La memoria convertida en escombros
Alfonso Buitrago Londoño
 

La memoria convertida en escombros

En política, cien días suele ser el número que se usa para medir el talante y el primer impacto de las acciones de un nuevo gobierno. Les sirve también a los gobernantes para enviar un mensaje sobre cómo piensan dirigir sus compromisos y responsabilidades, con quiénes trabajarán y cuáles son sus prioridades. Y a los ciudadanos, para darse cuenta de lo que se hará con sus impuestos.

Cien días después del gran banquete social ofrecido el viernes 22 de febrero por la alcaldía de Federico Gutiérrez en el Club Campestre —con el patrocinio de un puñado de reconocidas empresas privadas—, y del despliegue mediático que desató la demolición del edificio Mónaco, queda un desierto de escombros, pantano y zancudos circundados por maleza y mal disimulados con mallas naranja.

La metáfora de los escombros para tapar desgracias es inevitable y tristemente célebre en estas tierras: desvela, comprime y sintetiza en una imagen una intención, una forma de ser, un método para gobernar. Se va a acabar esta administración sin que pase nada con la búsqueda de los desaparecidos de La Escombrera de la Comuna 13, por poner un ejemplo. Un arrume de escombros es lo que hay detrás de la pantalla que amplifica los discursos preocupados por la memoria colectiva y de los flashes que destellan en los homenajes a las víctimas. Días antes del agazajo tipo matrimonio de clase alta —con regalitos, sombrillas blancas y bolsitas de tela cruda, tentempiés de charcutería gourmet y jugos con mezclas exóticas—, ofrecido por Gutiérrez en el club vecino al Mónaco —con tres mil invitaciones exclusivas que reproducían la obra de una artista local— para presenciar el más promocionado acto oficial relacionado con la violencia ejercida por Pablo Escobar y el Cartel de Medellín, la propaganda oficial de la alcaldía invirtió recursos públicos para tapizar con vallas la fachada de un edificio de ocho pisos a punto de ser derribado; un gasto millonario para apenas unos días de vida útil. En ese momento se escucharon trinos y aplausos públicos por el papel pedagógico que cumplían las imágenes en gran formato que les mostraban a curiosos y “narcoturistas” el dolor tardío que sentíamos por nuestras víctimas.

La memoria convertida en escombros

Pero cien días después, pasado el alborozo y las condecoraciones, queda claro que se trataba tan solo de eso: una deleznable fachada de lonas impresas abrazadas a los huesos de un fantasma. Quizás ahí se encuentre el significado de esa frase tan críptica y melosa con la que se ha pretendido nombrar el malestar del alcalde Gutiérrez por lo ocurrido en la ciudad cuando él era adolescente —específicamente entre 1983 y 1994, ni un año atrás ni uno adelante—: “Medellín abraza su historia”.

Una campaña de comunicación a la medida de un alcalde en sus últimos meses de administración, liderada por una empresa privada de relaciones públicas y eventos sociales que parece empeñada en sacar adelante una gran operación de marketing político.

Las vallas de la propaganda oficial aferradas al esqueleto del Mónaco no eran nada más que las guirnaldas que anunciaban el show por venir; costoso decorado del que ahora que la música ha dejado de sonar no quedan sino las hilachas empantanadas.

Cien días después del estruendo de la demolición, los curiosos locales y turistas extranjeros siguen llegando para tomarse fotos con el vacío y edificar de nuevo en su imaginación la leyenda mediática de Pablo Escobar. La única imagen que parece importar es la de la administración actual. Un obrero se encarga de borrar en la madrugada los grafitis que aparecen por la noche. Nada que explique cómo es que aquí se quiere “abrazar” el pasado.

La memoria convertida en escombros

En política, cien días sirven para mostrar la intención, el talante y el método de un gobernante. La memoria es frágil, nos habían dicho, y ahora ha quedado demostrado.UC

El cuidado de la imagen del sitio donde quedaba el Mónaco parece ser la única acción que interesa desarrollar en ese lugar. #LaMemoriadeFicoEsPuroEscombro escribieron en uno de los muros que rodean el lote y muy temprano al otro día fue borrado. Mientras los turistas y curiosos siguen llegando igual que siempre lo han hecho para satisfacer su curiosidad por la leyenda del capo, sin encontrar ninguna señal de una narrativa diferente que privilegie a las víctimas.

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