Los poemas de Trampas tropicales se leen como pequeños relatos. No son prosas poéticas, sin embargo. Más bien, las situaciones cotidianas, su material de trabajo, suponen un punto de partida alejado de lo trascendental. Su lenguaje, a pesar de lo simple, casi prosaico, no pierde elegancia, reposo.
 En esta colección de poemas el lector encuentra motivos variados: Metallica y Nirvana y el ciclista Lance Armstrong; Carl Marx y el poeta Huidobro; la figura del abuelo y del amigo. No hay que ser un conocedor de ese universo particular para comprender los textos, pues lo importante es el punto de vista.
 Uno de los motivos más fuertes de este libro es el diálogo con la poesía. Luis Vidales, Álvaro Mutis, William Blake, entre otros, son autores que aparecen mencionados en los textos. Pero no lo hacen como una exigencia para el lector, sino como constelaciones en el cielo que alguien mira y señala. Localmente, la obra se inscribe en una tradición. En sus versos está presente el barrio de Helí Ramírez y la mirada silenciosa de José Manuel Arango. 
Santiago Rodas es también grafitero. Su fuerte son los murales. Pinta con una bocha extendida por medio de brazos mecánicos. Retratos de hombres y mujeres abundan en sus trabajos. Aunque sus prácticas sean rápidas por cuestión de logística callejera, las obras invitan a detenerse, al igual que sus poemas. La edición de Trampas tiene las buenas maneras de una edición independiente. Como toda publicación artesanal, se nota la valoración del libro como objeto. Los textos tienen ilustraciones de Jim Pluk. Rodas pensaba que con un dibujante a bordo su libro se vendería. Aquel que no vaya por los poemas, va por los dibujos. ¿Cuáles son esas “trampas tropicales” de las que habla el autor? Es difícil saberlo. Quizá sean las fabricaciones mentales de quienes habitamos este valle, tropical a medias. Los ojos del escritor no escapan al entorno, pero tampoco se lo creen. Ese escepticismo, definido por la distancia del poeta sobre sus vivencias, es lo que marca el ritmo de este libro.
Ignacio Piedrahíta
 
 
Los cuerpos 
Por  la Iguaná 
bajan  los cuerpos 
como  en un desfile, 
saludan  a quien los ve. 
Boca  arriba 
boca  abajo
como  grandes peces 
que  lleva la corriente. 
A  veces se detienen en las piedras 
a  meditar o a descansar.
Algunos  son capturados
por  la policía 
que  les impide seguir con su camino, 
otros  se pierden en las bifurcaciones del río, 
otros  llegan felizmente al mar. 
 
Fuego en el espejo 
Era  diciembre del 97 
y  en el barrio 
echaban  globos.
El reto  era coger
el  mayor número posible: 
en  el proceso 
casi  me atropellan 3 veces
subí  a techos de vecinos, sin permiso,
me  corté con alambre de púas, 
me  apuntaron con una escopeta, 
caí  en canaletas y huecos más de 10 veces.
Tan  sólo cogí 4 globos en mi vida. 
Había  una técnica 
que  consistía en apuntar con espejos 
en  la mecha del globo 
hasta  apagar el fuego,
el  globo caía y sólo hacía falta 
ser  el primero en agarrar la candileja. 
Dudé  de la veracidad del proceso 
hasta  ahora 
cuando  me veo en el espejo
y  confirmo que  
la  llama se hace más débil. 
 
El Poeta 
En  el barrio donde crecí 
hay  un hombre que le dicen El Poeta 
tiene  por oficio vender pólvora de todo tipo.
Huidobro  dijo que todo poema es un incendio. 
Nadie  en el barrio sabe con seguridad 
por  qué le dicen Poeta.
Algunos  explican que es porque su padre era maestro. 
otros  dicen que él escribe versos escondido
y  nunca se los enseña a nadie. 
Una  vez me quemé la pierna 
con  pólvora que compré al Poeta, 
todavía  conservo la marca en mi piel.  
Tal  vez esa sea su escritura 
que  como la poesía deja verdaderas cicatrices.
 
Nirvana 
                                                               a Catalina Rodas
Conocí Nirvana a finales de los 90
me lo enseñó un primo 
en un cassette que tenía canciones de 
Soundgarden y de Pearl Jam
Luego puse un afiche de Kurt Cobain 
en mi habitación, 
dormía al lado de sus ojos azules. 
Nunca entendí sus letras en inglés 
pero me gustaban su voz y sus videos.  
Un día me enteré que se suicidó escuchando un disco de R.E.M.
Me gustó R.E.M.
A los amigos del barrio les gustaba tanto como a mí, 
pensamos en Kurt como un héroe triste, un héroe no entendido,
compramos manillas, luego botones y camisas 
después los discos. El In Utero, luego el Bleach. 
Pedimos sacos y camisas viejas a tíos de los 60
dejamos de limpiar nuestros zapatos 
creció nuestro pelo, conocimos más bandas de grunge. 
Un día mi hermana dañó el afiche de mi habitación 
y dejé que pasara. 
Me hicieron cortar el pelo en el colegio 
y dejé que pasara.
Conocí a una chica que le gustaba el pop 
y dejé que pasara. 
Pasaron varios años.
Hace poco me enteré 
que están vendiendo la casa de Kurt 
en 50.000 dólares
no sé si voy a dejarlo pasar. 
En todo caso siempre guardo conmigo 
un disco de R.E.M.
por si es necesario.