Selva Adentro
Texto: María Isabel Naranjo. Fotografías: Archivo Red Cepela.
Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan [...]
Yo tengo más lástima de un hombre que quiere saber y no puede,
que de un hambriento.
Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con
unas frutas, pero el hombre que tiene ansias de saber y no tiene medios,
sufre una terrible agonía.
Federico García Lorca
I
Esa noche sin luz, cuando el pueblo entero veía por primera vez una obra de teatro, nadie sospechaba nada. Ni el niño emberá extasiado con el humo artificial, ni los hijos de mestizos sentados en primera fila con cara de “¿qué estoy viendo?”, ni los pescadores, ni las campesinas, ni los perros apretujados en la malla que rodea el quiosco comunal convertido por dos horas en teatro. Tampoco se lo esperaban los integrantes del colectivo del teatro Matacandelas, ni los de la Red Cepela que habían llegado desde el día anterior como fitzcarraldos a bordo de dos pangas, cargadas con ochocientos kilos de escenografía de La casa grande, títeres y algunos utensilios para hacer talleres. Nadie sabía que esa noche iba a nacer lo que un año después sería Selva Adentro, un festival de artes escénicas en un lugar del mapa donde todavía algunos creen que el hambre de arte y de cultura no es una necesidad fundamental: la selva chocoana.
Pero para entender geográficamente dónde desembarcaron hay que viajar en avioneta hasta Vigía del Fuerte, en el Chocó, montarse en una panga a orillas del río Atrato y remontar la serpiente de agua del río Bojayá durante cuatro horas hasta llegar a La Loma, un caserío de quinientos habitantes que hace parte de Bojayá, el municipio que apareció en la historia de Colombia del 2 de mayo de 2002, cuando se conoció la noticia de la masacre de 119 civiles en el interior de la iglesia, después de que las Farc lanzaran contra ella una pipeta de gas. Según la memoria de algunos pobladores, era como si ese día Bojayá estuviera predestinado a ser el lugar de una masacre de uno de los dos grupos armados, pues algunas versiones aseguran que los paramilitares planeaban un atentado contra esta población por considerarla simpatizante de la insurgencia. En respuesta, los guerrilleros de las Farc salieron a las cinco de la mañana en medio de la oscuridad para lanzar una pipeta contra los paramilitares que se escondían detrás de la edificación sagrada, y por un error de cálculo la pipeta se enredó en la cruz de metal. Una historia siniestra sí, pero no la única de un país en guerra.
Justamente La casa grande es una puesta en escena de la novela de Álvaro Cepeda Samudio sobre la Masacre de las Bananeras, ocurrida en Ciénaga el 6 de julio de 1928, día en el que militares colombianos dispararon contra trabajadores también colombianos de la United Fruit Company que estaban en huelga. Día en el que, como dice Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas, “Colombia se negó a ser un Estado social de derecho y su gobierno se declaró públicamente como un comité de antisociales, de delincuentes, de bandidos, y así ha sido hasta hoy”. La idea de llevar la obra hasta La Loma se discutió luego de una función especial para líderes sociales que el Matacandelas hizo en Medellín. Los líderes que vieron la obra sintieron algo por dentro, como si se les desatrancara la garganta, los pensamientos, como si fuera imperativo, necesario, hablar de lo que habían vivido en sus comunidades.
Brotaron como en un campo de semillas secas y olvidadas las historias que no habían contado por años, y fue tan conmovedora la catarsis que desde ese momento soñaron con la utopía de llevar teatro, títeres y talleres del cuerpo y danza a las comunidades de Bojayá, Murindó y Ríosucio, soñaron un viaje con La casa grande por la cuenca del río Atrato.
II
Nadie. Por primera vez en mucho tiempo nadie en La Loma estaba viendo la telenovela de las siete de la noche. Solo había un lugar en el pueblo con luz y era ese quiosco comunal, donde, envueltos en la oscuridad, los corazones de todos los presentes se escuchaban como una percusión vibrátil de latidos. Algunos jugaban con el chorro de luz de la linterna de los celulares en el techo, aguardando con impaciencia el instante en el que los reflectores anunciaran por fin el inicio de la obra. Camilo recuerda que antes de la firma de los Acuerdos de Paz, los apagones precedían a las explosiones en el cielo nocturno, provocadas por uno de los veintisiete bombardeos aéreos que ocurrían en la zona cada año.
Dos años después, en la cocina del Matacandelas, Cristóbal recordará algunos momentos de esa primera función. Por ejemplo, cuando uno de los actores, apuntando con un fusil al público, antes de la masacre, dijo “¡Tienen un minuto!” y la gente se echó hacia atrás, horrorizada. O el niño indígena que se quedaba quieto, en modo estatua, con los ojos y la boca abiertos, como si tuviera al frente a una nave espacial con extraterrestres cada vez que veía salir neblina de una máquina. La expresión de ese niño le recordará a Cristóbal otras historias que han ocurrido en el teatro colombiano, donde queda en evidencia que esa línea entre la presentación y la representación, o sea la capacidad de diferenciar la vida de la representación de la vida, muchas comunidades no la tienen. Una de tantas, la más famosa, fue hace dos siglos en un teatro de Bogotá, en una época de fervor patriótico, cuando representaron la vida de Policarpa Salavarrieta. En el momento en el que el tribunal la condenó a morir fusilada, la gente hizo un alboroto y comenzó gritar: “¡No! ¡Perdonenla! ¡Amnistía! ¡Amnistía!”. Cuentan que los actores tuvieron que pedirle ayuda al empresario que los había contratado para que saliera a calmar al público, y que esto fue lo que dijo: “Señoras y señores, calma, calma. Históricamente Policarpa fue fusilada, pero esta noche, en atención a tan culto público, tan patriótico, tan sensible, ella será perdonada”. Y todos aplaudieron.
III
Cuando La casa grande terminó la primera de seis funciones a lo largo del río Atrato, Cristóbal se preguntó: “¿Qué puede una pequeña obra de teatro como esta decirles a ellos? ¿Qué podemos hacer nosotros en estas comunidades? ¿Qué puede hacer una sola obra frente a todo el despojo que hay?”. En esas estaba cuando dos hombres jóvenes que antes habían pedido permiso para grabar la obra con una cámara, esperaron a que la gente se retirara para hablar con el grupo de teatro. Ese año, 2016, en la parte alta del río Bojayá, a cuatro horas de La Loma había tres campamentos guerrilleros del Frente 57, con cuatrocientos hombres al mando de Olmedo Ruiz que estaban a punto de dejar las armas ante la inminencia de la firma de los Acuerdos de Paz. Y el video era para ellos, para que todos los combatientes que aguardaban en los campamentos pudieran ver la obra de teatro. Esos jóvenes les hablaron de un hambre que Cristóbal y Camilo conocían. Querían hacer talleres de teatro, danza y música en la zona de pre agrupamiento que les había otorgado el gobierno cerca de Pogue. ¿Cómo decirles que no?
Camilo recuerda que fueron un mes después y se quedaron una semana con dos actores del Matacandelas. Cuando llegaron ya habían construido un pequeño escenario, con un palo en la mitad que lo partía en dos. En todo caso se les veía que lo que querían era hacer teatro. Se impresionaron con el tamaño de los hombres, eran grandísimos, y para la época algunos ya se dejaban crecer el pelo y se lo cogían con pinzas rosadas. Una tarde colgaron los fusiles, se pusieron pantalonetas y jugaron a contar historias de la selva. Y las que habían vivido empezaron a recrearlas. Por ejemplo, esa vez que una compañera dejó tirado el puesto de guardia y salió corriendo donde el comandante para decirle que había una bruja en el campamento. Después de burlarse un rato y tratar de explicar el sonido que la había asustado, se dieron cuenta de que era una manada de perros que estaban metidos debajo del tendido de tablas y hacían mucho ruido. La capacidad dramática, natural, de todos los que estaban en el taller fue aflorando, y al final decidieron montar un grupo que se llamó Defrente teatro.
IV
La terquedad hizo que al año siguiente, en un lugar que no existía antes de la firma de los Acuerdos de Paz y que hoy se conoce como ETCR Silver Vidal Mora, ubicado entre Ríosucio, Belén de Bajirá y Curvaradó, donde viven 150 exguerrilleros de las Farc, muchos de los cuales habían conocido cerca a Pogue, la Red Cepela juntó al Teatro Matacandelas y a muchos amigos más para conspirar lo que sería Selva Adentro.
Al principio, cuando apenas era un proyecto, Camilo pensaba en llevar una carpa de circo que funcionara como escenario para presentar en un espacio grande los montajes que esperaban llevar hasta allá, pero la imagen le repelía tanto como esa frase que dice: “Pan y circo pal pueblo”. Entonces conocieron a la arquitecta Carolina Saldarriaga y ella los convenció de hacer un teatro en guadua. ¡Un teatro! Parecía una locura encantadora. Recogieron 65 millones de pesos en donaciones, y todas las personas que participaron en su construcción donaron también su trabajo. Carolina hizo el diseño, la comunidad donó la madera dos veces --la primera vez la decomisó la policía--, los exguerrilleros trabajaron juntos, levantando con la fuerza de sus cuerpos y el apoyo de una vara las trece estructuras en guadua con la que hicieron un teatro de 425 metros cuadrados. Carolina escribió un texto donde recuerda algunos momentos:
Fue el 5 de agosto de 2017 a las 6:00 a. m. el día en que la obra comenzó. Esteban, un antropólogo de profesión con vocación de constructor, y yo, fuimos los primeros en llegar; contemplábamos el río Curvaradó que atizaba un poco la ansiedad mientras esperábamos que Ciro, Jeyfer, Rojo, Mono, Jhon, Leo, Ramiro, Jair, Burro, Pazungo, Ñato y Bruno llegaran. Tenerlos a todos juntos, sentados en el punto donde íbamos a erguir un teatro, escuchando nuevamente de qué se trataba el proyecto, entre chistes cuando alguno no entendía, fue un gran momento. Era el primer día de los cincuenta y cuatro que se nos venían por delante. Y entre el replanteo, la programación de las actividades, pedidos de materiales y las aclaraciones acerca del proyecto empezamos la construcción.
[...]
Entre horarios de trabajo que evadían un prolongado mediodía, lluvias inesperadas y contundentes que frenaban cualquier actividad, el retraso de algunos materiales, la resistencia de algunos para asistir constantemente a la obra y los ineludibles partidos de fútbol de los sábados y domingos que se volvieron parte de la programación; lo logramos terminar. Cuando lo vieron construido, por fin entendieron de qué se trataba, lo miraban con sorpresa como si ellos mismos no lo hubieran construido. Ramiro, mirándolo asombrado, me dijo: “yo no pensé que cuando estaba atornillando la guadua estábamos haciendo esto tan grande”.
Un día antes del inicio del festival Selva Adentro, el 1 de octubre de 2017, llegaron 14 colectivos teatrales desde Cali, Manizales, Medellín y Bogotá, y también desde Necoclí, Buchadó y las Camelias. En esa primera versión del festival, el recién creado grupo de teatro Defrente hizo la primera presentación de su primera obra: Borbandeo, que es como le dicen a los bombardeos.
¿Y para qué tanto esfuerzo? La respuesta que da Cristóbal es: “Re-sis-ten-cia”, y la de Camilo se parece al deseo de demostrarle al país que el arte no puede ser una arandela para construir paz, sino todo lo contrario, debe ser el eje transversal de todos los esfuerzos que se hagan los próximos 17 años, porque: “Esto no es un asunto idealista de ¡vamos a cambiar el mundo! No. Queremos generar paces para pensar otra generación”.
Coda:
Cristóbal Peláez dice: “Es un deber ciudadano apoyar, rodear, y acompañar a estas comunidades”, por eso la terquedad sigue, y este año, entre el 17 y el 21 de octubre, realizarán la segunda versión del festival. Esperan a comunidades de Curvaradó, Jiguamiandó, Belén de Bajirá, Río Sucio y personas que vayan desde las ciudades con diferentes paquetes que pueden consultarse en su página web: www.bailesafroantillanos.com. Dicen que será una oportunidad para recorrer este territorio y conocer de primera mano lo que ocurre en estos espacios de ETCR donde ahora viven los excombatientes de las Farc, cuál es su situación y la de las comunidades que los rodean; también para conocer una zona de biodiversidad y de recuperación de sistemas nativos de bosque que se perdieron porque todo se llenó de ganadería, palma de aceite y plátano. Y además de los músicos invitados, los grupos de teatro y los artistas que ya han confirmado su participación, como Edson Velandia, el Teatro Matacandelas, Gordo's project, Chalupa Travel, la Oficina Central de los Sueños, Luciérnagas, la Corporación Colombiana de Teatro, Steven Anderson, Inty Maleywa, entre otros, también habrá talleres culturales para entender cómo el arte puede ser una herramienta de paz y de transformación de la sociedad. Se pueden hacer donaciones en dinero a través de https://armatuvaca.com/vaca/si165656ZiD12298, donar tiempo y trabajo para apoyar todas las actividades del festival o comprar paquetes para todos los días o para un fin de semana y asistir a todas las actividades.