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¿Y de qué se acordará Emmanuel?

Texto y entrevista: Alfonso Buitrago Londoño.
Video y fotografía: Erika Carmona Ortega.
 

La película "Operación E", después de un polémico intento de censura, finalmente se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Cartagena. Hubo largas filas, expectativa, los productores y los protagonistas estuvieron presentes y, como sorpresa, apareció José Crisanto Gómez, el campesino que recibió a Emmanuel, el hijo de Clara Rojas, de manos de la guerrilla de las FARC.

Por ese hecho, José Crisanto primero fue testigo protegido, después fue acusado de secuestro y traición a la patria, estuvo seis años en una cárcel, fue absuelto, dejado en libertad, y terminó viviendo en España. En el conversatorio posterior a la premier se sentó al lado de Luis Tosar, el actor español que lo interpretó. Crisanto parecía la síntesis de nuestra provincia, las facciones y la piel curtida de un campesino llanero, vestido con camisa y pantalón blancos y zapatos negros. Luis Tosar llevaba un bluyín oscuro y una camisa y zapatos negros, como si fuera un comediante de stand up comedy a punto de iniciar su función. No podían ser más diferentes y, sin embargo, en esa línea difusa de ficción y realidad, eran la misma persona.

La película empieza —después de unos créditos a los Star Wars que explican facsimilarmente la guerra de estas tierras pérdidas— con un monólogo de Luis José Tosar Crisanto. La intención es evidente: convencernos desde el primer momento de que efectivamente el ibérico desaprendió su castellano y aprendió a hablar con un acento y unos modos que bien podrían ser de Pasto o de Putumayo. El caso era que ya no hablaba el español de España, vamos.

Lo curioso es que cuando Crisanto habló en el conversatorio del Festival de Cartagena, ¡su acento era el de un español! —el de un colombiano que vive en España y habla como hablaba César Rincón cuando salía de una corrida—. Un enmascaramiento de acentos que uno no es capaz de quitarse de la cabeza durante toda la película, por más que Luis Tosar haya dejado la lengua en su interpretación.

Luego del monólogo, la película continúa con unos gritos en off que suponemos son los de Clara Rojas cuando estaba pariendo a Emmanuel en pleno bombardeo de unos helicópteros y termina con una Martina García y cinco niños —de quienes no sabemos sus nombres y nunca escuchamos sus acentos: no hablan con el papá, ni con la mamá, ni con Emmanuel— tirados en la calle, al lado de un semáforo, haciendo de familia desplazada, y de fondo los gritos de una canción de punk que hacen que toda la escena parezca un panfleto sonoro.

—Aunque mi familia no terminó tirada viviendo en un semáforo —dijo José Crisanto en el conversatorio.

Y entre tanto griterío y confusión de acentos uno no alcanza a entender de qué era de lo que estábamos hablando: ¿de una familia desplazada?, ¿de un campesino acorralado, víctima de la violencia?, ¿de un niño que sobrevive en la selva con una familia sustituta "nombrada" por la guerrilla? Porque en el fondo lo que importaba era el niño, ¿no?

Pasadas varias semanas del estreno, alejados los nubarrones de la censura, uno se imagina a Emmanuel, en unos años, viéndola, quizás con el morbo y la inocencia con que uno miraba las primeras películas de guerra o de terror ¿Se acordará de cómo se quebró el brazo? ¿se buscará la cicatriz del quemón de tabaco con el que lo revivieron? ¿pensará en los hijos de José Crisanto? ¿Querrá saber sus nombres? ¿qué imágenes de la selva, del río, de los hospitales, de su madre sustituta revivirán? ¿Tendrá pesadillas?UC

 
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