Manrique subterráneo, 40 años de rock en la Nororiental es una investigación que recupera la memoria sonora del territorio y de sus protagonistas. Es un recorrido en clave de resistencia de una contracultura nacida, criada y reproducida en las calles empinadas de las cuatro comunas que conforman esta sección de la ciudad, con Manrique como eje central.
Acá están presentes los sueños y las realidades de miles de jóvenes que decidieron ir contra la corriente, que prefirieron alejarse del camino fácil para trasegar un sendero empedrado, pasando por encima de las frustraciones para encontrar las alegrías. También, los anhelos de cientos a quienes la violencia se llevó.
La publicación, escrita por Rafael González Toro, consigna algunos de los más importantes grupos, personajes, fanzines, conciertos y lugares de encuentro; no solo en esta zona, sino de Medellín. Hechos que sirvieron para consolidar el rock subterráneo como una forma de vida. Además, contiene una cartografía para visibilizar el territorio y su importancia en estos procesos culturales.
Hoy, cuatro décadas después de la llegada y consolidación del rock en la zona Nororiental, desde la Casa de la Cultura de Manrique, a través de la Red CATUL, se hace este ejercicio de memoria histórica como una forma de rescatar ese pasado reciente que ayudó a crear cultura, y, sobre todo, a que miles de jóvenes siguieran apostando por la vida.
Primer capítulo (extracto)
Los ochenta: el rock subió para quedarse
Como un reguero de pólvora el rock se extendió rápidamente por las empinadas calles de Manrique. El barrio, compuesto por una veintena de sectores, principalmente habitados por familias de clase trabajadora, vio a finales de los setenta cómo su manera de vibrar con la música cambió para siempre. A pulso, en un vecindario que sabía a tango y a otros ritmos más, las baterías, los bajos, las guitarras eléctricas y las voces, que querían ser escuchadas de una vez por todas, se abrieron paso sin pedir permiso.
Atrás quedó el hipismo de los ‘archiveros’ de los años setenta, así se les conocía a lo seguidores de ese rock y hard rock que impulsó la creación de las primeras bandas de ese género en Medellín como Judas, Sobredosis, Nash, Pyro, y Fénix, entre otras.
Aunque por la barriada todavía paseaba el espíritu del peace and love, cultivado en el Festival de Ancón, en 1971, otros vientos estaban por soplar. La ciudad era distinta y los jóvenes se identificaban con sonidos más ásperos, crudos y viscerales.
La zona Nororiental vivía y latía de manera propia. En esa amalgama social, que mezclaba el inconformismo juvenil con el abandono estatal, se fundieron el lugar y el momento perfecto para el nacimiento de parches, grupos y personajes que crearon una contracultura del rock y sus subgéneros única en el mundo: ‘el metal Medallo’ y ‘el punk Medallo’.
El rock subterráneo en Medellín es un movimiento nacido en las calles de la barriada y escrito bien fuerte en el asfalto por jóvenes que se resistieron a la violencia y las tentaciones del narcotráfico, que lucharon contra la represión de las fuerzas del orden y las presiones de una sociedad convertida en una picadora de carne. Una contracultura creada por miles de adolescentes que se les plantaron de frente a los convencionalismos y a los mandatos del establecimiento.
En Manrique, Aranjuez, Santa Cruz, Campo Valdés y El Popular, entre otros barrios de la zona, como en toda la ciudad, se propagó a finales de los setenta a través de algunas de las emisoras radiales de la época. Principalmente las que sonaban temas de rock en su programación eran La voz de la música (que venía desde los sesenta), y a finales de esa década Emisoras El Poblado, Radio Musical, La voz del cine y Radio Disco ZH (que continuó hasta mediados de los ochenta). Así, grabando temas de grupos extranjeros en casetes, para después rodarlos entre los amigos, se fueron conociendo los grupos de hard rock y de heavy.
Después, ‘los parches’, ‘los heavys’ o ‘las notas’, como se les decía a esos espacios para juntarse, grabar los pocos acetatos que se conseguían y regrabar los casetes, fueron germinando por toda la ciudad y, claro está, por la zona Nororiental. Uno de los primeros y más famosos en Manrique en esos primeros años fue un lugar conocido como El Pekín.
“Para nosotros era muy difícil conseguir acetatos. Había muy pocos y el que los tenía los cuidaba como un tesoro. Muy poca gente tenía equipos de sonido. Principalmente se ‘rodaban’ los casetes y se hacían ‘notas’ donde se escuchaba la poca música que se tenía a la mano. Eran años donde todo se hacía con las uñas, pero se compartía lo que se tenía”, recordó Jaime Zabala, habitante de Manrique y quien unos años después formaría el grupo de punk Sociedad Violenta.
La escena rockera de Medellín se hizo más fuerte y más visible comenzados los ochenta. A los almacenes de discos del centro, El submarino amarillo, La feria del sonido y JIV Ltda llegaron discos importados de bandas que para ese momento sonaban fuerte en todo el mundo como Iron Maiden, Judas Priest y Scorpions, entre otras, en el heavy metal. Además, los acetatos de Ramones, The Clash, Sex Pistols y The Damned, entre otros grupos de punk. Este fue el motor que necesitaban muchos pelaos para empezar a hacer música. Desde ahí también las vertientes empezaron a tomar caminos separados.
En la ciudad, para 1983, ya sonaban bandas locales como Carbure con su hit El faltón, que se volvió una especie de himno entre los rockeros de Medellín. A la par, grupos como Kripzy, antes Lemon Juice, que tocaba principalmente covers de Black Sabbath, Van Halen y Led Zepellin, ya daban sus primeros conciertos. Y uno de ellos, tal vez el más antiguo de heavy que se recuerde en la zona Nororiental, lo dio Kripzy el 18 de febrero de 1983 en la desaparecida taberna Studio 33, en la carrera 45 con calle 73, en pleno Manrique Central. Esta banda liderada por Elkin Ramírez (quien conformaría Kraken meses después), tocaría, el 23 de julio de ese mismo año en la plaza de toros La Macarena junto a Carbure y Fénix…