Asesino con fogueo

Alfonso Buitrago Londoño

 

Popeye

Me encontré con Jon Lee Anderson –veterano reportero estadounidense de la revista The New Yorker– en Medellín, el lunes 5 de septiembre de 2017. Mi tarea consistía en guiarlo durante tres días por el famoso “narcotour”, que muchos extranjeros hacen en la ciudad, ansiosos por acercarse un poco al serializado mito de Pablo Escobar.

Acompañé a Jon Lee a visitar la casa museo de Roberto Escobar, el Osito, hermano mayor de Escobar; conversó con Luz Marina, hermana menor, quien no paró de pedirles perdón a las víctimas; visitó La Catedral y entrevistó al cura benedictino que administra el ancianato que hay en su lugar; de la mano de un antiguo vendedor de perfumes de la mafia, conocido como el Perfumero, conoció los lugares donde se reunían los primeros mafiosos de Medellín, en las cercanías del cementerio San Pedro, donde Pablo Escobar entró en contacto con ellos; entrevistó al exalcalde Alonso Salazar y al alcalde de entonces, Federico Gutiérrez, acérrimo enemigo de la herencia simbólica del capo; finalmente, en un pequeño apartamento acondicionado para recibir visitas, ubicado en una urbanización en La Estrella, habló con John Jairo Velásquez Vásquez, Popeye, el exsicario convertido en ídolo mediático y quien falleció recientemente de cáncer.

Después de su visita a Medellín y de recorrer lugares y hacer entrevistas para entender el interés por el narcotour y la figura del “patrón”, Jon Lee Anderson, que dedicó varios años de su vida a escribir la biografía del Che Guevara –el ícono del revolucionario latinoamericano por excelencia–, describió el fenómeno actual de la devoción internacional por la vida del que fuera uno de los criminales más buscados del mundo en un artículo titulado The Afterlife of Pablo Escobar. In Colombia, a drug lord’s posthumous celebrity brings profits and controversy (“La vida después de la muerte de Pablo Escobar. En Colombia, la celebridad póstuma de un capo de la droga trae ganancias y controversia”).

En el camino hacia La Estrella pasamos por el cementerio Jardines Montesacro, donde está la tumba de Escobar. Jon Lee pidió visitarla. Era pasado el mediodía de un lunes y no había mucha gente en el camposanto. A un costado de la iglesia, detrás de una línea de cipreses, se encuentra la lápida de mármol negro a ras de tierra, precedida por un rectángulo empedrado, tipo jardincito zen, y una placa de piedra oscura que se extiende un par de metros y termina con un banco en el borde del terreno. En el banco había un par de extranjeros en silencio.

Jon Lee contempló el lugar y hablamos del rapero norteamericano Wiz Khalifa, que visitó la tumba y puso la foto en sus redes sociales, causando gran indignación en el alcalde Gutiérrez. Popeye también había aparecido en fotos arrodillado frente a la lápida de su patrón. Uno de los trabajos que tenía el exsicario de Escobar era ser guía de su propio narcotour. Le expliqué a Jon Lee que Popeye lo recibiría en un apartamento, pero no haría ninguna visita con él.

Cuando conseguí el contacto de Popeye recibí advertencias. Me dijeron que hablaba más de la cuenta y que no era de fiar. No me pareció extraño para un delincuente de su tipo, que venía ganando protagonismo público por sus videos como youtuber y por ser un polémico opinador de redes sociales, siempre amenazante y seguidor fanático del expresidente Álvaro Uribe Vélez.

Sin embargo, era la primera vez que hablaba con un asesino confeso y ni siquiera sabía cómo debía dirigirme a él: “don John Jairo, ¿cómo está?”, “señor Popeye, ¿cómo se encuentra? Muchas gracias por su colaboración”. El contacto fue principalmente por WhatsApp y siempre fue directo y amable. Aceptó hacer la entrevista donde él no tuviera que desplazarse y puso como condición no acompañarnos a visitar ningún lugar.

Llegamos al edificio indicado cerca de las dos de la tarde. La urbanización era discreta, de clase media. El apartamento era de unos cincuenta metros cuadrados, con paredes de ladrillo a la vista, una habitación, sala y cocina integral. Popeye tenía una camiseta negra, bluyín y tenis Nike de suela gruesa con cámara de aire, que le quitaban la edad que el pelo blanco le ponía. Saludó cordial y nos ofreció algo de tomar. En la sala había tres sillas de madera tapizadas con tela estampada y una mesa de centro blanca, con forma de bandeja, sobre la que descansaba un trípode con una cámara GoPro y en una de las esquinas otro trípode con una cámara profesional, que podían ser sus instrumentos de trabajo.

Jon Lee se sentó en una de las sillas en un extremo de la sala, delante de un cuadro abstracto colgado en la pared, con un grueso marco metálico y coronado en sus esquinas superiores por dos máscaras estilo carnaval. Popeye se sentó enfrente, en el otro extremo, delante de un corcho, también colgado en la pared, enmarcado con lámina metálica gruesa y coronado por dos máscaras, una de ellas parecida a la del Guasón. Por el ventanal entraba la luz de la tarde y se veían los edificios y las montañas del sur del valle de Aburrá.

Popeye
Popeye

Popeye empezó a hablar casi inmediatamente, sin pregunta previa, sobre la violencia del país. Y le explicó a Jon Lee cómo “Pablo Emilio Escobar Gaviria y Jorge Luis Ochoa Vásquez crean los paramilitares el 11 de noviembre de 1981, cuando se crea el MAS (Muerte a Secuestradores)”. En adelante, como vendedor callejero, soltó una ráfaga de palabras que fusilaban versiones amañadas de la historia de Colombia, desde la violencia partidista de los años cincuenta, pasando por la toma del Palacio de Justicia, hasta la creación de las Autodefensas Unidas de Colombia con Carlos Castaño, después de la muerte de Escobar.

–Pero Pablo Escobar fue un hombre de izquierda. Era un socialista verdadero –dijo Popeye–, porque no la concebía como la tienen hoy los venezolanos. Él concebía el socialismo, pero que la gente tuviera su carrito, aunque fuera pequeño, su casita, aunque fuera pequeña, muy buena educación y buena salud. El patrón era progresista, pero con dinero.

Mezclando temas y fechas regresó al presente para contar “por qué en Colombia nunca habrá paz” y se ensañó con el expresidente Juan Manuel Santos, a quien tildó de “traidor profesional”.

–Su esencia es la traición y él va a traicionar a las Farc también, porque están negociando con la extradición y él les dijo que no los iba a extraditar, pero en eso la palabra no existe, el presidente es un baboso, es un tipo que va de paso y la extradición está ahí.
–Te identificas con el expresidente Uribe, ¿no? –dijo Jon Lee.
–Sí –dijo Popeye.
–¿Por qué?
–Primero lo atacaba, porque extraditó a los paramilitares, porque los traicionó.
–¿Pero él tuvo lazos con el mismo Pablo Escobar y con el paramilitarismo?
–El tema del expresidente Uribe de un tiempo para acá lo estoy manejando muy prudentemente, ¿por qué?, porque el doctor Álvaro Uribe Vélez es el indicado para salvar a Colombia, porque Colombia está ad portas de caer en el comunismo.

La mención de un enemigo lo envalentonó y se transformó en un guerrero al servicio de una causa. Dijo que en el monte había quince mil hombres listos para combatir a las Farc y que cuando ellos se tomaran el poder “seremos doscientos mil y más”.

–En las ciudades habrá una guerrilla de quinientos mil hombres, financiada por industriales, y tenemos el combustible que es la cocaína –dijo.

Jon Lee aprovechó una pausa de Popeye para tragar saliva y le preguntó:
–En un país marcado por la violencia, ¿eres el hombre más violento?
–Mira, yo quisiera ser el más violento…
–¿Por qué?
–Si somos un país de deportistas, por ejemplo, Jamaica sacó a Usain Bolt, y de él salieron velocistas cada vez más fuertes; yo quisiera ser el más violento de Colombia, ¿para qué?, te lo voy a decir sin ningún asomo de vergüenza, he sido una persona humilde, aquí somos 46 o 47 millones de colombianos, no hay ningún bandido en la República de Colombia más preparado para enfrentar al Estado que Popeye; tengo la experiencia de Pablo Emilio Escobar Gaviria; tengo la experiencia de la cárcel donde hubo trescientos muertos y cien desaparecidos en trece años que nos dimos plomo dentro de la Modelo, esa experiencia me sirvió muchísimo; tengo la experiencia de la calle; tengo la edad donde no quiero tener cincuenta viejas y quinientos apartamentos, yo ya no acumulo cosas; ya estoy preparado para la guerra.

En este punto le pareció que quizás no se había explicado bien y se lanzó a hablar de la conquista española y como la “vieja loca de Isabel” mandó al “malparido de Cristóbal Colón para que se viniera para acá”. Pero rápidamente regresó a sí mismo para decir que la sociedad colombiana no le estaba dando una oportunidad, pero que él se la había ganado con las redes sociales; que los niños en Colombia eran buenos, pero los moldeaba el entorno, la violencia, “y fuera de eso una figura como Pablo Escobar que trajo mucha violencia”.

–Lo que yo estoy haciendo ahora es gravísimo para la juventud, mi serie en Netflix, acabo de hacer una película, a la brava porque se me vino el Estado encima.
–¿Por qué? –dijo Jon Lee.
–Mira, uno vive diciéndole a la gente que lo apoye en las redes sociales y me escriben diciéndome que están haciendo una película en Medellín y que los apoye. Fui, hice una escena con mi pistola de fogueo, de cine, la subí a las redes sociales y fue un escándalo. Se me vino todo el mundo encima, el alcalde, el gobernador, el general de la Policía, el general del Ejército, llamaron hasta al presidente para que los apoyara y me iban a meter preso.
Entonces fui donde el director de la película y le dije que la hiciéramos completa para que me metieran presos estos hijueputas. La hicimos y ya salió. El alcalde dice que le parece muy mal hecho que Popeye haga una película en Medellín de mafia y había acabado de salir Tom Cruise de aquí de hacer Barry Seal, aquí han hecho Narcos, J.J., y estoy yo buscando una oportunidad y no me dejan, pero cuando me meta a la montaña con doscientos o trescientos hombres ahí sí me van respetar.
–Pausa –pidió Jon Lee–. Montaste un canal en Youtube que dice: “Popeye arrepentido”, pero me estás hablando de ir a la montaña…
–Si nosotros fuéramos Suiza o Inglaterra, sonaría incoherente, pero aquí todavía hay violencia.
–¿Por qué no te fuiste del país? –Estoy en libertad condicional, no me reciben en ningún país. Yo estoy arrepentido de lo que pasó con el Cartel de Medellín, porque se mató mucha gente para tumbar la extradición y la replantaron ahí mismo.
–¿Qué piensas de este resucitar del fenómeno de Pablo Escobar? El culto al personaje del que eres un personaje central; o del hijo arrepentido, buscando perdón; el hermano que tiene su casa-tour; la examante; la hermana; Netflix; ¿qué piensas de todo esto?
–Es una locura. Medellín es conocida y respetada en el mundo gracias a Pablo Escobar, es una gran ciudad construida sobre un cementerio, esto está lleno de muertos, ocasionados por Pablo Escobar y nosotros. Pablo Escobar es una figura rutilante, porque era muy sencillo, que salió de una familia muy humilde y pasó a ser multimillonario; ha sido el único hombre que ha vencido al imperio norteamericano dos veces: la primera, cuando Jorge Luis Ochoa Vásquez y Gilberto Rodríguez Orejuela fueron detenidos en España en 1984. Pablo Escobar se juntó con el Cartel de Cali, que eran amigos, reunieron treinta millones de dólares y se los entregaron a la audiencia española y le ganaron el pulso a los norteamericanos que los estaban pidiendo y llegaron aquí a Colombia; la segunda vez, cuando tumbó la extradición. La gente ama a Pablo Escobar porque ha sido el único bandido que le ha dicho al gobierno: “La cárcel me la hacen aquí, en esta montaña”, que era de él y de ahí burlamos a nueve mil hombres del Ejército, a la CIA y la DEA y éramos nueve gatos. Y es amado en Colombia porque es el único bandido que le ha dado plomo al gobierno. A la mafia de México no la respetan porque no le da plomo al gobierno, sino que mata a los mexicanos de a pie. El pueblo ama a quien le dé plomo al gobierno.

–Ahora –dijo Jon Lee–, asesinaste muchas personas…
–Sí, estábamos en guerra y en época de guerra hay que tener mentalidad de guerra.
–Ajá, mira, yo he estado en muchas guerras, en Irak, Afganistán, Siria… Para mí no es raro hablar con alguien que ha matado gente y lo he visto. Cuando estás en una guerra ellos tiran fuego, tú tiras fuego y hay cosas peores. Y hay una ideología: tú eres mi enemigo, si no te mato, tú me matas. Recordando las muertes que causaste, ¿lo ves así?, ¿o eran ellos o eran nosotros? O te pasaste, ¿tienes problemas morales?, ¿pesadillas?, ¿la mente limpia?
–Hay una cosa importante: estás hablando con un asesino profesional. Teníamos una bandera que era tumbar la extradición y defender a Pablo Emilio Escobar Gaviria, que era nuestro Dios. Todas las muertes fueron justificadas en esa época. Hoy en día me doy cuenta de que fue una locura. Por eso puse mi canal de Youtube: “Popeye arrepentido”. Yo duermo nueve horas, no tomo pastillas para dormir, no tomo licor, unas cervecitas de vez en cuando, no ando con taras. Un día un periodista me dijo: “¿Usted cómo hace para dormir?”, y le dije: “Yo tengo una táctica muy tesa, me quito los zapatos, las medias, la ropa, me meto debajo de la cobija y recuesto la cabeza en la almohada”. No me pongo a pensar maricadas. Yo vengo de pagar mi cárcel, hice veintitrés años y tres meses y el Estado no respetó que eran siete años.
–Una cosa son los miembros del otro bando, que en la lógica de la guerra entre carteles se tiene que morir el otro, pero ¿y los inocentes?
–Los inocentes son la clave de la guerra, del Cartel de Medellín y sus guerras el noventa por ciento eran inocentes, ¿por qué?, porque si hubiera una ley natural donde una bala cuando encontrara a un inocente hiciera una curva o la dinamita no estallara donde hay inocentes, la gente compraba sánduches y se iba a ver la guerra, el problema es que caen los inocentes.
–¿A ti no te afectó?
–No, porque a mí también me mataron mi familia, que eran inocentes. Nosotros éramos bárbaros, pero la Policía colombiana, pagada por la CIA y por la DEA, cogía a mis amigos y les destrozaba los dedos con unas tijeras de despresar pollos, lo tiraban vivos desde los helicópteros, los metían vivos a hornos crematorios, les taladraban las rótulas, la columna vertebral y el cerebro. Entonces nosotros cogíamos uno de ellos, le cortábamos la cabeza, lo enterrábamos y le dábamos la cabeza a la familia para que la enterrara. Si llegaban a la finca de uno y había mujeres y niños los mataban. La CIA y la DEA pagaron para que mataran más de 1700 jóvenes en estas montañas. Entonces el patrón dijo que sacáramos las armas y se las diéramos a los jóvenes. Matamos 540 policías y dejamos ochocientos heridos, que eran inocentes, no todos estaban matando jóvenes, pero estábamos atacando a la institución.

–Veo que tienes mucho simbolismo de la muerte aquí, las máscaras, los brazos tatuados con “General de la mafia” y llenos de calaveras, ¿por qué?
–En un brazo voy a poner todo lo que es de Dios, la vida, el escapulario; y en el otro “soldado de la mafia”, las calaveras, la muerte. Porque hay que escoger. Me gustan las máscaras porque simbolizan la muerte.
–¿Te gusta la muerte?
–Sí, porque es una realidad. Aquí estamos dos muertos hablando. A Pablo Escobar le gustaba la poesía y la ópera y leyó un poema de Porfirio Barba Jacob, “cambio mi vida / juego mi vida / de todas formas la llevo perdida”. Estamos todos muertos.
–En la sociedad moderna pretendemos no pensar en la muerte; algunos quisieran pensar que la inmortalidad existe; mucha gente no quiere morir; ¿por qué piensas tanto en ella?
–Porque es una realidad, yo no la eludo, cuando llega, llega. Aquí hay un disco que dice “es lo mismo morir tarde que temprano”.

En este punto, Popeye y Jon Lee hicieron una pausa, quizás buscando bajar un poco la intensidad de la charla. Luego Jon Lee se interesó por los gustos de Popeye. Le preguntó qué le gustaba leer y él le respondió que en la cárcel leyó todas “las obras cumbres de la literatura”, pero ahora con las redes sociales no le quedaba tiempo; le preguntó por la televisión y el cine y Popeye aprovechó para hablar de su película X sicario, dirigida por Adolfo X, y sacó varias copias en DVD. Entonces Jon Lee volvió a la carga.

–¿Hay una muerte de las que causaste o hiciste directamente que te friega o preocupa?
–Me cuestiona mucho la muerte del doctor Galán, porque hubiera cambiado la historia de este país. Un líder político muy importante, limpio, pero estaba a favor de la extradición y el patrón dio la orden de matarlo, lo matamos por eso.

–Lo mataron porque tenías órdenes, ¿y nunca has cuestionado una orden?
–Cero, cuando uno trabaja para un líder de esos…
–¿Pablo Escobar era un hombre malo?
–No, cuando el patrón iniciaba una guerra empezaba muy suavecito y la guerra iba creciendo. A nosotros nos marcó una película que llegó aquí en 1983, Scarface. Tú estás en Medellín, te llega Scarface a un teatro y después te encontrás con Pablo Escobar, qué querés que sea un joven de esos…
Scarface terminó mal, ¿recuerdas?, jalando como tres kilos de coca y 150 balas encima –dice Jon Lee.
–Pero bien, así es que tiene que morir un mafioso.

Popeye era un tipo explosivo, rápido de pensamiento y de la lengua, que nunca dudaba de sus respuestas, sin importar si tenía que mezclar temas, fechas o que confundiera el nombre del poeta que escribió El relato de Sergio Stepansky. Parecía como si siempre estuviera preparado para responder sobre cualquier cosa. Se sentía muy cómodo hablando. Jon Lee, anticipando el final de la entrevista, le contó que luego iría a entrevistar al alcalde Federico Gutiérrez.
–¿Le llevo algún mensaje? –dijo Jon Lee.
–Yo ya arreglé el problema con el señor alcalde, porque realmente él cometió un error, me echó mucha gente encima. No me volví a meter con él y ya está la película. El mejor mensaje es mostrársela. Es que mira te muestro la pistola para que veas que no tiene nada del otro mundo.

Popeye sacó una pistola plateada tipo 45, de cacha de caucho, y Jon Lee aprovechó para tomarle una foto. El asesino cruzó sus brazos sobre su pecho para mostrar los tatuajes, con el arma en una mano. Luego la tomó por el cañón y se la entregó a Anderson.
–Esta fue la pistola famosa con la que hice la escena. Tiene todo, aquí la montas y ahí está lista para disparar…

Entonces, en un instante, vimos un fogonazo relampaguear y oímos el estruendo de un disparo, encajonado en el pequeño apartamento. Todos saltamos del susto, seguido de muchas carcajadas. Jon Lee había accionado el gatillo. La pistola era igual a una verdadera, simplemente que las balas contenían pólvora, pero no llevaban proyectiles.

–¡Eres un asesino, Jon!¡Me hubieras matado! –le dijo Popeye y se rio–. Mira, acabas de coger la pistola con la que el señor alcalde tenía problemas, la cogiste y la disparaste. ¿Cuál es mi mensaje para el señor alcalde? Estoy buscando una vida limpia, salir adelante con mi película. Si eres capaz de entregársela, te la doy.
–Dale, se la entrego –dijo Jon Lee–. ¿Y tus vecinos? ¿No se asustan?
–No pensé que fueras a disparar –dijo Popeye. UC

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