‘Pies atados’ es un testimonio de los detalles que secundan toda transformación, vista como el acto de desaparecer para aparecer en otro lugar, y bajo nuevas reglas. En esa medida, es un libro que no puede evitar remitir al lector hacia los estadios de la muerte y el sueño, alimentando la mirada con la idea de que son situaciones determinadas por el movimiento. El relato es en sí una escena arquetípica de los viajes. Hay un camino, al fondo un mar y otros marchantes acompañan la búsqueda. Los pasos se liberan según avanzan las páginas, y luego es viento y brisa lo que sopla en los oídos y hace entrecerrar los ojos.
Fragmento 1
Me han atado los pies mientras dormía.
Un lazo rodea mis tobillos,
es terso, no intento desatarlo,
sonrío,
es hora de aquietarme,
mis manos como pies se apoyan en el suelo,
me arrastro.
Agua, agua, repito y busco.
Me acomodo en un rincón, me arrullo.
En una oscuridad de vientre
reptan animales que liban entre mis dedos.
Hace calor.
Un canto de chicharras
compite con el mío,
me uno a él, juntos ahuyentamos al enemigo.
Fragmento 2
Amanece de nuevo.
Estoy anclado en el centro de la habitación.
El vértice puntiagudo de mis pies
se clava al suelo.
Me balanceo y regreso siempre al centro.
Mis manos ya no tienen uñas sino pelos,
suaves, son pinceles.
En una pared escribo el agua,
en otra pinto una puerta
del tamaño de mi cuerpo agazapado.
Subo los brazos, los pelos crecen, crecen,
cruzan el techo.