IMPRESOS LOCALES

Obra negra

Gonzalo Arango
 
 
 
Obra negra
 

El manuscrito de Obra negra llegó al Fondo Editorial por medio de la Corporación Otraparte, con quienes se coedita la Biblioteca Gonzalo Arango, y cuyo primer volumen es este.

La edición que aquí se publica, selección de Jotamario, tiene como punto de partida la primera que apareció en 1974 en Buenos Aires con el sello de Cuadernos Latinoamericanos, no la segunda, de 1993, impresa en Bogotá por Plaza & Janés, en la que se incluyó un apéndice con textos del libro Todo es mío en el sentido de que nada me pertenece, además de algunos inéditos. Este apéndice no se consideró aquí, pues la intención, en principio, es ofrecerles a los lectores el libro tal cual se concibió en 1974, dos años antes de la muerte de Gonzalo Arango. En este sentido, quien compare esta tercera edición con la primera encontrará que se han respetado los usos de las mayúsculas y minúsculas en inicios de párrafos, a veces, como continuaciones de algo inconcluso; la presencia de tildes diacríticas para potenciar algunos énfasis, así como las comillas y las cursivas para dar realce y llamar la atención a expresiones y palabras, incluso, como una forma de la saturación que parece un grito dentro del texto; aquellos textos sin título no se han intervenido pues leemos en ellos una búsqueda, explícita o no, del fragmento. También se ha conservado la ortografía de nombres propios y lugares porque reconocemos que en muchas ocasiones la motivación de Gonzalo Arango es la parodia o la ironía. Hemos querido mantener intacto el uso de comas y puntos, y puntos y coma, para que el lector mismo identifique las coherencias y contradicciones que sustentan su escritura, más pensadas de lo que se cree. En otras palabras, nuestra labor no ha sido tanto comprender su apuesta literaria para luego unificar cada uno de los poemas, cuentos, crónicas y demás textos de Obra negra a partir de una lógica deducida a posteriori, sino entregar una edición que dé cuenta de la voluntad de estilo de Gonzalo Arango, siempre íntima y muchas veces escurridiza.


 
Fragmentos

 

Primer Manifiesto Nadaísta, XIII (1958)

Destruir un orden es por lo menos tan difícil como crearlo. Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden.
Al intentar este movimiento revolucionario, cumplimos esa misión de la vida que se renueva cíclicamente, y que es, en síntesis, luchar por liberar al espíritu de la resignación, y defender de lo inestable la permanencia de ciertas adoraciones.
En esta sociedad en que la mentira está convertida en orden, no hay nadie sobre quién triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar contra los otros significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos.
La misión es esta:
No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante será examinado y revisado. Se conservará solamente aquello que esté orientado hacia la revolución, y que fundamente por su consistencia indestructible, los cimientos de la sociedad nueva.
Lo demás será removido y destruido.
¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa desde el punto de vista de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un destino.


Manifiesto al Congreso de Escribanos Católicos

ustedes nos proponen una fe muerta, la resignación, la culpa, el remordimiento, toda una filosofía de la muerte y el pesimismo.
no somos culpables. no tenemos remordimientos. nuestros padres gozaron al fabricarnos. nosotros estamos contentos de vivir. el mundo es bello. sabemos que vamos a morir, pero no nos creen más complejos de trascendencia. honramos con orgullo la existencia y su límite. por eso no vamos a llorar ni a suicidarnos a las 4 ni a las 5, ni ahora ni a deshoras. es interesante vivir y es interesante morir. no hagan de la vida y la muerte una desgracia. todo es simple como el huracán y la guerra.
déjennos el orgullo de la tierra y no conviertan este hermoso terrón de estiércol, oro, rosas convulsivas, hombre, energía nuclear, sexo, estroncio, brigitte bardot, verano, acetileno, catástrofe y maravilla en el valle de lágrimas y el reino triste del ascetismo.
a su ortodoxia enfermiza oponemos los poderosos instintos animales, el amor sin estatutos, la digestión, el hígado, el pulso exacto de la sangre como un reloj suizo o “bulova” y la negación creadora.
 


Elegía a “Desquite”

Sí, nada más que una rosa, pero de sangre. Y bien roja como a él le gustaba: roja, liberal y asesina. Porque él era un malhechor, un poeta de la muerte. Hacía del crimen una de las bellas artes. Mataba, se desquitaba, lo mataron. Se llamaba “Desquite”. De tanto huir había olvidado su verdadero nombre. O de tanto matar había terminado por odiarlo.
Lo mataron porque era un bandido y tenía que morir. Merecía morir sin duda, pero no más que los bandidos del poder.
Al ver en los diarios su cadáver acribillado, uno descubría en su rostro cierta decencia, una autenticidad, la del perfecto bandido: flaco, nervioso, alucinado, un místico del terror. O sea, la dignidad de un bandolero que no quería ser sino eso: bandolero. Pero lo era con toda el alma, con toda la ferocidad de su alma enigmática, de su satanismo devastador.
Con un ideal, esa fuerza tenebrosa invertida en el crimen, se habría podido encarnar en un líder al estilo Bolívar, Zapata, o Fidel Castro.
Sin ningún ideal, no pudo ser sino un asesino que mataba por matar. Pero este bandido tenía cara de no serlo. Quiero decir, había un hálito de pulcritud en su cadáver, de limpieza. No dudo que tal vez bajo otro cielo que no fuera el siniestro cielo de su patria, este bandolero habría podido ser un misionero, o un auténtico revolucionario.
Siempre me pareció trágico el destino de ciertos hombres que equivocaron su camino, que perdieron la posibilidad de dirigir la Historia, o su propio Destino.
“Desquite” era uno de ésos: era uno de los colombianos que más valía: 160 mil pesos. Otros no se venden tan caro, se entregan por un voto. “Desquite” no se vendió. Lo que valía lo pagaron después de muerto, al delator. Esa fiera no cabía en ninguna jaula. Su odio era irracional, ateo, fiero, y como una fiera tenía que morir: acorralado.
Aun después de muerto, los soldados temieron acercársele por miedo a su fantasma. Su leyenda roja lo había hecho temible, invencible.
No me interesa la versión que de este hombre dieron los comandos militares. Lo que me interesa de él es la imagen que hay detrás del espejo, la que yacía oculta en el fondo oscuro y enigmático de su biología.
¿Quién era en verdad?
[…]
 


Testamento

DECLARO solemnemente que no escribo para la Inmortalidad. Escribo modestamente para esta vida y para los que viven aquí, y ahora.
Deseo una gloria que me alcance en mi carne y en este instante, no después.
Escribo a velocidades de planeta, a contra reloj contra la muerte. Deseo conquistar mi vida como única finalidad del arte. A esta conquista sacrifico gustosamente la pureza, la perfección y toda idea de Absoluto. Por toda gloria busco la plenitud de los sentidos, el éxtasis de mi cuerpo en otro cuerpo.
No pretendo ser clásico al estilo de los “estilistas” que sacrifican una aventura por una metáfora. Yo, en cambio, lo dejo todo, desde Adán hasta Marx, por meterme a un filme de vaqueros con mi amante. En eso me distingo de la raza bastarda de los intelectuales.
Confieso a la manada de truhanes que se interesan por estas cosas del Espíritu, que no me interesa perdurar en los manuales de literatura para estudiantes de retórica. Mis libros no tienen ese aroma que santifica las almas e ilumina los claustros sombríos de la virtud.
No dejo nada ejemplarizante para retornar al buen camino a los extraviados, pues yo soy la negación de todo camino. Y si por azar queda algún testimonio en este sentido, es porque yo mismo, por encontrar un camino, me extravié en la ausencia de caminos.
No tengo nada que enseñar en los internados de monjas y de curas donde la moral acoraza a la juventud contra los goces naturales de la vida.
Me niego a ser fosilizado, maquillado y momificado en un pénsum como “Gloria Nacional”.
Apelo a mi desprecio por la cultura para que no se inscriba mi nombre en textos escolares para luego ser babeado por maestros de urbanidad y buen decir. Al diablo con esos burros presumidos que apestan a pederastia de monasterio, a espiritualismo de sacristía, a sobaco sudado, nicotina, alcanfor de castidad, y los mil hedores pestilentes del racionalismo cristiano.
Exijo el honor de que me borren de la memoria de las futuras generaciones. Pido para mí la gloria de ser un maldito, un proscrito, un excomulgado de toda moral, de toda estética, de toda esperanza. ¡Que mi gloria me la den en la cama!
[…]