabia pero al ver que yo tenía talento, que era capaz de hacer un túnel y marcar goles se fueron acostumbrando, al punto que después se peleaban por tenerme en sus equipos”, cuenta Pelé, que cuando habla se le escapa una sonrisa y mueve las manos, mostrando sus palmas blancas, como si estuviera explicando algo. Pelé vive hace cinco años en Medellín, a donde vino a dar después de que Álvaro Restrepo, entrenador del Club Molino Viejo, la viera en los juegos departamentales de 2011 en La Ceja. “Él habló con la entrenadora de Apartadó y le dijo que me quería en su equipo; de ahí le comunicaron a mi abuelita y ella estuvo de acuerdo, pero mi papá no, decía que yo sola en Medellín… Pero mi abuelita que siempre me ha apoyado lo fue convenciendo, ella me anima y se emociona mucho cuando me ve jugar”.
Pelé ha sido convocada en dos ocasiones a la Selección Colombia sub-17 y fue campeona en el 2013 con la Selección prejuvenil de Antioquia, dirigida por el profesor Armando Londoño. Su sueño, como el de sus compañeras, es jugar en una liga profesional, hacer parte de una Selección Colombia de mayores y poder vivir del fútbol.
Un sueño al que las jugadoras de ahora le pueden apuntar pero que era impensado para las que hace tres y hasta dos décadas sufrieron el rechazo de familiares, amigos y vecinos. Como Luz Estela Zapata, integrante de varias selecciones Antioquia de los años noventa y quien habla del fútbol como el amor de su vida, al mismo nivel de sus hijos. “Yo jugaba fútbol con mis novios y mis hermanos, en canchas horribles, en los colegios no porque una mujer no podía coger una pelota. Nunca caminé brusco por jugar fútbol y era una zurda muy apetecida”, recuerda Luz, ahora coordinadora del Club Formas Íntimas y miembro del cuerpo técnico de las selecciones femeninas. “Cuando el presidente de la Liga, Arturo Bustamante, le dijo a Margarita Martínez que sacara una Selección Antioquia, no había de dónde escoger porque había muy poquitas mujeres”, reconstruye la historia Luz, remontándose a 1991 y refiriéndose a la mujer que le entregó todo al fútbol.
Lo primero que recuerda Margarita Martínez es el ambiente difícil de aquellos años, cuando los hombres se burlaban, “nadie creía en el fútbol femenino y las mujeres manejaban una apariencia de marimachos que tampoco ayudaba, no había procesos ni formación”. Por eso para ella, que manejó durante catorce años, entre 1991 y 2004, las selecciones femeninas de Antioquia y que hizo parte de los cuerpos técnicos de las selecciones mayores y juvenil de Colombia en los años 1998, 2000 y 2003, siempre fue más importante incidir en la mentalidad, la actitud, la identidad y el estilo de vida de las mujeres, que ganar trofeos y títulos.
Margarita lleva treinta años alimentando la pasión por el fútbol en ella misma y en las niñas talentosas que ha ido encontrando en sus recorridos por las canchas de Medellín. Ella, que cuenta en su haber con cuatro títulos como entrenadora de la Selección Antioquia, dirige desde 2006 su propio club, Marmar, y sigue trabajando por la formación de las futbolistas. “Antes era a la que más trago tomara, ahora no, ahora es muy distinto, las mujeres han ido ganando espacio y hay mejor comportamiento, más disciplina”, y ese logro también es obra de ella que con su trabajo como pionera contribuyó a que empresarios y padres de familia comenzaran a creer que las niñas podían jugar fútbol con calidad y seguir siendo niñas.
Testigos y actores de todo ese proceso, y compañeros de Margarita, fueron el entrenador Álvaro Restrepo y el preparador físico William Lara. Álvaro llegó en 2003 a las selecciones Antioquia de mujeres y en 2004 hizo parte del equipo ganador del campeonato nacional y los Juegos Nacionales. Esos triunfos marcaron un hito, las futbolistas mostraron calidad y aprendizaje en el juego. La goma por jugar fútbol se regó por más barrios y municipios, en los colegios empezaron a promover esta práctica deportiva y a combatir la estigmatización, y se crearon más torneos en diversas categorías.
De los cambios que se han ido produciendo, Álvaro rescata el hecho de que cada vez las niñas comienzan a entrenar más pequeñas gracias a que, de a pocos, la actitud de los padres ha cambiado; por eso la esperanza de tener un fútbol cada vez con más fundamentos es mayor. Álvaro es entrenador en Molino Viejo que, junto con Formas Íntimas, Nacional y Paranaense, hace parte de los equipos con mejor nivel en la Liga en todas las categorías, libre, juvenil, prejuvenil e infantil.
Por su parte, en los diecisiete años que estuvo en la Liga, William Lara acompañó como preparador a más de 29 selecciones Antioquia masculinas y femeninas y fue campeón en dieciocho ocasiones, también estuvo una vez, en 2001, con la Selección Colombia de mayores. Al fútbol femenino llegó en 1998, de la mano de Margarita. “Me acuerdo que en los inicios entrenábamos en una cancha que había donde hoy está el Parque del Ajedrez y teníamos que esperar a que terminaran todos los entrenamientos, porque no nos prestaban canchas, y a las seis de la tarde nos metíamos a jugar sin luz porque la apagaban —recuerda William—. A mí los compañeros me decían ‘ahí vas a juntarte con esas marimachos’… Ahora me da gusto saber que todo ese esfuerzo ha tenido sus frutos y que, muy al contrario, trabajar hoy en las categorías femeninas es un privilegio”.
Como preparador, Lara afirma que “se ha ganado en disciplina, compromiso y reconocimiento” y señala que, efectivamente, hay diferencia en el trabajo con las mujeres, “se requieren las mismas capacidades, la diferencia está en la metodología y la dosificación, que varían también entre un jugador y otro”. Para este técnico en deporte la mayor satisfacción está en la superación de las jugadoras, su crecimiento como personas y como profesionales, y se refiere a las que, como aún ellas no pueden vivir del fútbol, han optado por ir a la universidad y graduarse como tecnólogas y profesionales en deporte y educación física.
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Mientras el onceno tomaba nuevamente posición en el campo para el inicio del segundo tiempo, incluida la arquera suplente Camila Zamorano, a Aleja la ayudaban a pararse de la camilla. Ya sin dolor y sin lágrimas, con el hielo garantizándole alivio, quiso ver el partido desde el banco. Recostada en Orlando y sin poder apoyar la pierna derecha, atravesó el túnel, arribó a la pista y se sentó en la primera silla disponible. El balón empezaba a pasearse en el círculo central pero Aleja no pudo evitar mirar en primera instancia a Camila, al fondo, en el arco a su derecha, de pantaloneta negra y buzo rosado como ella. Reconocía el talento de la suplente pero le inquietaba que no hubiera tenido oportunidad de tapar en la fase final del torneo.
“Zamorano es muy buena, muy inteligente, qué cabeza. Yo llevo entrenando con ella tres años y medio. Tiene mejor saque de aire que yo, yo soy mejor por tierra”, había dicho Aleja semanas atrás durante un entrenamiento en la Marte 2. Fue el día que cumplió quince y sus compañeras le cantaron el feliz cumpleaños antes de empezar a entrenar. Esa vez la portera pisó el césped vestida con una blusa blanca de manga larga, pegada al torso, bluyín, sandalias bajitas y el cabello suelto, recién acicalado en la peluquería. “Yo quería entrenar pero se me daña el peinado y quedo toda sudada, toda fea, y ahora tenemos una comida”, explicó Aleja que aun así fue a ver el entrenamiento con amigos y conocidos en la tribuna. Era su celebración. Entre los que la acompañaban uno le preguntó si tenía novio, “no, mi mamá no me deja… —vaciló la quinceañera—, mentiras que estoy tan metida en el fútbol que no me interesan los niños. De pronto por ahí a los treinta años, cuando me retire”.
Aleja habla como una profesional, debe ser porque ya ha tenido sus tardes de gloria. A los doce años, durante el Ponyfútbol de 2012, se consagró como arquera antipenal después de tapar para su equipo Las Violetas siete penales en dos definiciones.
En el día de sus quince, Cristina y Oscar, sus padres, tuvieron que esperarla hasta el final del entrenamiento para poder ir a cenar. “Aleja se pasa de simple, no quiere sino fútbol”, le dijo a todos la mamá antes de irse, ella, que al principio se negaba a que su hija jugara pero que ahora la apoya para que viaje y entrene.
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“La verdad es que no me gusta que juegue fútbol, se vuelven muy bruscas, es bueno porque se vuelven organizadas… pero no me gusta”, Ferney, el papá de una de las delanteras del Deportivo Salento, Maria Camila Cardona Giraldo, quien sin embargo está pegado a la malla de la cancha número 2 de la Unidad Deportiva de Belén donde el equipo de María Camila se enfrenta a uno de los rivales más duros de la Liga, Escuela Formas Íntimas.
“¡Camila, qué pasa! ¡Usted por qué está por allá, volvé a la posición!, nooo”, le grita Ferney a su hija que rechaza un balón en su propia área, y cuando ella se acerca en un receso para hidratación la confronta: “Mi amor, el delantero tiene que estar en su posición porque luego un balón va a dar arriba y no hay quién lo reciba, ¿usted por qué está tan atrás?”, “Es que nos están llenando de goles”, “Pero para eso están los defensas, cada quien en su lugar, vaya que allá está el técnico hablándoles”. Tiene razón para estresarse Ferney, el Deportivo Salento va perdiendo por goleada y apenas van en la mitad del primer tiempo.
Maria Camila tiene trece años pero solo hace dos consiguió convencer a sus papás para que la inscribieran en un equipo de fútbol. Es admiradora de Alexandra Morgan, de Estados Unidos, y de la colombiana Daniela Henao, de quienes dice “han sacado la cara por el fútbol femenino, y como en este país hay tanto machismo es muy bueno que las mujeres también salgan adelante; falta mucho pero me parece muy bacano que cada vez haya más niñas jugando fútbol porque así como los hombres tienen derecho a jugar nosotras también. En las escuelas de fútbol hay mucho talento como para desperdiciarlo”.
Ella es una de las casi mil mujeres, de los ocho años en adelante, que juegan fútbol en los torneos de la Liga Antioqueña en un total de 36 clubes, entre los que Salento todavía no se destaca. Pero para Maria Camila, como para casi todas las niñas en la categoría infantil, lo importante no es ganar sino jugar; lo deja claro al final del encuentro: “Es muy emocionante tocar el balón, así sea en un partido como el de hoy que perdimos; nosotros apenas estamos empezando, el fútbol es para aprender”. Y sus padres valoran eso aunque al principio intentaron que practicara otro deporte: “Nosotros la llevábamos a jugar basquetbol y ella decía que no, que fútbol”, cuenta Ferney, y su esposa, Eliana, lo delata, “siempre la acompañamos a los partidos y el papá que no quería es el que siempre la lleva a los entrenamientos”.
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A cada minuto que pasaba en el Hernán Ramírez Villegas de Pereira, la victoria de Antioquia se consolidaba. Camila, la arquera suplente, hizo lo suyo en las escasas ocasiones que las risaraldenses acecharon en su área. Para el minuto 62 la volante Aura María Hoyos había marcado el tercero para las antioqueñas y la defensa Manuela Vanegas, el cuarto. El quinto vendría después de una genialidad de Pelé, dedicada a repartir juego, quien al verse rodeada de rivales sacó un pase englobado con la punta del borde externo que le cayó en los pies a la atacante Valentina Restrepo.
Esta vez Pelé no anotó pero participó en todas las jugadas de gol. “Yo soy delantera pero a veces me ponen a flotar. Me gusta más de delantera porque es más emocionante meter goles pero si me colocan en otra parte es porque ahí puedo dar lo mejor de mí y rendir para el equipo”, había dicho María Elena antes del encuentro, cuando dijo también que hacer un gol es una emoción que no puede describir, “meter un gol al último minuto por ejemplo es lo más hermoso de la vida”.
Ver y escuchar a esta negra de dieciocho años siendo feliz dedicada al fútbol reconcilia con los pequeños sueños de grandeza del ser humano: “Cuando estaba en Apartadó y escuchaba hablar de Daniela Montoya, de Sandra Sepúlveda, las veía muy alto, yo decía que cuándo iba a llegar allá, que las quería conocer… y ya jugué con ellas, estuve en una Selección Colombia y espero que me vuelvan a llamar a la sub-20”.
Pero como cuando las ilusiones se están haciendo realidad no existe el mientras tanto, Pelé sigue esforzándose: “Para que a uno le vaya bien en esto se necesita disciplina, tener la mente clara, porque perder cumpleaños de tu familia, fiestas con tus amigos, compartir con ellos, es muy duro”. Una muestra de ese esfuerzo fue cuando le tocó perfeccionar la pegada, porque tenía velocidad pero no técnica, “me costó mucho trabajo porque yo siempre enganchaba, le pegaba muy pasito o no le daba bien, entonces me tocó muchas veces madrugar sábados a las seis de la mañana solo a patear un balón con mi profesor”.
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El lunes 3 de agosto de 2015 a las 3:35 de la tarde, en Pereira, la alegría que se le iba gestando a Aleja, la arquera titular de Antioquia sentada en el banco, le restaba importancia al golpe sufrido al final del primer tiempo. Para el último gol a favor, el sexto, un tiro libre cobrado por Laura Villada en el minuto 78, Aleja ya no sostenía la bolsa de hielo en la pierna; y para el final del cotejo, estaba literalmente saltando en una sola pierna, celebrando con compañeras y cuerpo técnico el décimo título en la historia de las selecciones femeninas antioqueñas, el número 89 de la Liga departamental.
Así, avanzando a brincos sobre su pierna izquierda, Alejandra recorrió los cincuenta metros que la separaban de la cancha al borde de la tribuna, y trepó uno a uno los trece peldaños hasta la tarima de premiación, sola, con el buzo rosado envuelto en una mano y atendiendo al llamado del presentador para recibir el trofeo a la valla menos vencida. Allí arriba, rodeada de aplausos, en la alegre distancia que la separaba de las futbolistas que la aclamaban desde el gramado, Aleja sonreía, su rostro era otra vez de felicidad, y el golpe en la pierna, una herida que como todas las que se reciben en el campo de juego agregaba valor a su proeza.
* Este texto hace parte del libro De ida y vuelta de la Liga Antioqueña de Fútbol, editado por Universo Centro.